La historia del aparcamiento flotante de Tokio, una gigantesca estructura enclavada en medio de la bahía

La historia del aparcamiento flotante de Tokio, una gigantesca estructura enclavada en medio de la bahía
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Cuando de unir las dos orillas de una bahía se trata hay quienes optan por los puentes, quienes prefieren los túneles y quienes, como ocurre con los impulsores de Aqua-Line, en Tokio, llegan a la sencilla conclusión de que no hay necesidad alguna de privarse de nada y lo mejor es mezclar.

Al enfrentarse al desafío de enlazar las ciudades de Kawasaki y Kisarazu, dos núcleos urbanos situados a ambos márgenes de la bahía de Tokio, las autoridades niponas decidieron recurrir a un viaducto, un canal subterráneo… Y, de regalo, construir dos islas artificiales sobre las aguas del Pacífico, una de ellas de 650 metros y provista de un enorme parking y área comercial.

Ahí es nada.

El proyecto se bautizó Tokyo Bay Aqua-Line y aunque se inauguró hace ya un cuarto de siglo sigue sorprendiendo por sus dimensiones, diseño y la solución técnica con la que salva una bahía de más de 14 kilómetros de ancho en la que las aguas alcanzan los 70 metros de profundidad.

Un oasis artificial en el Pacífico

El reto que se plantearon los técnicos hacia mediados del siglo XX fue conectar las prefecturas de Kanagawa y Chiba, en la península de Boso. En línea recta, atravesando la bahía, ambos territorios no distan ni 15 kilómetros; pero por tierra moverse de un punto a otro exige conducir durante 90 minutos por áreas densamente pobladas o realizar un viaje en ferry de cerca de una hora.

Para facilitarles las cosas a los vecinos de la región, las autoridades niponas se pusieron manos a la hora y durante dos largas décadas se dedicaron a estudiar la mejor forma de tender una conexión directa entre Kawasaki y Kisarazu a través de la bahía que prolongase la Ruta Nacional 409.

El desafío no era sencillo. Primero por la extensión del enlace, que debía rondar los 14 kilómetros en mitad del Pacífico, y segundo por el intenso flujo de embarcaciones que registra la bahía.

Después de muchos años de análisis y de sondear bien el terreno, se llegó a la conclusión de que lo mejor era dividir el enlace, de 15,1 km, en cuatro partes: un viaducto de 4,4 km (Aqua Line Bridge), una isla artificial de 650 m (Umihotaru), un túnel de 9,5 km (Tokyo Wan Aqualine Tunnel) y una segunda isla artificial, mucho más pequeña, conocida como Torre de Viento.

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Los trabajos de construcción duraron cerca de nueve años. En 1989 arrancaron las obras para levantar el puente y el 18 de diciembre de 1997, tras muchos quebraderos de cabeza y una inversión de miles de millones de dólares, la infraestructura se abría al fin al paso de vehículos.

A pesar del tiempo que ha pasado desde la inauguración el resultado sigue sorprendiendo. El viaducto, de 4,38 km, tiene un ancho de 22,9 m y se sustenta sobre 42 pilares hundidos en las aguas de la bahía. El túnel suma dos canalizaciones con varios carriles y en su punto más profundo se sumerge 45 m. Su diámetro exterior es de 14,1 m y el interior de 11,9. Para facilitar su ventilación se construyó la isla artificial Torre de Viento, en la que se alzan dos enormes respiraderos.

La pieza más curiosa de Tokyo Bay Aqua-Line tal vez sea sin embargo la isla artificial Umihotaru, bautizada así en un guiño a una especie de crustáceo de solo 3 mm que habita en las aguas sobre la que se alza la mega infraestructura. En Tokio se la conoce también como Kisarazu y probablemente sea una de las pocas áreas de estacionamiento situadas en una isla artificial: se encuentra en mitad de la bahía nipona, sobre las aguas del Océano Pacífico y a tiro de piedra de la capital.

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El islote está rodeado por el mar y tiene cinco niveles de altura. Los tres primeros sirven de aparcamiento y los dos últimos acogen negocios orientados a los visitantes. “Es el único centro comercial en el mar donde puedes disfrutar de vistas panorámicas de 360 grados de la bahía de Tokio, así como de muchas tiendas, restaurantes y servicios”, destaca la web de Umihotaru.

Además de restaurantes, tiendas e incluso el mirador con vistas al Fuji, el islote cuenta con un museo en el que se relata la historia y los retos técnicos que se afrontaron para dar forma a Aqua-Line.

El panorama del que se disfruta en la isla, sus servicios y la experiencia de estar en mitad de la bahía, en una isla artificial salpicada por las olas del Pacífico y los gélidos vientos del invierno nipón la convierten en algo más que un punto de paso entre las ciudades Kawasaki y Kisarazu; la elevan, y por derecho propia, a la categoría de atracción turística. Eso sí, para llegar tendrás que rascarte el bolsillo. Recorrer Aqua-Line exige pagar un peaje que, al menos en 2005, rondaba los 14 euros.

Imágenes | Chihaya Sta (Wikipedia), Umihotaru, Park (Flickr), Ume-y (Flickr), Manish Prabhune (Flickr) y Hideyuki KAMON (Flickr)

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