¿Le he caído bien o piensa que soy imbécil? Todos nos lo preguntamos: así funciona la brecha de agrado

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Todos queremos gustar a los demás. Es un instinto biológico que está impulsado por nuestra evolución como especie social. Cuando conocemos a alguien por primera vez, una de las preguntas que nos hacemos, ya sea consciente o inconscientemente, es: "¿Le gusto a esta persona?". Porque sabemos que las conversaciones tienen el poder de convertir a los extraños en amigos, las citas de un simple café en relaciones y las entrevistas en trabajos. Y sin embargo, cuando volvemos a casa seguimos con el runrún, reproduciendo la conversación una y otra vez y pensando: "¿Le habré caído bien o habrá pensado que soy imbécil?".

Si lo has sentido alguna vez, no estás solo. Es lo que los científicos llaman la "brecha de agrado" o liking gap en inglés, y hay toda una explicación psicológica detrás de ello.

La investigación. Los autores de una investigación publicada en Psychological Science sugieren que tal vez no deberíamos sentirnos tan ansiosos por estas situaciones. A lo largo de cinco estudios, los autores exploraron la conducta de diferentes personas que no se conocían de nada y lo que pensaban unos de otros después de conversar. Concluyeron que las personas tienden a subestimarse tras interactuar con una persona. Aunque en otras áreas de la vida muchos de nosotros tenemos una visión empoderada de nuestras habilidades, parece que tendemos a subestimar cómo nos enfrentamos al mundo socialmente.

¿Por qué existe? Gus Cooney, experto en psicología, y sus compañeros de la Wharton School de la Universidad de Pensilvania explican en este reportaje de VICE que la brecha de agrado existe porque no podemos simplemente preguntarle a la gente cuánto les gustamos después de terminar una charla. A nosotros queda relegado el sufrimiento de aventurar nuestras propias conjeturas, analizar las conversaciones y reevaluar todo lo que dijimos o no, preguntándonos cómo se lo tomó esa personas cuyos valores y peculiaridades aún no conocemos.

Y esas conjeturas a menudo están sesgadas por un monólogo interno que es "notablemente autocrítico y negativo, especialmente con la incertidumbre adicional de hablar con alguien nuevo".

Subestimarse al extremo. En términos más simples, esta brecha explica que muchas personas experimentan la pregunta interior común de si alguien les odia, una conversación posnormal. Tal y como analizaron los investigadores, las personas subestiman habitualmente lo que en realidad les agradan a otras personas de ellas, incluso en situaciones en las que la persona con la que están hablando da señales claras (sonrisas, gestos con las manos) de que están entrando en la conversación y se sienten agusto. ¿Por qué? Estamos demasiado absortos en pensar en lo que estamos diciendo y maniobrando para notar esas señales.

Y sin embargo, el mismo estudio indica que el ser humano tiende a sobreestimarse en otras áreas: trabajo, relaciones, conducción, deporte. ¿Qué sucede? Que pensamos que somos geniales hasta que hablamos con otra persona, momento en el que pensamos literalmente que somos idiotas.

La voz crítica. Para encontrar y demostrar esta brecha, los investigadores observaron varios escenarios en los que las personas se estaban conociendo: nuevos compañeros de laboratorio, estudiantes de primer año de la universidad se presentan a sus compañeros de habitación y cuando los extraños en el público en general se conocían. En cada escenario, los investigadores preguntaron a cada persona cuánto les gustaba el otro con el que hablaban y cuánto creían que les gustaba a su interlocutor. En general, las personas clasificaron su “agrado percibido” más bajo de la realidad.

Los psicólogos indican que tiene sentido que las personas subestimen lo que a la gente le gusta de nosotros cuando interactúan con alguien nueva: “Necesitamos esa pequeña voz autocrítica para evitar que nos enfademos y digamos cosas inapropiadas. Pero como demuestra la brecha del agrado, esa voz no es tan pequeña y tendemos a ser demasiado críticos con nosotros mismos".

Excepciones. Otro estudio similar, sin embargo, que exploraba este mismo fenómeno en niños mayores de cinco años sugería que no existe tal para los menores de cierta edad, pero que durante la infancia, la brecha aparece y se expande, básicamente en línea con el momento en que un niño comienza a preocuparse por su reputación y empieza a madurar. Las únicas personas que parecen evitar este problema, según el estudio, son aquellas que no se consideran tímidas, las extremadamente extrovertidas. ¿Confianza? Tal vez o tal vez no, pero ciertamente explica por qué ciertas personas van por el mundo siempre en modo zen y no tropiezan con ese pensamiento.

Imagen: Unsplash

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