El Gobierno de España recogió ayer la petición que varios presidentes autonómicos llevaban impulsando semanas: reimponer la mascarilla obligatoria al aire libre. Lo hizo entre una gran confusión. De una obligatoriedad total se pasó a una gradual. La ministra de Sanidad ha anunciado hoy algunas excepciones: cuando "practiquemos deporte individual" y cuando "estemos en el campo y en la playa". Ayer, Sánchez incluyó "estar solo" o con tu "grupo conviviente".
El enfado. Matices que no suavizarán el descontento popular. La mascarilla al aire libre fue ya una medida controvertida por su escaso aval científico. Si en 2020 había cierta justificación por el principio de precaución, hoy su imposición es más difícil de argumentar. "No entiendo la cabezonería para meter esta medida. Es una operación superficial", explica Toni Trilla, jefe de Epidemiología del Hospital Clínic en El País. Es una de las muchas voces discordantes dentro de los expertos epidemiológicos.
Los estudios tampoco avalan su utilidad. La horquilla de contagios detectados al aire libre oscila entre "mucho menos" del 10% en el mejor de los casos... Y entre menos del 1% en el peor.
El poner una medida que se percibe a todos los niveles como estúpida abre la puerta a que la gente empiece a tomar sus propias decisiones sobre qué medida considera estúpida o no independientemente que lo sea. Hay puertas que una vez abiertas, es imposible cerrar.
— Guido (@GuidoBCor) December 22, 2021
El problema. A la escasa efectividad de la medida hay que sumar otro problema: la confianza de la población. Como explica Guido Corradi, psicólogo, la percepción de una medida como absurda o arbitraria relativiza la racionalidad de las demás. Dicho de otro modo: si las autoridades imponen una restricción "estúpida" como las mascarillas obligatorias al aire libre, ¿hasta qué punto todas las demás no lo serán también? Cuando creemos que una norma no es efectiva, no sólo decae la probabilidad de su seguimiento... Sino del resto de normas.
La ciencia. Es algo que han abordado varios estudios relacionados con la pandemia. En este, centrado en el seguimiento de las políticas aplicadas por Bélgica y Países Bajos, miles de encuestados manifestaron un mayor seguimiento de las restricciones cuando las interpretaron como efectivas. "Los políticos deberían considerar las motivaciones dentro de su país para sus estrategias (...) La creencia de que una medida es efectiva aumenta significativamente la probabilidad de su cumplimiento".
En este otro, los investigadores muestran cómo seguimos las normas que percibimos como seguidas por la mayoría de la población. Y sabemos cuál es el factor más determinante para que la mayoría de la población cumpla con una medida: que sea efectiva.
Otra fase. El problema hoy, como vimos hace dos días, es que el contexto y la situación de la pandemia ha cambiado respecto a octubre de 2020, lo que deja menos margen para implementar medidas muy invasivas en los derechos individuales. El 80% de la población está vacunada y sólo el 15% de las camas UCI están ocupadas (respecto al 44% del año pasado). La población ha cumplido su parte del trato. Su tolerancia a restricciones percibidas como arbitrarias y, sobre todo, sin aval científico, es mucho menor.
Palos de ciego. Dicho de otro modo: lo que en otoño del año pasado eran palos de ciego tolerables, hoy son insostenibles. Las autoridades han tenido margen para reforzar Atención Primaria durante más de un año. En su lugar, han despedido o no han renovado a casi 28.000 sanitarios. En un contexto de urgencia y desborde, las mascarillas obligatorias al aire libre y los toques de queda gozaron de la aceptación popular. Hoy son percibidas como un recurso cosmético para simular contundencia.
Es ahí donde nace el escepticismo y la resistencia de un país, hasta ahora, que ha seguido todas las restricciones con mucha diligencia.
Imagen: Manu Fernández/AP