Un día, agobiados por un deadline, tras un día desastroso en el trabajo o presos de la sensación de que no estamos avanzando y los proyectos se van acumulando, nos sorprendemos navegando por páginas de 'productividad personal'. Pronto comenzaremos a seguir todas las reglas del universo (muchas de ellas contradictorias), a organizar nuestra vida en tareas, a hacer descansos siguiendo la técnica de moda o a descargarnos la última killer app para la productividad.
Google devuelve casi 29 millones de resultados si buscamos 'personal productivity'. Hay centenares de decenas de libros, miles de blogs, charlas, cursos, procesos de coaching, etc. Toda una industria en pleno crecimiento. Pero, ¿Qué dice la ciencia de todo esto? ¿Existen métodos basados en la evidencia? Si esperan leer la típica lista de consejos sobre productividad, creo que vamos a decepcionarles. Y, visto lo visto, eso puede ser lo mejor que les podría pasar.
Mucho ruido y pocas nueces
Hay toneladas de contenidos, pero, curiosamente, hay muy poca investigación científica sobre el tema. Incluso la que posiblemente sea la metodología más famosa y extendida del planeta, la GTD de David Allen, no goza de ningún tipo de respaldo empírico.
Y no es porque no se pueda. Pese a la mala prensa de la autoayuda, existen metodologías que tienen aval científico contrastado (Norcross, Campbell, Grohol, Santrock, Selagea y Sommer, 2013). No existe ninguna razón técnica que impida contrastar científicamente la efectividad de los métodos y técnicas de productividad personal.
La pregunta clave es por qué no se hace y la respuesta, me temo, es que la ciencia es arriesgada (Borsboom, 2006). En la industria de la productividad personal no hay incentivos para poner las cartas encima de la mesa y denunciar que el Rey suele estar desnudo. Pero no se lleven las manos a la cabeza, médicos respetables han estado vendiendo curas milagrosas para la calvicie a sus pacientes sin mayor problema (Kligman y Freeman, 1986; Simmons, 1985)
Entonces, ¿Nos puede ayudar la ciencia a ser más productivos?
A día de hoy, no mucho. Es verdad que revisando la investigación que existe podemos extraer algunas ideas pero poco más. Además, estas ideas no funcionan como herramientas, metodologías o técnicas. En realidad, son principios generales que nos ayudan a identificar fuentes de problemas para nuestra productividad.
Como siempre comentamos, no existen fórmulas mágicas. La forma en que cada persona se relaciona con su entorno y, en consecuencia, con su trabajo es única. Habrá técnicas que funcionen para unas personas y otras (la mayoría) que no lo hagan. Lo más interesante es que para cada caso hay una estrategia que no coincide (o no tiene por qué coincidir) con la de otros. Por ejemplo, y aunque pueda parecer raro, para la gente con tendencia a la procrastinación tener menos compromisos les suele funcionar peor que tener más.
En este sentido, sólo una reflexión valiente y sincera sobre nuestros objetivos, valores, capacidades y limitaciones puede hacernos ser más productivos.
Algunos consejos de productividad basados en la evidencia
«Búscate una buena empresa»
Puede parecer un poco raro, pero el mejor consejo que se puede extraer de la literatura actual para mejorar tu productividad personal es buscar una buena empresa o, en caso de los freelances, unos buenos clientes y un buen entorno de trabajo (Huselid, 1995; Guzzo, Jette y Katzell, 1985).
El mejor consejo de productividad es este: Busca una buena empresa.
Nuestra productividad no depende exclusivamente de nosotros mismos. Sabemos desde hace décadas que las empresas que adoptan un estilo de relaciones cooperativo y basado en la resolución de conflictos son más productivas que las que adoptan un estilo de relaciones basado en la competencia interna (Cutcher-Gershenfeld, 1991) o que los entornos de trabajo donde hay pocas quejas y pocas medidas disciplinarias incrementan la calidad del trabajo y la eficiencia del trabajo (Katz, Kochan y Weber, 1985)
Trabajar en entornos innovadores (Katz, Kochan y Keefe, 1987), formativos (Bartel, 1994) y con alta calidad de vida laboral (Katz, Kochan y Gobeille, 1983 y Schuster, 1983) impulsa sorprendentemente la productividad.
«Cambia, adáptate»
Existe la teoría de que, una vez criados, somos como somos y nada lo puede cambiar. Es cierto que conforme envejecemos nos volvemos (psicológicamente) más lentos, menos ágiles y más torpes. Pero poco más.
Simplemente no es cierto. Los adultos pueden cambiar. De hecho, cambian constantemente. Y es cuando no lo hacen, cuando no se adaptan a las circunstancias, cuando empiezan a surgir los problemas.
Los adultos cambian. Cambian costantemente.
La cuestión es que cambiar no tiene por qué ser sencillo (López, 2008): a veces es algo natural y otras veces es algo casi imposible (Bandura, 1977). Lo importante es tener clara lo que, por analogía con el concepto ‘core business’ (la actividad más importante y esencial de una organización o empresa), llamamos "core life". ¿Qué es lo más importante en nuestra vida? ¿Qué estamos dispuestos a ceder para conseguirlo?
Sabemos que una vez que sabemos cuales son nuestros valores (nuestra misión y nuestra visión) el cambio es más sencillo y la adaptación más natural (Osborne, 2003)
«Trabaja menos»
Hace unos años, Tony Schwartz (un autor norteamericano que tiene en su haber, entre otras cosas, haber escrito un libro con Donald Trump) publicaba un artículo en el New York Times titulado '¡Relájate! serás más productivo'. Se levantó una gran polémica.
En este caso, parece que la ciencia le da la razón. Más o menos. Las tensiones y urgencias de la vida diaria nos llevan de forma natural a centrarnos sólo en las áreas más conflictivas/absorbentes de nuestra vida como el trabajo (Ferster, 1973).
No basta con 'trabajar menos', hay que tener una vida fuera del trabajo.
El riesgo de caer en una espiral de retroalimentación negativa es permanente (Hopko y otros, 2003; Ferster, 1973).
Por eso no basta con 'dejar de trabajar' simplemente. Hay que crear hábitos que nos impidan seguir trabajando (Pagoto y otros, 2008) y nos ayuden a equilibrar nuestra vida: cosas como hacer planes, tener compromisos con terceros, realizar actividades de grupo, etc. En muchos casos, esa es la única forma de tener espacios y momentos para disfrutar, para desconectar o para hacer cosas que nos motiven más allá del trabajo.
Por supuesto, en este caso estamos buscando el equilibrio entre las distintas partes de nuestra vida, no estamos insinuando que dejes de trabajar en absoluto. Eso tampoco es bueno (Stankunas, Kalediene, Starkuviene y Kapustinskiene, 2006).
«Encuentra tu nivel óptimo de estrés»
El estrés es uno de los grandes problemas de nuestra época. El estrés crónico tiene importantes efectos sobre nuestra salud: desde dolores crónicos de cabeza a migrañas, diabetes (Surwit, 2002), hipertensión, obesidad o problemas cardiovasculares.
Los hábitos de vida saludables son clave para la productividad
Pero, a su vez, el estrés tiene un papel fundamental en el aumento de nuestra capacidad de trabajo, en nuestro nivel de atención y en nuestra creatividad (Nguyen y Zeng, 2007).
No debemos llevarnos a engaño, pese a la mala prensa, el estrés no siempre es malo. Como hemos comentado en otra ocasión:
el estrés es como una cuerda de guitarra. Si está demasiado suelta no sonará bien (o no sonará en absoluto), si está demasiado tensa puede romperse. La cuestión no es aporrear las cuerdas sin ton ni son, ni tener los mejores diapasones, metrónomos o afinadores. La cuestión es ir aprendiendo poco a poco, a fuerza de práctica y responsabilidad, cuando estamos afinados.
Encontrar ese nivel óptimo de estrés es clave para mejorar la productividad. Aunque no debemos perder de vista que esto es sólo una parte de la necesidad de desarrollar hábitos de vida saludable, junto con hacer deporte (Hudson, 2006) o tener una dieta equilibrada (Gailliot y Baumeister, 2007; Conner, Brookie, Richardson y Polak, 2015).
«Ríndete»
Y llegamos a la recomendación más extraña de hoy. La actual ciencia conductual lo tiene claro: la mejor forma de ser productivo es dejar de intentarlo (Hayes, 2001). Los intentos de medir y controlar cada segundo de nuestra vida, la obsesión y el esfuerzo por ser productivos, son uno de los grandes impedimentos para serlo (Hayes, 2004). Puede parecer contraintuitivo, pero si lo pensamos tiene sentido.
Cuando hablamos de productividad personal buscamos fundamentalmente cómo evitar comportamientos que nos hacen ser menos productivos y cómo incrementar los que nos hacen serlo más. Pues bien, la cruda realidad es que contra la mayoría de los comportamientos poco productivos como la falta de atención, el aburrimiento, el estrés, etc... no se puede combatir directamente (Hayes, 2004). Luchar en exceso por concentrarte, solo tiene efectos aún peores en la atención.
La obsesión por ser productivos es el mayor impedimento para serlo
El camino a la productividad real se basa en dos ideas fundamentales (Harris, 2006): 1) aceptar que existen experiencias indeseables (ansiedad, miedo, desgana, etc...) que están fuera del control personal y 2) comprometerse a vivir una vida orientada a lo que realmente queremos.
Imagen | Sean MacEntee
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