Miles de fuegos consumen a esta hora el corazón del Amazonas. Lo excepcional del fenómeno y las peculiares circunstancias políticas que atraviesa Brasil han provocado que la temporada de incendios amazónica acapare más titulares que nunca. Hay mucho de legítima alarma en la situación que atraviesa la selva, y también otro poco de circunstancias naturales. Sin embargo, la creciente conciencia medioambiental de una parte de la humanidad ha dotado a los fuegos de una dimensión mayor, y los ha encajado en la narrativa del cambio climático.
Ahora bien. Los datos cuentan otra historia en el largo plazo.
Menos incendios. Pese al drama del Amazonas, el volumen de incendios identificados a lo largo y ancho del planeta se han reducido un 25% durante las dos últimas décadas. Las cifras recopiladas por el satélite MODIS entre 2003 y 2019 identifican una superficie quemada muy inferior hoy que a principios de la pasada década. Es una buena noticia, aunque una no especialmente relacionada con el calentamiento global. Conforme terrenos antaño remotos y selváticos son habitados en las zonas tropicales, la masa forestal y la utilización del fuego desciende.
¿Cómo? Lo explica aquí una especialista en la materia de la NASA:
Al mismo tiempo que la población ha aumentado en regiones proclives a los incendios de África, Sudamérica y Asia Central, los terrenos de pastos y las sabanas se han desarrollado y se han convertido en campos de cultivo. Como resultado, los hábitos tradicionales de quemado de pastos (para limpiar matorrales y tierras para el ganado o por otros motivos) se han reducido (...) Y en lugar de utilizar fuego, la gente se ha comenzado a valer de máquinas para limpiar los campos de cultivo.
Es decir, la intervención humana ha tenido un efecto directo en la contención de superficie devorada por las llamas a lo largo de dos décadas. El fuego se plantea así como un instrumento humano (lo ha sido desde los albores de la humanidad), cuya relación mutua ha dependido más del desarrollo económico o tecnológico de una relación particular que del agravamiento del cambio climático y la escalada hacia el infinito de las temperaturas globales.
Ahora bien. ¿Significa eso que el calentamiento global no tiene relación alguna con el volumen de incendios? No. Depende de la región. Hay dos tendencias claras: por un lado, menos fuegos a escala planetaria; por otro, temporadas de incendios cada vez más agudas e intensas en multitud de regiones del mundo. California (permanentemente en llamas), Portugal o el Ártico son tres ejemplos paradigmáticos. Hay un preocupante componente humano en la proliferación de llamas en sitios tan remotos y ajenos a ellas como los bosques boreales de Escandinavia o Siberia.
Ciclos. Los datos de la NASA también ilustran el claro patrón que siguen las llamas a lo largo del año. Si en primavera son las superficies cultivables del hemisferio norte, más templadas, las que tienden a acaparar la mayor parte de los incendios, en agosto es el corazón de África el punto del planeta donde más incendios se registran. De los 10.000 identificados un verano cualquiera, el 70% provienen de allí. Esto es parcialmente cierto incluso hoy, en plena tormenta mediática del Amazonas: África está ardiendo a igual escala, aunque aquí los factores naturales tienen un peso igualmente importante a la acción humana.
Efectos. La cuestión es, ¿cuánta responsabilidad tiene el cambio climático en la inusual gravedad de los incendios en Brasil o en Rusia? La respuesta, como vimos en su día, es extremadamente compleja, en tanto que pocos acontecimientos naturales se deben en exclusividad al calentamiento global. Ahora bien, lo que también sabemos es que el cambio climático está exacerbando sus consecuencias y su gravedad. De ahí que la conversación global haya rotado hacia una mayor alarma en relación a los incendios precisamente cuantos menos focos registramos año a año.
Imagen: Eraldo Peres/AP