Cruella De Vil existió: se llamaba Juliet Tuttle y era una despiadada millonaria neoyorquina que asesinaba perros

  • En 1930, una distinguida viuda millonaria lideraba la protectora de animales más activa de Nueva York

  • Siete años más tarde, la millonaria era condenada por envenenar a un número indeterminado de mascotas mientras paseaba en su limusina

Juliet Tuttle
2 comentarios Facebook Twitter Flipboard E-mail

Cruella De Vil es una de las villanas más populares y temidas del imaginario de Disney por su enfermiza obsesión por los cachorritos de dálmata, que utilizaba para fabricar abrigos para la alta sociedad. Cruella es un personaje nacido de la pluma de la escritora Dorothy Gladys «Dodie» Smithpara la novela ‘101 dálmatas’ en 1956, que más tarde Disney se encargaría de llevar al celuloide y al estrellato de Hollywood.

No obstante, para crear el personaje de Cruella De Vil, la autora bien podía haberse inspirado en la historia de Juliet Tuttle, una adorable millonaria de Nueva York que escondía un terrible secreto: era una despiadada asesina en serie de perros. Aunque en el caso de Tuttle, no tenía preferencia por ninguna raza en particular, y tampoco le hacía ascos a acabar con la vida de los gatos que se cruzaban en su camino.

Miss Tuttle, la amorosa protectora de los animales

La escritora Pagan Kennedy se interesó por la historia de esta adinerada asesina en serie de animales y publicó su historia. A ojos de la gente del Nueva York de 1930, Juliet Tuttle era una adorable viuda heredera de la fortuna de su esposo, Charles Tuttle. Según publicaba The Atlantic, su esposo hizo fortuna y fundando un periódico en New Haven (Connecticut), pero pronto cayó enfermo de tuberculosis y murió solo dos años después de su boda.

Libre de ataduras, y con la economía resuelta, se mudó a un apartamento en la acomodada Park Avenue y compró una casa de veraneo en Larchmont, al norte de Nueva York, siempre atendida por una sirvienta y un chófer que la acompañaba a todas partes.

La viuda había formado parte muy activa de la Liga de Mujeres por los Animales, y defendiendo a las aves domésticas que sembraron el pánico en 1930 debido a un brote de psitacosis, más conocida como “fiebre del loro”. Esta epidemia no tenía más efecto en los humanos que los síntomas de una gripe, pero derivó en una auténtica matanza de loros y cualquier tipo de ave doméstica en toda Nueva York.

De Paseo En 1930

Tuttle aparecía en la prensa como “la amiga de los pájaros” y colaboraba estrechamente con otra viuda: Helen Bethune Adams, que un recorte del The New Yorker describe como la persona que “misericordiosamente sacrificó a un perro que unos niños habían empapado inconscientemente con pintura verde en el Hospital para Animales Ellin Prince Speyer de Nueva York”.

Síndrome de Münchhausen en el mundo animal

En 1931, ya como líder de la Liga de Mujeres por los Animales, encendió todas las alarmas al denunciar que la gran población de gatos que había mantenido a raya la población de ratas, ahora se habían convertido en una suerte de turba salvaje y “una plaga de gatos sin hogar, medio hambrientos y abandonados, portadores de enfermedades y una desgracia para la humanidad”.

La viuda declaró a los periodistas que dedicaba "seis días a la semana y unas nueve horas de cada día viajando en la parte trasera de su limusina para recoger todos los gatos callejeros y perros sin hogar que podía encontrar y llevarlos a donde recibieran atención o un sacrificio misericordioso". El chófer era testigo de todo ello.

Paseando A Sus Perros En 1930

De hecho, lo cierto es que muchos de esos animales no llegaban vivos al Hospital para Animales Ellin Prince Speyer donde los iban a curar o sacrificar. La despiadada viuda impregnaba una bolsa con cloroformo y metía dentro a los animales que morían asfixiados. A otros, los gaseaba.

La impunidad de Juliet Tuttle para ir asesinando animales vino, paradójicamente, por la necesidad de ofrecer a los animales una muerte compasiva. En 1894, Nueva York aprobó una nueva ley de control de animales conocida como Capítulo 115. Esta ley prohibía los “perreros”, unas personas que se encargaban de dar caza a los perros callejeros o enfermos, encerrarlos en jaulas y tirarlos al río.

La nueva norma, establecía que los perros callejeros debían ser dados en adopción y solo los más enfermos o agresivos debían ser sacrificados “de la manera más humana posible”. Por ese motivo, las organizaciones que en teoría debían cuidar a los animales, construyeron cámaras de sacrificio.

Juliet Tuttle, desencadenada

Por lo visto, Juliet Tuttle le cogió el gusto y ya no se conformaba con los animales callejeros. Sentía la necesidad de secuestrar mascotas arrancándolos de sus jardines. En un momento dado, Manhattan se le quedó pequeño y traslado su zona de caza a su casa en las afueras en el condado de Westchester.

Allí, su chófer conducía su limusina durante horas, llevando a Juliet Tuttle a “alimentar” a centenares de perros que jugaban en sus jardines. Un día de abril de 1937, la millonaria viuda se bajó de su limusina y se acercó a unos perros que jugaban junto a la acera. Sacó una bolsa de su bolsillo y dio de comer algo a los perros. Una mujer que esperaba el autobús y su perro fueron testigos de la escena.

Solo unas horas más tarde, el setter irlandés de la mujer de la parada de autobús había muerto, al igual que uno de aquellos perros, mientras el otro se debatía entre la vida y la muerte. La mujer, que había sido testigo, llamó a la policía denunciando que alguien estaba envenenando a los perros del vecindario.

La policía no tuvo demasiados problemas para seguir el rastro de una lujosa limusina, al tiempo que recibía más de 75 informes de envenenamiento de perros en la ruta que su chófer aseguraba recorrer cada tarde con la millonaria viuda.

La noticia aparecía publicada en la página 25 de The New York Times del 19 de mayo de 1937: “La señora Juliet Tuttle, de Larchmont y Nueva York, conocida durante muchos años como amante de los animales y trabajadora de sociedades protectoras de animales, fue puesta en libertad bajo fianza de 500 dólares (unos 10.000 dólares en la actualidad) hoy después de su arresto anoche por un cargo de envenenamiento de cuatro valiosos perros el sábado pasado por la tarde en la sección California Ridge de Eastchester”

Un mes más tarde, el mismo diario publicaba la noticia de que la adorable millonaria había sido declarada culpable de envenenamiento de un pastor alemán.

Cruella De Vil capturaba cachorros de dálmatas para hacer abrigos con sus pieles, y Montgomery Burns se hacía mocasines saltarines con la piel de dos mastines. ¿Cuáles serían las oscuras intenciones de Juliet Tuttle para convertirse en la asesina de mascotas más prolífica de la historia?

En Xataka | Diez millones de euros para tu gato: cada vez más personas dejan toda su herencia a sus mascotas

Imagen | Xataka con Midjourney

Comentarios cerrados
Inicio