El mundo de ayer es en gran medida imaginado. De ahí que toda fotografía remota del siglo XIX o de principios del siglo XX resulte tan, tan fascinante. Tanto como la completa colección de fotografías a pleno color realizadas por Sergey Prokudin-Gorsky entre 1907 y 1915, tomadas a lo largo de sus interminables viajes por la extensa geografía del, por aquel entonces, aún vivo Imperio ruso. Gracias a él, hoy podemos viajar a través del último gran imperio continental de la historia moderna.
Y lo hacemos con todo lujo de detalles. Prokudin-Gorsky formaba parte de la clase alta rusa, hijo de nobles y bien relacionado, se convirtió en un maestro de las técnicas fotográficas durante la primera década del siglo XX. Su fama y renombre no sólo le llevaron a ser una de las figuras de mayor fama internacional en la materia, sino también el hombre al que el zar ruso, Nicolás II, encargaría fotografiar su vasto imperio. Prokudin-Gorsky recibió varios permisos y un vehículo privado (en el incipiente sistema de ferrocarriles ruso) para realizar tan magna tarea.
Molinos de viento en Siberia, la Rusia asiática.
Monasterio ortodoxo en la Isla Stolobny, en el actual óblast de Tver, en la Rusia europea.
Trabajador ferroviario baskir cerca de Ust-Katav, situada en una región de población túrquica al sur de los Urales, en la actual frontera con Kazajistán.
Pinkhus Karlinskii, supervisor de una de las muchas presas del Canal Mariinskii, que aún hoy conecta las aguas del Volga con las del Báltico, en el extremo norte de la Rusia Europea. El hombre tenía 84 años en el momento de la foto, y seis décadas de trabajo a sus espaldas.
Mujer cortando lino en Perm, gran ciudad de la Rusia europea a las puertas de los Urales.
El proyecto se vio interrumpido tras el estallido de la Revolución de Octubre, y gran parte de los negativos se perdieron en manos de las nuevas autoridades soviéticas. Sin embargo, la mayoría de las fotografías pudieron ser salvadas. Años después, la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos compró la colección entera a los descendientes del pionero fotógrafo. Gracias al proceso de digitalización, hoy podemos disfrutarla sin limitaciones en la web de la Biblioteca. Y es fantástico.
Trabajadores de la mina Bakalskii, en los Urales. La cadena montañosa, que divide Siberia y Rusia, es muy rica en diversos minerales y materias primas, y estaba muy despoblada con la excepción de los núcleos urbanos cerca de las grandes explotaciones mineras.
Trabajadores de una fundición de hierro, en Kasli, actual óblast de Chelyabinsk, al sur de los Urales y en la actual frontera con Kazajistán.
Alim Khan, emir y máxima autoridad del estado de Bujara, conquistado por los zares a mediado del siglo XIX. Tenía una autoridad limitada y era vasallo del zar. Bujara es una ciudad Patrimonio de la Humanidad, de extensa historia, situada hoy en Uzbekistán, y poblada históricamente tanto por uzbekos como por otros pueblos túrquicos musulmanes, de gran talento a la hora de confeccionar ropajes, alfombras y estampados, como se aprecia.
Campesinas en un área rural cerca del río Sheksna, en la Rusia europea.
Cazador tayiko, portando pájaros muertos en su mano derecha. Tayikistán es hoy una de las muchas repúblicas túrquicas surgidas a raíz de la desintegración de la Unión Soviética.
De la mano de Prokudin-Grosky caminamos a través del imperio multiétnico y multinacional de los zares, construido durante más de tres siglos y decadente y atrasado a las puertas de la modernidad. Rusia, el estado cuya naturaleza le obligaba a expandirse más y más, se hizo con el control de las estepas siberianas y de los pueblos túrquicos del sur de los Urales a mediados del siglo XIX, añadiendo aún más variedad étnica y cultural a sus ya muy diversos territorios.
Tres generaciones de industriales en Zlatoust, en los Urales.
Puente de hierro sobre el río Kalma, cerca de Perm.
Kolchedan, en los Urales. Las fotos de Prokudin-Grosky son fantásticas para conocer cómo era la distribución urbana de los poblados y ciudades antes de la modernidad.
Turcomano con su camello. En Asia Central, era el método de transporte más efectivo y utilizado.
Mujer uzbeka, con ropajes tradicionales, frente a su cabaña. Muchos uzbekos y otros pueblos túrquicos eran nómadas cuando fueron conquistados por los rusos. Las políticas del zar incentivaban el asentamiento y la adopción de la agricultura como modelo económico.
Es lo que vemos en las fotografías de Prokudin-Grosky. Turcomanos, pobladores del Daguestán, kanes de Uzbekistán, tayikos, judíos de las estepas de Kazajistán y vendedores de pieles, alfrombras y tejidos llegados de todo Asia Central. Junto a ellos, griegos a las orillas del Mar Negro, campesinos rusos, industriales de la alta burguesía y trabajadores urbanos de diversa índole. Además, monumentos y ciudades en su expresión natural mucho antes de que el constructivismo soviético y las necesidades de la revolución industrial transformaran su arquitectura urbana.
Niños rusos sentados en una colina tras la iglesia de Belozyorsk, en el norte de la Rusia europea.
Prisioneros de guerra austriacos en un campo del norte de Rusia. El Imperio austrohúngaro y el Imperio ruso se enfrentaron durante tres años en la Europa central durante la Primera Guerra Mundial. Ambos perecerían tras 1918. El conflicto fue la tumba de cuatro imperios.
Uzbekos frente a su yurta.
Trabajadores en el río Svir, entre los lagos Onega y Ladoga, al norte de la Rusia europea.
Tbilisi, actual capital de Georgia. Durante siglos, Georgia perteneció al Imperio ruso, y posteriormente a la Unión Soviética. Hoy es un estado independiente. Era una de las muchas minorías étnicas que estaban bajo la autoridad de los Romanov. En la imagen podemos observar cómo era la ciudad antes de las guerras y de la revolución industrial rusa.
En muchos sentidos, Prokudin-Grosky pone imágenes y color a las palabras de Julio Verne en Miguel Strogoff, el correo del zar. El crisol de lenguas y religiones, de culturas y de subestados, que componían el Imperio ruso era tan incontrolable como fascinante. Chinos, persas, eslavos y nómadas de las estepas convivían juntos bajo la misma autoridad, en una ensalada de identidades y tradiciones que hacían del Imperio ruso el más grande y rico de todos cuantos existían en el mundo moderno.
Monjes plantando patatas en el lago Seliger, entre Moscú y San Petersburgo.
Puente de madera y ferrocarril en la Rusia europea.
Campesinas griegas en la costa este del Mar Negro. Las tierras de los zares, antes de la Primera Guerra Mundial, abarcaban parte de Europa del Este. Entre las actuales Moldavia, Rumanía y Bulgaria había bolsas de minorías griegas.
Trabajadores de una presa, antes de volcar cemento sobre los cimientos.
Hombre del Daguestán, región montañosa en la costa este del Mar Caspio de amplísima diversidad étnica. Hoy en día pertenece a Rusia. La zona es inestable y pobre, al situarse al lado de Chechenia. La población no es étnicamente rusa, y a nivel religioso son suníes, como el protagonista de la foto, al que vemos ataviado con ropajes tradicionales y una larga daga en al cinto.
Las imágenes del fotógrafo ruso contribuyen también a ilustrar el mundo de ayer, a las puertas de la Primera Guerra Mundial y del fin del estado tradicional de las cosas en el continente europeo. Especialmente en Rusia, imperio atrasado y eminentemente agrícola, encapsulado siglos atrás, donde nada volvería a ser lo mismo tras la Revolución de Octubre. Es literalmente mirar hacia el último mundo clásico y romántico, a un lugar que ya no existe, y que en estas fotos resulta muy bello.