Es el año 1954, casi una década después del final de la guerra. Las excavaciones arqueológicas comienzan en la isla de Hëlgo situada dentro del lago Mälaren en Suecia. Los resultados se suceden con rapidez, encontrando restos de un asentamiento comercial y manufacturero vikingo que incluía un taller en las inmediaciones. Sin embargo, los excavadores se dan cuenta con rapidez de que este lugar iba a ser diferente a los demás.
Porque en él se encuentran varios artefactos cuyo origen está a miles de kilómetros de distancia.
Además de monedas éxoticas de origen árabe y vidrio procedente de los francos, se encuentran tres items que posteriormente se conocerían como Tesoro de Hëlgo. Está compuesto por un báculo de obispo procedente de Irlanda, un cazo de origen copto de la iglesia egipcia y una estatua de Buda hecha de bronce.
¿Qué hacía una estatua de Buda en manos de los vikingos?
Esta figura de bronce captó todas las miradas de los investigadores, puesto que habría viajado más de 5.100 kilómetros (en línea recta) en una época en la que no había rutas comerciales directas entre Suecia y el lejano oriente. La estatuilla fue creada alrededor del siglo V en la región de Cachemira, actualmente en disputa entre la India y Pakistán.
Según los arqueólogos, este Buda cuenta con una pequeña pieza de plata en su frente simbolizando el tercer ojo. Además, tiene los lóbulos de las orejas muy largos como muestra de que pertenece a la realeza y está sentado en la posición del loto, que denota pureza.
Los investigadores estiman que la figura llegó hasta su destino vikingo siguiendo un complicado camino. Primero, a través de la Ruta de la Seda hacia el Mar Negro y de ahí al mar Báltico. O puede que simplemente de la India hasta el Mar Caspio y de ahí por el Volga y sus afluentes. Contaba con unas tiras de cuero a su alrededor que indican que probablemente fue utilizado como talismán pegado al cuerpo por los mercaderes que lo transportaban.
El viaje no se hizo de golpe, sino que habría pasado de mano en mano durante unos 200 o 300 años, antes de acabar en una casa vikinga. Estos hechos son los que le han bastado a este Buda para aparecer en una edición especial de un sello sueco en el año 2015.
El Buda viajero, junto con el resto del tesoro y artefactos encontrados en Hëlgo pueden visitarse en el Museo Nacional de Historia Sueca.
Vikingos, capaces de llegar al fin del mundo
Tras aterrorizar buena parte de las costas del norte de Europa con su pillaje, es comprensible que los vikingos buscaran zonas vírgenes que saquear. Obligados a echarse al mar debido a la potencia de sus enemigos en el sur (principalmente Carlomagno), la navegación era su única salida.
Aparte de Suecia y la costa noruega, los Vikingos establecieron asentamientos permanentes en Islandia y Groenlandia. En esta última, tuvieron dos colonias separadas entre sí por 500 kilómetros de distancia: una en la punta sur de la isla y otra al noroeste. Entre ambas colonias se estima que habitaron entre 2.000 y 3.000 vikingos y se han encontrado restos de más de cuatrocientas granjas.
Llegaron a navegar y comerciar por el Mediterráneo, entrando en contacto con los habitantes de nuestra península así como del norte de África y el imperio de Bizancio. Aunque tal vez el destino más sorprendente sea en Norteamérica. Concretamente, en Terranova, la actual Canadá. A miles de kilómetros de distancia de su hogar.
La razón de que los vikingos pudieran viajar tan lejos mucho antes que cualquier otro europeo se encuentra en las velas de sus barcos. En aquella época eran más abundantes los barcos propulsados por remos, pero los vikingos aprovechaban la fuerza del viento para desplazarse de una manera mucho más importante.
Ambos sistemas de propulsión les permitían moverse con rapidez y ser más flexibles en sus ataques. Los remos les permitían entrar en conflicto en condiciones en las que una vela no lo hubiera permitido. Aunque, como sabemos, los vikingos también eran excelentes mercantes y comerciaban con los mismos pueblos que luego saqueaban sin piedad.
Esclavos del otro lado del mundo enterrados vivos
El papel de los esclavos en la economía vikinga nos proporciona otro punto interesante de contacto con culturas lejanas. Los esclavos o thralls eran la parte más baja de la sociedad nordesa, después de los nobles y los ciudadanos libres. El origen de estos esclavos era la guerra y el pillaje o, simplemente, porque habían nacido en una familia esclava.
Aunque había familias vikingas con 30 esclavos, lo normal era tener uno o dos. Las condiciones de vida variaban enormemente dependiendo del dueño que tuvieran. Los thralls podían ganarse su libertad si la compraban, heredaban o porque su amo así lo deseaba. Pero entonces no pasaban al grueso de ciudadanos libres sino que formaban parte de un grupo social intermedio entre esclavos y ciudadanos.
Tal vez lo más impresionante de todo esto es que algunos esclavos elegían de manera voluntaria ser enterrados junto a sus amos cuando morían (aunque claro, la alternativa era morir de hambre o devorados por los perros). Así lo interpretan los arqueólogos que encontraron los restos del Barco de Oseberg, desenterrado a comienzos del siglo XX.
Entre esos restos se han encontrado los esqueletos de dos mujeres de entre 50 y 70 años. Aún se conservaban trozos de sus vestidos, que se cree indican que su dueño era alguien muy importante (se especula con que la mayor de ellas era la reina Åsa, abuela del primer rey de Noruega).
Sin embargo, la otra mujer (que era esclava) encontramos pistas de que existió contacto entre culturas tan distante como la vikinga y la persa. El ADN analizado en la mujer más joven indica que el haplogrupo mitocondrial era el U7, propio de Irán, Pakistán y Kurdistán.
Y así cerramos de nuevo el círculo. A lo largo de los siglos y a pesar de los miles de kilómetros que separaban ambas regiones, viajaron no solo objetos decorativos y religiosos sino también personas. Aunque acabaran siendo comprados y vendidos como esclavos por alguna causa que jamás conoceremos.
Imágenes | Pinpin, Swedish History Museum, Asoka, Karolina Kristensson.