El Everest se ha convertido en un vertedero de heces. Solución: que todos los alpinistas lleven las suyas en bolsas

"Nuestras montañas empiezan a apestar", lamentan las autoridades ante la acumulación de toneladas de heces

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Tres toneladas es lo que pesan algunas furgonetas, las pequeñas camionetas o un hipopótamo del Nilo. También es lo que suman —según cálculos conservadores— los montículos de excrementos humanos repartidos a lo largo del Everest entre el campamento uno, situado en la base, y el cuarto, próximo a la cima. La mayoría de esas heces se acumulan de hecho en el Collado Sur, una zona que se ha ganado ya fama de ser un "baño al aire libre". Otras estimaciones concluyen que la huella de heces es mucho mayor y la elevan a hasta 12 toneladas por temporada.

Las autoridades encargadas del cuidado de la montaña están cansadas de ese reguero de detritus y han decidido buscarle una solución tajante. ¿Cuál? Exigir a los alpinistas que a partir de ahora recojan sus cacas en bolsas biodegradables.

Es la enésima demostración de la factura que está pasando al Everest —al igual que a otras montañas icónicas, como el Fuji— su hipersaturación turística.

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Un reguero de excrementos. Ascender al Everest es una batalla épica, una aventura que exige dinero y un entrenamiento arduo tanto a nivel físico como mental, pero no todo en los ascensos resulta tan heroico. A su paso los alpinistas dejan basura. Mucha basura. Tanta que amenaza con convertirse en un auténtico vertedero al aire libre. Y entre esos desechos hay algo más que plásticos, tejidos y restos de comida. Una parte relevante son heces, los excrementos que dejan a su paso los cientos de montañistas y sherpas que se asoman cada año a sus laderas.

Lo habitual es que quienes ascienden a la cima intenten excavar hoyos para hacer sus necesidades y luego entierren sus excrementos, pero esa solución no siempre funciona. Allí donde la capa de nieve es menos gruesa a menudo las heces acaban expuestas. Y en plena montaña, con temperaturas que han llegado a los -42ºC, esos restos no acaban de degradarse por completo, lo que supone todo un quebradero de cabeza para las autoridades que cuidan del Everest.

Pero… ¿Tanta caca hay? Eso parece. No hay cifras oficiales, pero las estimaciones que se manejan dan una idea de la gravedad del problema. La organización Sagarmatha Pollution Control Committe (SPCC), encargada de gestionar los residuos de la región de Khumbu, calcula que entre el campo uno, en la base del Everest, y el cuatro, próximo a la cima, puede haber unas tres toneladas de excrementos, la mitad de ellas en el Collado Sur. Otras cuentas, desgranadas a lo largo de los últimos años, hablan de hasta 12 toneladas de excrementos anuales o que en una sola temporada el campo dos llegó a acumular ocho toneladas.

Ni nuevo, ni fácil. Lo que está claro es que el problema no es nuevo. Y que hasta ahora las autoridades no han logrado resolucionarlo. Tras analizar la problemática, en 2014 Grinell College hablaba de que cada temporada de escalada "hasta 26.500 libras (unos 12.000 kilos) de excrementos humanos contaminante el Everest, la mayor parte embolsados y transportados por sherpas nativos a pozos de tierra cerca de Gorak Shep, un lago congelado y una aldea a 16.952 pies".

Y ya por entonces, en 2014, la institución advertía: "El espacio se está agotando y las bacterias coliformes fecales amenazan la cercana cuenca del glaciar Khumbu".

Mejor bolsas que agujeros. Esa es la conclusión a la que parecen haber llegado las autoridades de la región nepalí, que a partir de ahora exigirán a los escaladores que bajen de la montaña con una carga extra: la de las heces que hayan soltado a lo largo de su expedición. Dado que los hoyos no parecen haber resuelto el problema, los responsables obligarán a los alpinistas a que a partir de ahora lleven bolsas biodegradables especiales en las que tendrán que recoger sus defecaciones.

Así, embolsadas y perfectamente cerradas, tendrán que dejarlas más tarde en el campamento base para que puedan procesarse de forma adecuada.

"Revisadas a su regreso". De momento no han trascendido demasiados detalles sobre cómo las autoridades prevén aplicar su nueva estrategia y, lo más importante, cómo controlarán que los visitantes la cumplan; pero sí han deslizado algunas claves. La BBC explicaba en febrero que el SPCC —con el visto bueno de las autoridades de Pasang Lhamu— habían comprado 8.000 bolsas especiales con productos químicos y polvos que ayudan a solidificar los excrementos y reducen su olor. Según sus cálculos, daría para 400 escaladores y 800 trabajadores.

"Queremos proporcionarles dos bolsas, cada una de las cuales podrán usar entre cinco y seis veces", señala Chhiring Sherpa, de SPCC. La cadena británica también desliza que los escaladores pueden tener que comprar las bolsas en el campamento base, donde "serán revisadas a su regreso". Teniendo en cuenta que cada escalador genera de media unos 250 gramos de excremento al día y que suelen pasar dos semanas en los campamentos más altos, no sería fácil esquivar la medida.

Norma permanente. La nueva pauta se aplicaría ya con el inicio de la temporada y de forma permanente, como una nueva regla que deberán respetar los montañistas. "Las reparten a todos los alpinistas y sherpas. Usas esas bolsas en el campo I, en el III y en el IV o en cualquier otro lugar al que tengas que ir… Y luego tengo entendido que todo se recoge en el campo II y se lleva en avión", comenta a The Guardian Allan Cohr, un alpinista que se dedica a organizar expediciones a la montaña: "Están diciendo que van a revisar las maletas, pero no sé si lo harán".

"Nuestras montañas empiezan a apestar". Esa es la situación con la que se encuentran ahora las autoridades de la zona y la que quieren cambiar recurriendo a las bolsas para heces. "Recibimos quejas de que se ven heces humanas en las rocas y de que algunos escaladores enferman. Esto no es aceptable y erosiona nuestra imagen", lamenta Migma Sherpa, líder municipal de Pasang Lhamu.

En juego no está solo la preservación del Everest y su buena imagen. Que haya toneladas y toneladas de desechos afecta directamente a los propios escaladores, como ya advertía en 2012 el escritor Grayson Schaffer en un artículo publicado en The Washington Post: "Tiene un problema de aguas residuales […]. La cumbre se ha convertido en una bomba de relojería fecal y el desorden se desliza poco a poco al campamento base". En el mismo artículo comentaba que por entonces había ya alpinistas que incluso se negaban a hervir nieve en el campo II para obtener agua. El motivo: el miedo a que ni la ebullición acabase con los gérmenes.

Imágenes | Guillaume Baviere (Flickr) y Mário Simoes (Flickr)

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