El disparo de los contagios por la variante ómicron ha enturbiado las que iban a ser las primeras navidades tras la campaña de vacunación, con el 90% de la población diana ya vacunada de pauta completa, un repunte de primeras dosis de aquellos que no se habían vacunado aún pero ya querían hacerlo empujados por el pasaporte COVID, e incluso personal sanitario, docente y mayores de 60 años recibiendo la tercera dosis.
Lo que iban a ser las navidades más parecidas a un regreso a una cierta normalidad se han recrudecido por la alta transmisibilidad de ómicron, siendo el retorno de la obligatoriedad de la mascarilla en exteriores, desterrada seis meses atrás, la medida de mayor impacto en la población entre las anunciadas por Pedro Sánchez en la conferencia de presidentes, el paso previo —hay posibilidad de recular— para anunciarla en el Consejo de Ministros y que entre en vigor. Especialmente porque a estas alturas de la pandemia ya parecía asumido que, como la desinfección de aceras, era una medida más bien leve para frenar la transmisión.
Uno de cada mil contagios
La literatura científica se ha llenado de estudios en torno al uso de la mascarilla en exteriores y su efectividad para evitar contagios. En Irlanda, de los 232.164 casos de contagios detectados durante los primeros doce meses de la pandemia, se determinó que solo 262 tuvieron lugar al aire libre, el 0,1% del total, según el Centro de Vigilancai de Protección de la Salud (HPSC), si bien hay un 20% de casos de transmisión comunitaria en los que se desconocía la fuente del contagio. En el mismo país, Mike Weed, profesor de la Universidad de Canterbury, estudió 27.000 casos positivos concluyendo que la transmisión al aire libre "era insignificante".
Mucho antes, en mayo de 2020, China estudió 1.245 casos de contagio y detectó que solo dos de ellos ocurrieron al aire libre y entre personas sin mascarilla. Otro estudio posterior en Wuhan con más de 7.000 contagiados pudo fijar en una sola persona la cantidad de contagiados en exterior.
Un escenario respaldado por varios epidemiólogos a lo largo de la pandemia, con la rápida dispersión de las partículas virales al aire libre como argumento habitual y sugiriendo que tendría sentido limitándola a población vulnerable o en entornos de alta concentración humana, algo que no ocurrió en España, donde era tan obligatorio usarla en una plaza masificada como para caminar a solas por el monte.
Ok, was trying to stay off Twitter until Saturday but this question of children masking outdoors (in camps, etc.) keeps coming up. Let's discuss #outdoortransmission. Viral particles disperse quickly in the outside airhttps://t.co/VWJe2Gt2os
— Monica Gandhi MD, MPH (@MonicaGandhi9) May 6, 2021
I must agree. I am generally a hawk about maintaining rules with a clear benefit. Outdoor masking has notable costs and really no evidence of benefits https://t.co/tYTDm9slVX
— Marc Lipsitch (@mlipsitch) April 19, 2021
En España se ha mantenido obligatoria en ciertos entornos, como eventos deportivos, donde podía ser complicado mantener la distancia de seguridad en todo momento. Todavía no se tiene conocimiento de que haya habido macrobrotes al aire libre.
Por otro lado, la obligatoriedad de la mascarilla en exteriores también puede servir para desincentivar las reuniones en estos espacios y derivarlas a interiores, territorios mucho más fértiles para los contagios, dado que no habrá diferencia respecto a estar en exteriores, y en el caso de la hostelería, lógicamente se permite estar sin mascarilla al menos mientras se esté consumiendo, siendo normal en la práctica pasar todo el rato allí sin ella.
Quizás era más razonable reforzar su obligatoriedad en entornos de alta concentración humana y seguir eximiendo de ella en situaciones normales. Sobre todo en uno de los países donde un mayor porcentaje de la ciudadanía ha acudido a vacunarse.
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