¿Cuánto cuesta iluminar una ciudad o la red de autovías de todo un país? La factura varía en función de las circunstancias. A Madrid, por ejemplo, le cuesta alrededor de 80 millones de euros anuales. En Barcelona (con menor población pero, sobre todo, seis veces mens extensa) el coste es más bajo: unos 27 millones de euros. Es dinero, pero también implica un alto impacto ambiental.
En el fondo, lo que ambas están pagando es la generación de esa electricidad. Una generación que, en buena parte de los casos, se realiza con centrales de ciclo combinado (gas natural). El alumbrado público en tiempos de cambio climático se enfrenta a un dilema: necesita ahorrar, pero también necesita iluminar a sus vecinos. ¿Solución? Lograr que sólo ilumine cuando alguien circule por la calle/carretera.
Es la respuesta que la empresa noruega Comlight ha dado a la última revolución del alumbrado: las farolas inteligentes. Su funcionamiento es relativamente simple: los focos LED se encienden cuando detectan movimiento y actividad sobre la vía, y se apagan cuando los vehículos y peatones han abandonado el tramo. El ayuntamiento ahorra una luz durante muchas horas redundante y los coches y viandantes siempre encuentran su calle iluminada.
Pese a su carácter disruptivo, la tecnología detrás del sistema también es elemental. Los focos llevan implantados pequeños sensores que, como las alarmas y los radares de tráfico, saltan cuando alguien o algo pasa por debajo de ellos. Activadas, las farolas pasan de un estado de letargo del 20% de actividad al 100%, permitiendo que quien circule por la calle lo haga iluminado y, más importante, seguro.
Según un estudio difundido por la propia Comlight, el ahorro asciende al 35% de electricidad, con los consecuentes resultados positivos en la factura de la luz y en el impacto medioambiental (en un país como Noruega, donde la totalidad de la electricidad se produce por energía hidraulica, ya de por sí bajo). El sistema ha sido bautizado como "Eagle Eye" y ya ha sido patentado por la empresa en un puñado de países de todo el mundo.
¿Y cómo funciona? El municipio de Hole ya las ha probado. Instaladas a lo largo de cinco kilómetros de la autovía 155, las farolas generan un efecto de túnel lumínico conforme los coches circulan por la carretera. Desde el interior del coche la diferencia es ligeramente apreciable (su camino siempre va iluminado), pero desde fuera es nítido: los espacios vacíos de movimiento entran en un letargo lumínico que sólo desaparece ante la presencia humana.
Lo cierto es que la oscuridad es relativa: las farolas se mantienen a un 20% de actividad, suficiente para que la vía siga iluminada (aunque de forma ligera). Su activación, sin embargo, sí es clara, y aporta la suficiente luz para transitar con seguridad.
El proyecto de Comlight se suma a la larga lista de innovaciones que Noruega lleva aplicando a su parque automovilístico para hacerlo más sostenible. El país, además de disfrutar de una privilegiada renta per cápita prácticamente incomparable, cuenta con más coches eléctricos (Tesla, en concreto) que ningún otro. Más del 5% del parque automovilístico local es ya eléctrico, y hay registrados más de 21 coches eléctricos por cada 100 habitantes.
Queda por ver hasta qué grado las farolas inteligentes se generalizan en Noruega, y si el invento logra ser un triunfo real. Es probable, sin embargo, que el futuro de la iluminación camine hacia este punto. Hace poco se desveló el proyecto Gates of Light en Países Bajos. Allí, las compuertas del gigantesco dique Afsluitdijk se iluminan con las luces de los propios coches gracias a unos focos reflectantes. El proyecto fue ideado por Studio Roosegaarde y tenía un carácter artístico, pero también muy funcional: no requieren de energía.
Sin embargo, revela lo factible de la tecnología. Sumado a los potenciales ahorros energéticos y medioambientales, las farolas inteligentes noruegas bien podrían suceder, definitivamente, a nuestras queridas y estables farolas de toda la vida.