Decía Sean Parker, cofundador de Napster junto a Shawn Fanning, que su invento le pasaba la mano por la cara a Spotify y cualquier alternativa moderna. De aquello ha llovido bastante y Spotify se ha especializado en playlist para todo tipo de públicos, en recomendaciones semanales y recomendaciones sobre esas recomendaciones.
De tal palo tal astilla
La historia de la revolución digital es conocida: en 1986 nace el MP3, aunque no es hasta 1992 cuando el Moving Picture Experts Group lo aprueba. El MP3 es un formato de compresión de audio digital, usando un algoritmo con pérdida con el fin de reducir el tamaño del archivo de audio. Gracias a este peso pluma, y en plena expansión de redes y portales de descarga, surge una especie de burbuja que lo masifica todo.
De repente tenías acceso a música que no sabías ni que existía, de lugares remotos, incluso antes de su comercialización
De repente tenías acceso a música que no sabías ni que existía, de lugares remotos, incluso semanas antes de su comercialización oficial. Los especialistas en electrónica encontraron un filón en esta nueva forma de consumir música. Y Napster llegó en el momento clave.
Con más de 20 millones de usuarios hacia febrero de 2001, con demandas millonarias corriéndoles por la espalda, Napster se transformó en una especie de buque por la libertad y la independencia. Disparó la popularidad del ‘Kid A’ de Radiohead gracias al boca a boca, incluso ha sido relacionado con el éxito de Facebook, no sólo con la parte negativa de la industria discográfica.
De repente, todo el mundo quería su propia plataforma de distribución de archivos: nacen Gnutella, Kazaa, eMule, BitTorrent, LimeWire, Ares, Azureus… Y Soulseek, de aquella jauría de vástagos preparados para compartir y celebrar, de todos los clientes P2P que emulaban el formato original, era el más guapo de todos.
Soulseek es coral pero no invasivo, arcaico pero funcional
Chat, una comunidad fiel, velocidad de transferencia marcada por el usuario y una interfaz limpia centrada únicamente en las carpetas que cada "cliente" desea compartir: Soulseek es coral pero no invasivo, arcaico pero funcional. Sus años de veteranía lo han ido perfeccionando hasta convertirse en el programa ideal.
De dónde viene Soulseek
Su nacimiento no tiene la mayor trascendencia: ex programador de Napster y con un FTP idéntico, Nir Arbel fue el responsable de escribir el código y distribuirlo en la red. Todo comenzó con aquel manifiesto-lista de correo-núcleo de debate sobre el IDM (Intelligent Dance Music), una suerte de ágora del debate creativo. Durante los primeros compases, el género habitual de la plataforma era electrónica underground, músicas relativamente inéditas que los DJ’s intercambiaban para pinchar en fiestas de guardar.
Soulseek fue creciendo y fagocitando clientes —primero AudioGalaxy, después la base de usuarios de Kazaa— a la vez que ampliaba horizontes —primero SoulSeekQt, SolarSeek, después clientes nativos como SoulSeeX o iSoul— y, de un puñado de diletantes debatiendo en privado sobre breakbeat y noise rock, la esfera creció hasta picos con 200.000 usuarios. Pero Soulseek pervivió gracias a su caótico orden de pestañas y permisos, a su identidad recoleta y nula ambición. Nadie monetizó el invento, sino que subsistió de la forma más profana posible: a través de buena fé.
Nadie monetizó el invento, sino que subsistió a golpe de buena fe
Uno diría que, 17 años después, sólo quedan vestigios de aquellos años dorados de comercio estelar. De lo segundo tal vez, pero la plataforma sigue tan viva como el primer día. ¿O es que el éxito sólo puede medirse pasado el punto de rentabilidad, en gráficas ascendentes?
Ser o no ser "pirata"
De la Napster original queda la fonética. Su asociación con Rhapsody ha levantado los ánimos, pero sus menos de 4 millones de suscriptores palidecen frente a los 40 millones de suscriptores y 100 millones de usuariospresentes en Spotify, o a los 17 millones de abonados a Apple Music. Esta es, desde luego otro tipo de batalla, una de licencias
Si querías llevarte algo tenías que pagar el precio: música a cambio de más música
En Soulseek nunca sentías que estabas ejerciendo piratería. «Eso díselo a un músico», me replicaréis. Y sí, suena a un romanticismo demasiado perverso. Me explico: tenía un disco duro de 120 GB con álbumes sueltos. Muy organizado, con todo fechado y taggeado. Entré a Soulseek con la intención de tapar los agujeros de mi colección analógica. Y no era buena idea. No funciona así.
Si querías llevarte algo tenías que pagar el precio. Al principio era una sensación extraña ver como un tipo de Kentucky hurgaba entre tus carpetas, abriendo una a una, y seleccionando canciones sueltas para descargar. Era como si entrara en tu casa un primo lejano que sólo conociste durante la infancia y, a los cinco minutos de estrecharle la mano, empezase a abrir cajones por todas las habitaciones.
Pero luego te saltaba en negrita una pestaña de chat. Alguien te hablaba en inglés de contracciones y tono directo: «eh, veo que tienes casi todo Soundgarden, pero te faltan los EP ‘Screaming Life’ y ‘Foop’, además de los bootlegs de cuatro directos que dieron durante 1986». Y entonces sabía que algo iba a pasar.
Ya da igual que conocieras o no a esa banda, que los CD’s y las cintas originales estuvieran en una estantería a dos metros del PC. Te estaban diciendo que no sabes tanto de tu grupo favorito, que aún puedes conocerlo a un nivel más íntimo. Y así con todo. Porque las personas que compartían eran eso, personas.
Te estaban diciendo que, en realidad, no sabes tanto de tu grupo favorito
Según fui agregando usuarios a “favoritos” vi cómo pasaban de dejarme acceder al mainstream más idiota, esa música que guardas por pinchar en un cumpleaños, a dejarme husmear entre sus placeres secretos: mientras medio mundo descubriría a Rodríguez gracias al documental que Malik Bendjelloul escribió y dirigió, en Soulseek había un tipo que guardaba rippeos de sus multitudinarios conciertos. Aquello era el Valhalla.
Podías entrar en un chat de “prog-power-speed” conociendo a dos exponentes del género y salir con las maquetas en mano de bandas emergentes que estaban haciendo lo mismo, y mejor. Las salas de chat estaban llenas de toda clase de seres humanos: desde el celoso que jamás comparte y no respondería un “hola” ni a punta de pistola, hasta el que saltaba al quite con un «hola-tengo-un-blog-quieres-escribir-reviews». En italiano.
Tu nick se mide en tres valores constantes: cantidad, calidad y velocidad de transferencia
Dependías de la velocidad de tu conexión y de la del compañero: tu nick se medía en tres valores constantes: la cantidad de archivos adjuntos, calidad —si todo tu material está comprimido en MP3 a 192 kbps nadie te hace ni caso— y tu velocidad de transferencia. También puedes ocultar tus carpetas, pero llamarás más la atención si arrastras un bagaje de 400.000 canciones.
Se creaban sinergias al vuelo mientras el pajarraco del icono abría las alas: «venga, tú coges todo lo de Dylan pero yo me quedo con todo lo de los Kinks». Así que abríamos o cerrábamos kilobytes a conveniencia. Sólo hay un método: solicitas acceso amablemente, y si no te dan permiso, te das la vuelta y te vas. Aún deberíamos aprender de esto.
Solicitas acceso amablemente, y si no te dan permiso, te das la vuelta y te vas
También te encontrabas con usuarios chantajeando y cortando la conexión con la descarga al 99% con el aviso: «¿lo quieres? Dame a cambio algo que valga la pena». En Soulseek descubrí a ‘Chage & Aska’, algo así como nuestros Pecos a la japonesa. A ‘Explosions In The Sky, a ‘Necromandus’ y bandas que sonaban viejas ya en 1971, a ‘Sun Ra’ o la propia ‘Sia’ y los lugartenientes de un pop sinfónico que hoy puedes encontrar tropezando por la calle.
De aquellos grupos de 400 y 500 personas apenas quedan 40 o 50 vasallos. Todas esas cifras han bajado un dígito —algunos, por el nombre, siguen dando miedo visitarlos, como si vivieran un perpetuo rito ceremonial para cinco miembros que comparten “rare esoteric psych 70 rock”—, pero la estructura es exactamente la misma: antes de descargar un sólo archivo debes presentar credenciales.
Y vivir para contarlo
Durante estos 17 años de vida, Soulseek tampoco ha hecho referencia a la piratería per se. Entre los primeros autores musicales se compartían obras personales sin afán de lucro, se divagaba sobre el movimiento fluxus y la elusividad de cuanto nos rodea.
De sus comienzos de perfil bajo nació el “sello discográfico” Soulseek Records; después se transformó en SUAL. Toda la música alojada bajo este cuño era libre de copyrights. Nacía para ser compartida. Del primer CD, ‘The Soulseek Compilation’, llegó ‘The One Minute Massacre’, un álbum conceptual basado en la idea del flujo continuo: un usuario grababa una idea y, sobre ella, el siguiente tenía que continuar. Una suerte de “teléfono escacharrado” con hasta 40 músicos implicados.
El eco de estas acciones se reprodujo en festivales como el Lab30, en Augsburg, Alemania. Usuarios como Manfred Genther fomentaron este intercambio cultural más allá de la música, y la cita alemana se convirtió en una especie de Consejo para que un puñado de pinchadiscos y amantes de la performance se vieran las caras más allá de los monitores TFT. Hoy es un referente europeo. Ha pasado más de una década y las ganas por experimentar y descubrir cosas no han hecho sino crecer.
Uno de esos usuarios, con los que compartí archivos a lo largo de estos años, recuerda como «pasaron cinco años desde la última vez que entraba con mi usuario y cuando volví todo todo estaba exactamente igual. Las salas de chat que había creado, las carpetas asociadas, etcétera. Mientras el mundo entero ha cambiado —sólo hay que observar desde la perspectiva del streaming, de Bandcamp, Soundcloud o las playlist de Youtube— mi cliente, el ‘SoulseekQt build 2013.11.6’, sigue en el mismo punto. Es como visitar a viejos amigos. Antes de nada saludas y empiezas a preguntar por sus vidas». Por cierto, la build más reciente es la SoulseekQt-2016-4-24.
Otro usuario, especialista en cualquier forma de música venida de Corea del Sur, reconoce que «Soulseek es como los viejos foros, donde los propios usuarios autorregulan el contenido. Si alguno se pasa de listo se bloquea para que el buscador ignore tu contenido y punto».
Y añade que «a estas alturas, todo el mundo sabe a lo que va: a por un disco concreto, algo que pides para que te busque un tercero. Una pena que hayamos pasado del “a ese disco le falta una canción” al “me suscribo a tu lista”, para no escucharla nunca. Y también puedes enzarzarte a discutir sobre Trump o el Brexit. Ahora mismo lo están haciendo en el canal de Black Metal».
Estamos rodeados de algoritmos que optimizan nuestro tiempo libre y lo convierten en una agenda de tareas pendientes
La piratería posee un adagio anarquista que se contonea cuando se habla de libertad. No esa piratería empaquetada y distribuida a la Disney, sino aquella que, indistintamente del fundamento de derecho, deja víctimas por uno y otro bando. Estamos rodeados de algoritmos que optimizan nuestro tiempo libre y lo convierten en una agenda de tareas pendientes. Tal y como ese tiempo que no es libre.
Eventos cerca de tu ciudad, música afín, anuncios que sólo verás tú y cuatro como tú, o la lista de personas que aparecerán en Facebook, Instagram y Twitter, dejando por el camino, sin tu consentimiento, aquellos perfiles con los que menos interactúas. Hasta que acabamos aburridos. No hay problema pero, ¿dónde queda nuestra verdadera libertad de decisión?
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