Pensábamos que sobrevivir a un ambiente tan hostil como Chernóbil era imposible. Hasta que llegaron los perros

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Casi 37 años después algunas zonas próximas a la central nuclear de Chernóbil (Ucrania) siguen siendo peligrosas para el ser humano. Aquel terrible accidente, el más grave de índole nuclear que ha tenido lugar sobre la faz de la Tierra, se produjo durante la madrugada del 26 de abril de 1986. El núcleo del reactor número cuatro de la planta se sobrecalentó durante una prueba de seguridad de forma descontrolada y se fundió, desencadenando una catástrofe humana y medioambiental.

La confusión inicial provocó que las primeras medidas de respuesta tardasen en llegar. De hecho, los vecinos de Prípiat, una ciudad situada a apenas 3 km de la central nuclear y en la que vivía buena parte de las familias de los trabajadores de la planta, tardaron casi 36 horas en ser desalojadas. Y durante ese tiempo sufrieron la exposición a un nivel de radiación cuarenta veces más alto que el que el ser humano es capaz de soportar. El impacto que tuvo la radiación ionizante en la salud de aquellas personas fue devastador.

Esta forma de radiación se caracteriza por transportar la energía necesaria para ionizar los átomos del medio o la materia con los que interacciona. La ionización es un proceso fisicoquímico que tiene como resultado la formación de iones, que son átomos o moléculas que adquieren carga eléctrica debido a la captura o la pérdida de electrones. Cuando un átomo tiene el mismo número de electrones orbitando en torno al núcleo que de protones en este último, su carga eléctrica neta es neutra.

Sin embargo, si se produce un exceso o defecto de electrones adquirirá carga eléctrica negativa o positiva respectivamente. Los iones con carga neta negativa se llaman aniones, y los que tienen carga eléctrica positiva son los cationes. El problema que plantea la radiación ionizante cuando interacciona con los tejidos de los seres vivos es que puede llegar a romper los enlaces químicos, modificando la estructura de las cadenas de átomos. De hecho, puede, incluso, dañar el ADN de forma irreparable, desencadenando enfermedades muy graves en los seres vivos.

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Los perros han logrado adaptarse al ambiente extremadamente agresivo de Chernóbil

La capacidad de adaptación de los seres vivos es asombrosa. Bien entrado el 27 de abril de 1986 comenzaron a llegar a Prípiat los autocares que debían evacuar a los habitantes de la ciudad, y la mayor parte de ellos salió rápidamente con lo puesto. Allí dejaron casi todos sus enseres, y también se vieron obligados a abandonar a sus mascotas. Muchos de aquellos animalitos eran perros, y algunos de ellos lograron buscarse la vida en las inmediaciones de la central y subsistir durante el tiempo suficiente para tener descendencia.

Hoy hay cientos de perros vagando por Chernóbil, y muchos de ellos descienden de aquellas mascotas que fueron abandonadas a su suerte en 1986

Hoy hay cientos de perros vagando por Chernóbil, y muchos de ellos descienden de aquellas mascotas que fueron abandonadas a su suerte en 1986. Curiosamente 302 de esos canes están siendo estudiados por varios científicos de distintos centros de investigación, como la Universidad de Carolina del Sur o el Instituto Nacional de Investigación del Genoma Humano, ambos en Estados Unidos, con el propósito de caracterizar su estructura genética. Estos animales pertenecen a tres poblaciones diferentes que han vivido bien en el interior de la central nuclear, bien a una distancia de entre 15 y 45 km de la "zona cero".

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Resulta asombroso comprobar que una población de seres vivos haya logrado sobrevivir durante décadas en el interior de la planta nuclear siniestrada. Pero sí, por sorprendente que nos parezca, lo ha hecho. Este es, precisamente, el fenómeno que ha llamado la atención a los investigadores que acabo de mencionar. En el interesantísimo artículo que han publicado en ScienceAdvances intentan entender cómo funciona el mecanismo genético que les ha ayudado a adaptarse a un medioambiente tan hostil y a transmitir su herencia genética a varias generaciones de perros de cuya fortaleza no cabe ya ninguna duda.

El conocimiento que están recogiendo estos científicos puede en el futuro marcar la diferencia en la medida en que puede ayudarnos a entender qué debe hacer el ser humano para sobrevivir en entornos tan agresivos como lo son aún hoy algunas zonas de las inmediaciones de Chernóbil. Además, están logrando identificar las mutaciones en el ADN que han podido ayudar a estos animales a adaptarse y sobrevivir. No obstante, más allá del conocimiento científico su artículo también recoge un destello de esperanza: "Aunque se han criado de forma salvaje todavía disfrutan mucho la interacción con el ser humano, sobre todo cuando está involucrada comida", apuntan estos investigadores en su artículo.

Imágenes: Clean Futures

Más información: ScienceAdvances

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