Es posible que durante el fin de semana hayáis visto este vídeo en el que un oso polar juega y acaricia a un perro en Churchill, la ciudad canadiense conocida, con razón, como la "capital mundial de los osos polares". Es una cucada. Como decía un comentarista, describiendo perfectamente lo que muchos hemos pensado,: "tenemos la suerte de haber visto con nuestros propios ojos como animales de todos los tipos son capaces de amar".
En un mundo como el actual en el que más de 12.000 personas quieren reunirse juntas para llorar, la naturaleza nos da una lección de cómo la amistad puede transcender especies y cómo animales tan distintos como un oso y un perro pueden ser compañeros de juegos. Al menos, mientras haya comida. Si no, bueno, donde dije perro, digo almuerzo.
"Por qué no ser amigos, estar unidos"
Ocurrió en Manitoba hace un par de semanas, Brian Ladoon estaba en casa cuando decidió echarle un vistazo a su perro y, para su sorpresa descubrió que un gigantesco oso polar estaba acercándose a él. "No tenía ni idea de lo que iba a pasar, pero de repente se puso a acariciar al perro y actuó como si fuera un amigo", explicó Ladoon.
Y claro, el vídeo se volvió viral. No sólo era una extraordinaria campaña de marketing para Churchill, un pueblo de 900 habitantes que fundamentalmente basa su economía en el turismo de 'avistamiento' de osos polares; sino que la historia tenía todo lo que le hace falta a una buena novela: tensión, un poco de miedo, "un gran corazón" y un final feliz.
El problema de pensar que lo animales son algo más que animales
Pero unos días después, la realidad vino a fastidiarnos el titular. "Alguien se olvidó de alimentar a los osos" y uno de ellos se comió a uno de los perros. Con amigos así, ¿quién quiere enemigos?
Según parece, en esta época del año los empresarios de la zona mantienen comederos y animales en semilibertad para atraer a los osos (y con ellos, a los turistas). Esto hace que los agentes de medioambiente tengan que retirar osos de forma reiterada y devolverlos a la reserva cuando la cosa se descontrola.
Es decir, sí, todo forma parte de una sui generis estrategia de comunicación, pero el problema no es ese. Ese es más bien un síntoma que aprovecha la tendencia que tenemos a 'antropomorfizar' a los animales, a tratar de entender su comportamiento como si fueran humanos. De esta forma, adjudicamos donde antes veíamos 'amor', 'amistad' y 'buen corazón', ahora que sabemos la verdad sólo podemos penar en la crueldad del oso. Y, lo miremos cómo lo miremos, esto no tiene ningún sentido.
No, no es Disney
Aunque se ha puesto de moda la idea de Disney y el resto de dibujos animados han creado una generación 'animalista', lo cierto es que la 'antropomorfización' ha sido una tendencia tremendamente útil a lo largo de toda la historia de la humanidad. No sólo ayudó de forma esencial a la domesticación de animales, sino que se ha revelado un mecanismo esencial para defendernos de los depredadores.
Pero, hoy por hoy, los procesos de antropomorfización son más un problema que una ayuda. Tratar de comprender moralmente la conducta de los animales solo puede conducirnos a exponernos exponernos a peligros innecesarios, sobre todo cuando se trata de grandes depredadores "siendo monos".
Además, supone un problema extra en los esfuerzos de conservación y cuidado del medioambiente. Los animales son animales y, como decía el filósofo alemán, hay que pedirles "a cada uno según sus capacidades" y darles "a cada uno, según sus necesidades". Todo lo demás, pasa por convertir a cada ser vivo del planeta en una mascota: algo que no podemos hacer si cambiar, de forma radical, su naturaleza.