El debate sobre los experimentos en animales suele empezar con premisas falsas y no es de sorprender que las conclusiones acaben siendo erróneas. Los que se oponen a estas prácticas dicen que los animales sufren crueldades terribles, pèro los monos macacos que uso para realizar investigaciones vitales están bien cuidados en un laboratorio con un equipo de personas de gran dedicación a las que les encanta trabajar con animales. Se realiza un gran esfuerzo a diario para minimizar su sufrimiento y no se trata de algo opcional, sino que es una parte integral de lo que hacemos y de quienes somos.
Algunas personas aseguran que los experimentos en animales no son necesarios, pero prácticamente cada avance médico del siglo pasado ha dependido de los animales, proporcionando los datos fundamentales que nos han ayudado a entender cómo desarrollar tratamientos eficaces. Mi propia experiencia me ha demostrado que usar primates en la investigación sigue siendo una gran baza a la hora de poder entender cómo funcionan nuestros cuerpo y cómo repararlos, algo que sería de otra manera imposible.
Soy un neurocientífico que se interesa por la ciencia básica que hay detrás de la forma en la que el cerebro controla el movimiento. Solemos dar por hecho la capacidad de movernos de forma fluida y coordinada pero cualquier padre o madre sabe lo indefensos que están los bebés a la hora de moverse. Una buena parte de la infancia más temprana está dedicada a aprender a moverse y cuando un adulto sufre daños en la zona del cerebro que controla el movimiento, por ejemplo debido a un derrame cerebral, cualquier tarea rutinaria pasa a ser agotadora y frustrante.
Para entender cómo controla el cerebro nuestras extremidades tenemos que ver el cerebro por dentro y medir cómo actúan las neuronas durante los movimientos, como están conectadas entre sí y cómo se reconfiguran tras una lesión. Podemos conseguir algunos avances en estos tejidos usando métodos que no dependen de animales y en mi grupo de investigación utilizamos simuladores cerebrales magnéticos para activar el cerebro de sujetos sanos, tareas instrumentadas inteligentes y grabaciones de las ondas cerebrales del cuero cabello y la actividad muscular de la piel de los músculos en contracción.
Pero todos estos métodos tienen sus limitaciones y las células cerebrales son individualistas: una célula puede portar un mensaje completamente diferente al de la célula de al lado y cuando obtenemos grabaciones del cuero cabelludo estamos recibiendo la señal media de millones de células. Es como si pusiéramos un micrófono sobre el edificio de salidas de un aeropuerto y midieramos los niveles de sonido.
Podríamos obtener información (a qué horas está más concurrido el aeropuerto y cuándo está más tranquilo) pero no podríamos esperar obtener datos sobre las conversaciones individuales de los pasajeros. También hay otros aspectos del aeropuerto (la pista de fuera) que no podríamos grabar. De la misma manera, algunos de los centros celulares se encuentran tan distanciados del cuero cabelludo que no se pueden grabar con este tipo de métodos.
En mi trabajo utilizamos un pequeño número de macacos para obtener un análisis al detalle. Muchas de las vías del control del movimiento son diferentes entre los primates como los humanos y otros animales como los roedores, de ahí que solamente el modelo de un primate nos pueda proporcionar información relevante sobre las enfermedades humanas.
Cuidado de vanguardia
Para aprender de qué manera estas vías se utilizan para controlar los movimientos, en algunos estudios enseñamos primero al macaco a realizar tareas complejas con las manos o con los brazos. Si lo hace bien recibe una recompensa (normalmente fruta o frutos secos, pero también chocolate o yogur de fresa alguna veces). En cuanto saben lo que están haciendo, realizamos un implante quirúrgico que nos permite grabar la información cerebral con el uso de electrodos con puntas que tienen un tamaño similar al de las células.
Toda la cirugía se lleva a cabo en una sala completamente equipada con anestesia y analgésicos de vanguardia similares a los usados en humanos. En cuanto el macaco se ha recuperado, podemos obtener información de sus células cerebrales mientras realizan la tarea que se les ha enseñado. Si el animal sufriera estrés o dolor durante el proceso no cooperaría en el experimento y parece que estos animales disfrutan las interacciones diarias con el personal del laboratorio y no muestran señales de estrés.
Nuestros estudios se encuentran a medio camino entre la ciencia básica y la ciencia clínica, puesto que intentamos comprender cómo funcionan los circuitos cerebrales fundamentales y cómo cambian en caso de lesión y recuperación. Durante los últimos diez años, hemos demostrado que la vía de un primate que enlaza el cerebro con la médula espinal puede transportar señales relacionadas con el uso de las manos. Esto ha sido algo sorprendente porque hasta ahora se asumía que la mano de los primates estaba controlada solo por vías más sofisticadas que se desarrollaron durante fases posteriores de la evolución.
Hemos demostrado que si las nuevas vías han sido dañadas, como en el caso de un derrame cerebral, la antigua vía es responsable de la mayor parte de la recuperación del funcionamiento de la mano durante las siguientes semanas y meses. Sin embargo, esta recuperación se ve trastornada porque las conexiones refuerzan más los flexores, que se encargan de cerrar la mano, que los extensores, que la abren. Por este motivo los pacientes que han sufrido un derrame pueden hacer un agarre fuerte pero no pueden soltar la mano.
También hemos demostrado que la vía antigua puede ser intensamente activada con pulsaciones fuertes, algo que nos ha llevado a desarrollar un dispositivo portátil para emitir pulsaciones que van desde un auricular hasta un músculo en el momento adecuado. Cuando los sujetos sanos llevan el dispositivo, se pueden reforzar o debilitar las vías primitivas dependiendo de la frecuencia relativa de las pulsaciones y de las descargas. Ahora estamos probando si podría ayudar a los pacientes que han sufrido un derrame para debilitar los músculos extensores y así recuperar un mejor funcionamiento de la mano.
Cada vez son más las enfermedades cerebrales en la sociedad occidental y tiene que ver con el envejecimiento de la población. Los humanos no compartimos muchas de las características cerebrales de los roedores y a no ser que encontremos alternativas necesitamos utilizar a los primates si queremos seguir progresando.
En mi opinión, no deberíamos condenar a muchas personas a la discapacidad y a la dependencia si podemos utilizar las herramientas que nos brinda la ciencia moderna para descubrir y desarrollar soluciones. Estoy seguro de que en los próximos 50 años veremos maravillosos avances en el tratamiento para muchas de estas terribles enfermedades y la investigación con primates serán una parte central de dicho progreso.
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Autor: Sutart Baker, Profesor Neurociencia, Universidad de Newcastle.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.