Centenares de protestas tomaron las calles de las ciudades estadounidenses durante el mes de mayo, tras la muerte de George Floyd, pero sólo una se ha extendido lo suficiente en el tiempo como para transformarse en una "comuna": la de Seattle. El 9 de junio, tras varias noches de enfrentamientos con las autoridades, un grupo de manifestantes tomó el barrio de Capitol Hill. Y lo declaró una "zona autónoma" libre del control policial.
Un experimento que ha terminado hoy. Y mal.
El inicio. Se remonta a las semanas finales de mayo, cuando decenas de protestas salpicaron el interior de la ciudad. En Capitol Hill adoptaron un tono más agresivo. La policía se desplegó con igual intensidad. La escalada de la violencia provocó que dos despachos de abogados, el Sindicato por las Libertades Civiles y la Escuela de Derecho de la Universidad de Seattle, presentaran una demanda contra la ciudad por la "excesiva" fuerza empleada por los agentes "diariamente".
El gobierno de la ciudad, controlado por la demócrata y muy progresista Jenny Durkan, optó por retirarse. Abandonó la comisaría del barrio, tomada por los manifestantes, y atendió a las demandas de los manifestantes, muy hostiles al control y a la presencia policial. En la práctica, Capitol Hill se convirtió en una zona ocupada al uso de Wall Street o de la Puerta del Sol en 2011.
La aceptación. Originalmente CHAZ (Capitol Hill Autonomous Zone), más tarde CHOP (Capitol Hill Occupied Protest), la comuna contó con el beneplácito de las autoridades. Durkan lo definió como un ejercicio de pura "democracia" frente a los inevitables ataques de Trump. Y la jefa de policía de Seattle, Carmen Best, apoyó la retirada: "Los manifestantes lo han solicitado. Quieren las calles para marchas pacíficas, y les vamos a facilitar la oportunidad. Es un ejercicio de desescalada".
El desarrollo. Capitol Hill se convirtió entonces en un entramado de tiendas de campaña, barricadas y puestos improvisados. Los reportajes iniciales sobre el movimiento hablaban de un ambiente extraordinariamente "relajado" y cooperativo. Se establecieron puestos de comida (gratis y de pago), un centro médico compuesto por voluntarios, un jardín comunal, charlas, proyecciones de documentales y películas, mítines, murales, actuaciones musicales y asambleas organizativas.
Se trataba, como uno de los participantes declararía, de "demostrar a través de la acción y la práctica que no necesitamos a la policía, que podemos satisfacer las necesidades de nuestra comunidad sin ellos".
Demandas. ¿Pero qué pedía el CHOP? A grandes rasgos, reducir la financiación del departamento policial (en torno al 50% de su presupuesto actual); acabar con la violencia policial contra los hombres afroamericanos; y convertir Capitol Hill en una zona libre de policía dedicada a la "justicia conmemorativa". Al igual que en otros movimientos espontáneos similares, la gran disparidad de voces y la ausencia de liderazgo claro dificultaba encontrar un mensaje común y claro.
Controversia. Naturalmente, la ocupación tuvo un carácter muy polémico desde el primer momento. Numerosos medios conservadores juzgaron los acontecimientos de Seattle como un insostenible ejercicio de anarquía y ausencia de "ley y orden". Proliferaron las noticias falsas (como que los manifestantes estaban extorsionando a las tiendas y comercios del barrio), y se acusó a un rapero local de controlar y liderar la protesta al servicio de Antifa, cual "señor de la guerra" (falso).
Lo cierto es que por tantos apoyos como pudiera recibir (Seattle es una ciudad muy liberal, activista y progresista, antaño origen del movimiento antigloblalización), el CHOP aglutinó un buen número de detractores. El 25 de junio un grupo de tenderos y propietarios del barrio denunció a la ciudad por "abdicar" de sus funciones y responsabilidades (en esencia mantener el orden y la seguridad jurídica).
Y problemas. Para entonces la comuna ya había entrado en el caos. El 20 de junio se registró el primer tiroteo, en la periferia del barrio. Un hombre de 19 años perdió la vida y otro de 33 fue gravemente herido. Episodios similares se registraron al día siguiente y dos días más tarde, esta vez sin fallecidos pero sí con heridos. El ambiente nocturno empeoró. Las agresiones, los robos y los enfrentamientos aumentaron.
Hasta que el 29 de junio se registró una segunda muerte. Dos adolescentes (uno de 16 años y otro de 14 años, ambos afroamericanos) fueron tiroteados mientras conducían un Jeep blanco. El coche se estrelló en una barricada. El primero murió en el hospital, el segundo sigue en estado grave. Hay un vídeo del incidente. Se escuchan una veintena de disparos. Cinco tiroteos después, fue la gota que colmó el vaso.
Hacia el fin. La alcaldesa planteó el desmantelamiento ya la semana pasada, pero no fue sido hasta ayer cuando la policía, aparentemente sin resistencia, ha vuelto a entrar en el distrito. "Dos hombres afroamericanos han muerto en un sitio que presume de trabajar por Black Lives Matter", explicaría la jefa de policía, Carmen Best, originalmente favorable a la comuna, tras el último tiroteo. "Necesitamos volver a entrar en el barrio. Esto es peligroso e inaceptable". El 1 de julio, llegó a su fin.
Como se desarrolla aquí en boca de varios manifestantes, el CHOP se había convertido en un área peligrosa. La ausencia de control policial atrajo una mayor criminalidad desde los barrios deprimidos y periféricos de la ciudad. Numerosos participantes pacíficos abandonaron progresivamente el proyecto. Tres semanas después, lo que comenzó como un 15-M local ha terminado del peor modo posible.
Imagen: Derek Simeone/Flickr