'Faraday, el buscador', crítica: cuando el avance tecnológico se lleva al extremo sobre las tablas de un teatro

'Faraday, el buscador', crítica: cuando el avance tecnológico se lleva al extremo sobre las tablas de un teatro

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'Faraday, el buscador', crítica: cuando el avance tecnológico se lleva al extremo sobre las tablas de un teatro

Hace cinco años, escándalos como los de Cambridge Analytica o las revelaciones sobre injerencias políticas a través de las redes sociales todavía no nos habían sacudido. Sin embargo, Edward Snowden sí nos había puesto sobre la pista de programas de vigilancia masiva impulsados por la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos.

Fue en esa época, con el antiguo empleado de la NSA y la CIA revelando verdades incómodas, cuando a Fernando Ramírez Baeza se le ocurrió la obra de teatro 'Faraday, el buscador'. Un thriller que dirige Paco Macià y aborda el mundo de la tecnología, internet, la privacidad y los oscuros intereses de empresas y agencias gubernamentales de seguridad.

Una obra teatral atípica en la que el mundo de la tecnología, internet, la privacidad y los oscuros intereses tanto empresariales como gubernamentales lo envuelven todo

Todo ello partiendo de la base de que notables partes de nuestras vidas, ya entonces y todavía más ahora, acaban de una manera u otra en un soporte digital. Bien reposando en el almacenamiento interno de nuestro teléfono móvil u ordenador, bien en una de tantas redes sociales con las que contamos. Bajo nuestro control siempre y cuando esas partes de nuestras vidas, por una razón u otra, no hayan ido más allá.

"Un niño nacido hoy no sabrá lo que es tener un pensamiento no grabado", recuerda Ramírez Baeza que decía Snowden sobre un futuro más cercano de lo que creemos. Y más o menos en esa época, a caballo entre el presente y unos años más allá, se desarrolla esta historia situada en Nueva York y protagonizada por los intérpretes Pedro Miguel Martínez, José Manuel Seda, Alicia Montesquiu, Javier Collado y Ana Turpin.

Un montaje, un ritmo y una estética cinematográficos

Desde la más pura ficción, con dosis acertadas de cruda realidad e incluso con frases que habiendo sido escritas hace un lustro resultan verdaderas profecías, viajamos a una historia en la que el mundo continúa siendo bastante parecido al actual, aunque con una diferencia: existe Faraday.

Faraday es un potente buscador desarrollado por dos personajes brillantes. Uno se encargaba del producto en sí, era el genio, el visionario, el programador virtuoso... Mientras que el otro, uno de los personajes presentes sobre el escenario, David (Pedro Miguel Martínez), era el típico talento empresarial, la persona capaz de sacar dinero de aquello que pusieran en sus manos. Más si cabe, si lo que tenía que vender era algo tan poderoso y valioso. Una herramienta capaz de trastocarlo todo para bien o para mal que era odiada y amada a partes iguales, tanto por agencias gubernamentales como la CIA, como por oscuros intereses económicos.

'Faraday, el buscador' ahonda en nuestra realidad para llevarla al extremo y hacernos reflexionar

Con esto sabido, nos trasladamos a la sede de una importante empresa de seguridad que controla gran parte de las cámaras de videovigilancia de Nueva York y un conjunto de cajas fuertes donde se guardan codiciados secretos. Uno de ellos, la próxima evolución de Faraday.

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A su cargo, en el momento en el que se desencadena todo, están los vigilantes de seguridad Linda (Alicia Montesquiu) y Matt (Javier Collado), junto a una compañera de trabajo misteriosa recién llegada, Alice (Ana Turpin). Los dos primeros tendrán que hacer frente a sus enredos personales y al recibimiento de la novata en un primer término para, con la entrada en acción de un soberbio y elegante matón llamado Jack (José Manuel Seda), pasar a preocuparse por su propia integridad.

Sin olvidar, eso sí, que uno de tantos secretos que protegen puede pasar inevitablemente a manos muy probablemente equivocadas. Manos que lo usarán en el beneficio propio y en detrimento, aunque no lo pueda parecer, de una sociedad totalmente rendida ante un salvaje y desperdiciado avance tecnológico. Y sin trazas de neoludismo.

Un 'thriller' teatral en el que el montaje, el ritmo y la estética tienen sabor a celuloide

Porque lejos de proponer una visión fantasiosa y catastrofista, quizás incluso fóbica respecto a la tecnología, 'Faraday, el buscador' ahonda en nuestra realidad para llevarla al extremo y hacernos reflexionar.

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Por hacer una analogía, es como un capítulo de 'Black Mirror' llevado al escenario de un teatro con un montaje, un ritmo y una estética cinematográfica de impecable factura. Con referencias más o menos evidentes a figuras como Steve Jobs, aunque solo sirva de inspiración para ciertos momentos, y empresas tecnológicas tan poderosas como Facebook, sobre todo en cuanto a datos se refiere. Una visión de cómo la tecnología incide actualmente en nuestras vidas y cómo podría incidir si el uso que se hace de ella va más allá de lo legítimo, lo respetable y lo responsable. De cómo pueden pervertirse ciertos avances en favor de intereses particulares, sacando incluso lo peor de nosotros mismos.

Un ir y venir de ideas, sospechas, que en un momento dado estallarán

Mientras que la primera parte, por llamarla de algún modo, nos dará la sensación de estar viendo un thriller casi de manual; la segunda parte nos revolucionará. Será un tira y afloja entre teorías diversas que se nos irán ocurriendo conforme la acción transcurra. Un ir y venir de ideas, sospechas, que en un momento dado estallarán. Y de qué manera. Incluso se romperá la cuarta pared y el espectador, con su móvil, entrará a formar parte de la propia obra de teatro desde su butaca.

Cuando se escuche el último aplauso y las luces se enciendan para salir de la sala, será inevitable que el público se plantee, de una manera u otra, su relación con la tecnología y la posibilidad de que un día esta le afecte como nunca hubiera imaginado. 'Faraday, el buscador' podrá verse hasta el 14 de octubre en el Teatro Galileo de Madrid y, a partir del segundo trimestre de 2019, en una gira todavía en ciernes.

Fotografías | Antonio Castro

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