Argentina es una nación de emociones caldeadas. Quizá fruto de su herencia cultural, tan remotamente conectada a las pasiones mediterráneas, quizá fruto de su idiosincrasia genética, lo cierto es que su dominio de la lengua cervantina en situaciones de puro éxtasis pasional es inmaculado, inigualable en el orbe hispanohablante.
Y en ningún lado tal virtud se manifiesta con tanta clarividencia como en el fútbol. Si hay algo que importe en Argentina es el fútbol. Y si hay alguien capacitado para verbalizar tal relación de amor son sus comentaristas, narradores al permanente borde del éxtasis, diligentes en la explicación de lo que acontece sobre el terreno de juego, bombas de relojería histriónicas cuando algo importante sucede.
El caso más célebre es el de Víctor Hugo Morales y su legendaria narración del gol de Diego Armando Maradona a Inglaterra, barrilete cósmico y etcétera. Pero las pruebas del genio argentino para el comentario futbolístico se encuentran por doquier, especialmente cuando se trata de expresar frustración y odio. Y para muestra, este vídeo de un Gimnasia - Boca Juniors que es un deleite:
Los comentaristas argentinos nos llevan siglos de ventaja. Es grandioso. pic.twitter.com/UjavnrFISL
— Duque de Bratwurst (@enmachuk) 14 de septiembre de 2017
El comentarista en cuestión es Alberto Raimundi, declarado fanático de Gimnasia de La Plata y, a la sazón, hincha desde la cabina de narración. Su relato es metanarrativo, un anticipo casi visionario de lo que sucede en el campo: aún cuando la jugada está viva, tras una clara mano del delantero rival, Raimundi ya comienza a proferir insultos al árbitro. Cuando termina en gol, pierde los papeles.
Es entonces cuando Raimundi grita como un desaforado "hijo de puta, hijo de puta" al señor colegiado, que en el transcurso de dos minutos pasa como muñidor de las fuerzas del mal, Satanás reencarnado en forma de referí y conspiracionista mayor. Raimundi está tan metido en su papel que responde a explicaciones técnicas imaginarias: "Me importa tres pelotas si la tenía al lado del cuerpo como sea. ¡La acomoda con la mano!".
"¡Le rebota en la mano y le queda a él porque la pelota iba para otro lado, ladrón, ladrón!". Baliño, el árbitro, soporta las quejas de los jugadores mientras Raimundi continúa desatado, con apoyo de otros comentaristas. Su cierre es sencillamente estratosférico:
Totalmente ilícito y me chupa un huevo lo que piensen los demás. Se borró de la cancha lo cual me da en las reverendas pelotas. La camiseta de gimnasia hay que defenderla más allá de la hija de recontraputez total de este sorete hijo de 470 sistemas solares repletos de putas hasta en los anillos de los planetas y los rayos de los soles.
¿Hay acaso mayor muestra de amor a la lengua española que "hijo de 470 sistemas solares repletos de putas hasta en los anillos de los planetas y los rayos de los soles"? En pleno fervor colérico, ¿qué ser humano racional encuentra aliento e imaginación para proferir una burrada tan magnífica, una falta tan creativa?
Pues el propio Raimundi en otro partido de Gimnasia, hace cuatro años, ante Estudiantes, entre desaforados "¡Ladrón!" y "patadas voladoras" sin ápice de exageración, faltaría más.
Las bonitas palabras de Raimundi datan del año pasado, pero Argentina y el fútbol es una ecuación que siempre regala momentos chanantes en forma de insultos. ¿Otro ejemplo más reciente? Este radiofónico de un comentarista que no puede evitar mostrar su enfado cuando descubre que Paulo Dybala ha confesado que es "difícil" jugar con Leo Messi, ambos argentinos:
Si hay algo mejor que los tuits de argentinos insultando a los jugadores, es escuchar a argentinos insultando a Dybala. Están a otro nivel. pic.twitter.com/aBBDewbane
— Francisco. (@FranciscoFCB97) 13 de septiembre de 2017
La intrahistoria es la dubitativa marcha de la selección argentina, auténtico forjador de la unidad nacional argentina, y las veladas críticas de Dybala a Messi, considerado el mejor jugador del mundo. El comentarista, naturalmente, estalla: "¡Increíble! ¡Dybala, nene! ¡Difícil es jugar con vos para Messi! ¡Cómo vas a decir que es difícil jugar con Messi, difícil es jugar con los muertos de mis amigos, no con Messi!".
Y a partir de ahí, la poesía: "¡Tenés que cerrar los ojos y dársela a Messi y nada más! ¡Para él es difícil jugar con vos, Dybala, ¿quién te conoce, infeliz?! ¡Cómo vas a decir que es difícil jugar con Messi! ¡El mejor jugador de la historia, ¿qué tiene para decir entoncets Messi de vos, bobo?! ¡Que no le devolvés una pelota redonda, cómo vas a decir que es difícil jugar co Messi, infeliz!".
Todo, claro, con el corazón a mil revoluciones por minuto y las cuerdas vocales a punto de estallar por los aires.
Hay múltiples ejemplos en YouTube de la maravilla emocional y retórica que representa Argentina cuando hablamos de fútbol. Pero para cerrar el episodio de hoy queremos centrarnos en Matías Barzola, fanático de Talleres de Córdoba y narrador. En un partido contra Almirante Brown, en su recta final, su equipo se adelanta e inicia un soliloquio épico, una auténtica carta de amor a Tallleres:
"¡Llueve y llueve y seguimos soñando, fiesta de nuevo devolviéndole a Córdoba ese descontrol que es nuestro, esas caravanas en la calle en los bares, esos guazos golpeándose el pecho y gritando aquí estamos nosotros, pobres aquellos que se preguntaban si estaríamos en este momento... Cuando empata Almirante. La puta madre, loco".
De 100 a 0 en un puñado de minutos. Barzola confiesa con tono alicaído que su alegato épico, su discurso epopéyico digno de El Señor de los Anillos, lo había pensado "entre copas", y que ahora Almirante le había roto el oremus. "Bajón".
La prueba ferviente de cómo Argentina vive el fútbol sólo entre extremos. Y cómo pueden pasar de uno a otro de forma radical, sin apenas reflexión. Estado de ánimo puro.