El sueño de nuestros antepasados no era como el nuestro. Hasta que llegó la revolución industrial

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Despertarse en medio de la noche es algo habitual para muchos. Hoy en día es algo que vinculamos a problemas para dormir, pero para algunos, podría ser tan solo una reminiscencia de un hábito pasado arraigado en nuestros patrones de sueño desde hace siglos.

El sueño bifásico es un patrón de sueño en el que las horas de sueño se reparten en dos bloques separados por un periodo de vigilia. Se trata de un patrón de sueño popularizado por el historiador Roger Ekirch y por el psiquiatra Thomas Wehr que de manera independiente estudiaron el fenómeno.

Ekirch descubrió indagando en documentos que cubrían no sólo la edad media sino también la edad moderna una referencia recurrente a los “primeros sueños”. Esto lo llevó a compilar una serie de pruebas historiográficas, procedentes tanto de la ficción como de documentos oficiales, de la existencia de un sueño bifásico en estos periodos.

Según explicaba hace un tiempo a la BBC, este sueño podría tener una primera fase breve, quizás entre las 9 y las 11 de la noche, seguido de un periodo de vigilia que podría haber estado dedicado a actividades de lo más diverso, desde la charla y la oración hasta las visitas sociales. Tras este hiato del sueño, nuestros antepasados habrían vuelto a dormir, esta vez hasta el amanecer.

Wehr alcanzó su conclusión a través de un experimento. Juntó a un grupo de participantes (15 hombres) en un entorno controlado y los privó de luz artificial. Esto hizo que las horas con luz disponible para estos participantes pasaran de 16 a 10.

Bajo determinadas restricciones (a los participantes no se les permitía tocar música o hacer ejercicio) los investigadores observaron que los participantes cambiaron su patrón de sueño a uno bifásico. El cambio sucedió aproximadamente a las cuatro semanas de comenzar el estudio: los participantes comenzaron a repartir sus horas de sueño en dos fases de aproximadamente igual duración.

El trabajo de Wehr también pone en relieve la principal hipótesis sobre por qué la humanidad dejó el sueño bifásico para concentrar el sueño en un solo bloque de sueño ininterrumpido: la revolución industrial.

Un mundo nuevo

El principal factor habría sido el desarrollo de fuentes de iluminación artificial. Durante la segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del siglo XX diversos inventos y mejoras abrieron el camino a que todos los hogares contaran con fuentes artificiales de luz, como lámparas de gas y bombillas.

La revolución industrial no sólo aceleró cambios tecnológicos sino también socioeconómicos. En este sentido, la relación de las personas con el trabajo y el ocio también pudo afectar a este cambio. El trabajo en el campo no conocía de horarios, pero los nuevos trabajos fabriles sí. Esta estandarización del tiempo de los trabajadores pudo también ayudar a que la sociedad fuera adoptando el sueño continuo, como forma de optimizar nuestro tiempo en los días laborales.

Con los años, las sociedades en occidente han avanzado hacia modelos económicos post-industriales y eso ha podido inducir un nuevo interés por otras formas de dormir. Muchas de estas propuestas pretenden aprovechar más las horas del día y algunas resultan poco recomendables desde el punto de vista sanitario.

Los sueños polifásicos son aquellos que reparten las horas de sueño en dos o más bloques (se los llama bifásicos cuando son dos las fases y trifásicos cuando son tres). También existen patrones de sueño con “nombre propio” como el Uberman, que consta de seis ciclos de sueño-vigilia de cuatro horas de los que 20 o 30 minutos se dedican al sueño; o el Everyman, que reserva tres horas de sueño para la noche y después reparte tres siestas de otros 20 minutos a lo largo del resto de la jornada.

No, ni el Everyman ni el Uberman se acercan a las 7 u 8 horas de sueño diarias recomendadas, pero ese es tan solo uno de sus problemas. A lo largo de nuestro sueño nuestro cuerpo atraviesa una serie de ciclos compuestos de cuatro fases: una denominada REM (de movimiento ocular rápido) y tres no-REM.

Cada uno de estos ciclos puede durar entre hora y media y dos horas aproximadamente, por lo que los sueños de 20 o 30 minutos no permiten completar ni uno de estos ciclos. A los sueños breves sí se les atribuyen ventajas como la mejora de la creatividad o la mayor facilidad para alcanzar sueños lúcidos. Pero legar nuestras horas de sueño a breves siestas puede acabar afectando a nuestra salud.

El ser humano tiende a adaptarse a las circunstancias. Nuestros patrones de sueño son un ejemplo de esto. Aún no sabemos si existe un patrón de sueño que sea óptimo y universal para toda la especie (es posible que tal cosa no exista), por lo que podemos asumir que la opción correcta siempre será la que más descansados nos deje y se adapte a nuestras necesidades.

Lo que sí resulta siempre aconsejable es mantener una buena higiene del sueño, que incluye aspectos muy diversos como mantener una vida saludable haciendo ejercicio (aunque no en las últimas horas antes de acostarnos), evitar pantallas y luces al irnos a la cama y mantener horarios regulares de vigilia y sueño.

Estos consejos nos permitirán evitar muchos de los problemas que asociamos con el insomnio. Si despertarnos en medio de la noche no es uno de estos problemas quizá tengamos que responsabilizar de ello a nuestros antepasados.

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Imagen | Annie Spratt 

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