'Lost' inició el boom de las series, y una de las que llegaron después aspirando a ser su heredera fue 'Flashforward'. Tenía un argumento atractivo: la población mundial pierde el conocimiento durante 137 segundos en los que sueña con el que será su futuro. Tras despertar, el mundo se organiza para entender qué ocurrió y por qué unos pocos no se desvanecieron.
Ese punto de partida se fue deshinchando. No era una mala serie, pero no estaba a la altura de la promesa inicial. Su única forma de mantenerse fue abusar del cliffhanger: finalizar los episodios con una escena de máximo suspense para retener el interés del espectador. Una y otra vez.
Interés forzado
Con Flashforward entendí que una serie que fuerza constantemente el cliffhanger es una serie que no se sostiene, como el escritor que utiliza demasiados adjetivos etéreos. Casualidad o no, Flashforward fue cancelada a la primera de cambio.
Unos años después empecé a ver 'Better Call Saul'. Me convenció de principio a fin, y en su estreno, con aquellos planos en blanco y negro del Bob Odenkirk del futuro, vi las antípodas de Flashforward: en lugar de terminar cada episodio con dramatismo para disparar la curiosidad por el siguiente, directamente empezaron revelando el final de la historia. Dejaron algo de tela por cortar, pero viendo el primero ya sabías cómo terminaría McGill. Y no reventó la trama. Al contrario: sus seis temporadas fueron creciendo en calidad. La consecuencia de que una serie sea tan buena que da igual saber cómo termina, porque disfrutas de todo el viaje.
Hace unos días me descubrí a mí mismo entrando con miramientos a Twitter y Reddit. Por imperativo profesional, pero como quien esquiva bombas en un campo de minas. Concretamente, esquivando spoilers del tercer episodio de la fenomenal 'The Last of Us'.
No le vi demasiado sentido.
Una serie que se arruina con un spoiler no puede ser una gran serie
Flashforward vivía del cliffhanger permanente, pero Better Call Saul no. Y The Last of Us, en lo visto en estos tres primeros episodios, está mucho más cerca de la segunda que de la primera. ¿Qué sentido tiene angustiarse por evitar spoilers cuando disfrutamos de una serie mucho más allá de sus finales con suspense?
Las grandes series se disfrutan por el viaje, no por el destino. Hubiese disfrutado igual viendo The Leftovers aunque hubiese sabido su final de antemano. ¿Acaso no nos impactó la brutal Chernobyl (HBO) aunque sabíamos perfectamente cómo terminaba la historia?
Con la llegada de los servicios de vídeo bajo demanda, especialmente con el modelo de Netflix —todos los episodios estrenados de una tacada—, el arte de esquivar spoilers ha tenido que depurarse. Con la distribución semanal había margen. Ahora alguien puede contarte el final de la temporada el mismo día de su estreno.
Tampoco se trata de ser tan irrespetuoso como para destripar argumentos públicamente a sabiendas de que habrá quien prefiera llegar limpio al capítulo. Considero legítimo querer reservar sorpresas, pero cada vez veo menos fuste a la vida del funambulista, viviendo en el alambre de evitar spoilers. Si el suspense es el único aliciente para mantener la experiencia de una serie, quizás sea un indicador de que la serie tal vez nos entretenga, pero no nos marcará demasiado. Será otra más en una enorme lista, intercambiable, prescindible.
No hay nada de malo en ver este tipo de series, no podemos aspirar a acceder cada martes por la noche a una experiencia única en nuestra vida y a ver únicamente las mejores series de la historia. Pero al menos, no actuaré como si ocurriese.
Una serie que se arruina con un spoiler no puede ser una gran serie.
Imagen: Javier Lacort con MidJourney.
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