En el siglo XIX la familia Baedeker concibió una idea innovadora para sus guías de viaje impresas. Su propuesta resultaba tan simple como eficaz: puntuarían con estrellas (en una escala que iba de 0 a 3) todos aquellos lugares que resultasen más atractivos para los turistas. Más o menos, lo mismo que siguen haciendo hoy webs como Tripadvisor, Booking o Kayak.
Cuando los primeros ejemplares con la escala de estrellas salieron de imprenta, los Baedeker se imaginaban a los turistas recorriendo Europa con sus guías en el bolsillo. A duras penas podían intuir que, además de a viajeros y trotamundos, su elaborado sistema de puntuación serviría al ejército aéreo alemán para bombardear Inglaterra.
Hoy el apellido Baedeker se vincula tanto con los viajeros que recorrían el mundo entre la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX como con los terribles ataques que la Luftwaffe emprendió contra Reino Unido en 1942. Su historia se entremezcla con uno de los capítulos más rocambolescos y oscuros de la Segunda Guerra Mundial.
Tras la oleada de bombardeos con los que Hitler sembró el caos en Inglaterra (y en especial en Londres) entre el otoño de 1940 y la primavera de 1941, la guerra aérea entre ambos países llegó a un punto muerto. Esa calma chicha se rompió la noche del sábado 28 de marzo de 1942, cuando la RAF (Royal Air Force) británica descargó un furioso ataque sobre Lübeck, una antigua localidad situada en la costa báltica que hoy suma apenas 200.000 vecinos.
Bombardeo como propaganda
Más tarde las bombas inglesas sacudirían también Rostock. Fue cruento. Los explosivos y artefactos incendiarios arrojados por los aviones de la RAF dejaron cerca de 400 cadáveres, más de un millar de heridos y destrozaron edificios medievales. La incursión estaba en sintonía con la estrategia por la que apostaba el comandante Arthur Harris (a quien la prensa, con cierta sorna macabra, había apodado "Bomber"), ferviente defensor de la idea de que la guerra se podía ganar en el aire y partidario de golpear directamente la "moral" del enemigo.
La moral que golpeó la madrugada del 28 de marzo de 1942 fue la del mismísimo Hitler. El führer montó en cólera al enterarse del ataque y ordenó responder a Reino Unido con igual contundencia: en sus ciudades más antiguas y simbólicas. Entre 1940 y 1941 los cazas y bombarderos de la Luftwaffe ya habían asolado Londres, Birmingham, Liverpool, Plymouth, Glasgow... Los mandos nazis buscaban ahora, sin embargo, un ataque más "publicitario" que estratégico. Si la RAF había golpeado la historia germana, la Lutwaffe arrasaría la herencia inglesa.
Un ataque efectista, emotivo, que encontró un poderoso partidario en el nazi que más sabía de la materia: Joseph Goebbels, el siniestro ministro de Propaganda. Recoge la BBC, poco después del ataque sobre Lübeck y de que Hitler amenazase a Churchill con "atacar y atacar" hasta que Inglaterra "se rompa", Goebbels escribió una nota profética en su diario.
"Ahora considero esencial que continuemos con nuestros rigurosos ataques de represalia. Al igual que los ingleses, debemos atacar centros de cultura, especialmente aquellos que tienen poco apoyo antiaéreo", reflexionaba el ministro del Tercer Reich en las páginas de su diario. En la mente de Hitler fue tomando forma poco a poco la idea de minar los tesoros patrimoniales de Inglaterra. Los mandos nazis se resarcirían de las fotos que mostraban la catedral de San Pablo, en Londres, alzándose victoriosa entre el humo y las llamas causados por los bombardeos de 1940 y 1941.
Pero... ¿qué objetivos seleccionar? Fue entonces cuando entró en juego la guía de viajes Baedeker, la misma que (tiempo atrás) sus autores habían dotado de un sistema de puntuación para ayudar a los viajeros que se desplazaban por el mundo. Hitler decidió descargar su venganza en aquellos lugares con mayor valor, los que habían sido destacados con tres estrellas en el manual.
Los cazas y bombarderos nazis hicieron su primera incursión la noche del 23 de abril de 1942. El objetivo: Exeter, una de las ciudades más antiguas de Gran Bretaña. En ese funesto tour por los sitios recomendados en la guía Baedeker le sucederían a lo largo de las semanas siguientes Bath, Norwich, York, Canterbury, Kent y la propia Exeter, que volvería a ser golpeada.
Una guía para destruir Inglaterra
Todas las ciudades estaban conectadas por su rica herencia patrimonial. Aunque la Luftwaffe no había podido reunir los medios necesarios para asestar el golpe que deseaba Hitler, la ya bautizada como Baedeker Blitz dejó más de 1.600 fallecidos y decenas de miles de edificios destrozados. Años después, uno de los pilotos de la Luftwaffe recordaría la imagen apocalíptica que dejó el virulento ataque sobre Exeter: "Fue una noche de terror. La gente corría por todas partes y los bomberos estaban tratando frenéticamente de lidiar con las llamas".
Las primeras pistas sobre el criterio que seguía la Luftwaffe a la hora de planificar sus ataques llegó muy pronto. Poco después del primer bombardeo sobre Exeter un aristócrata alemán fanfarrón y sin demasiadas luces, el barón Gustav Braun von Sturm, aireó ante la prensa lo que Goebbels había guardado con tanto celo para la intimidad de su diario: que el objetivo no eran las bases militares ni los polos industriales, sino arrasar las joyas históricas de Inglaterra.
"Saldremos y bombardearemos todos los edificios de Gran Bretaña marcados con tres estrellas en la guía Baedeker", alardearía el barón Von Sturm durante un acto público en el que hizo gala de una indiscreción que heló la sangre de los mandos militares del Tercer Reich. La falta de prudencia del aristócrata desató la ira del mismísimo ministro de Propaganda.
En las páginas de su diario Goebbels dejaría constancia de su cabreo con Sturm, un malestar que transmitió en persona al deslenguado barón. Según se lee en sus páginas (y recoge una crónica de la BBC) el alto mando del partido nazi "censuró a este caballero en los términos más agudos" y tomó además "medidas para evitar la repetición de tal locura".
La guía Baedeker, que alertaba a los turistas de principios del siglo XX de la falta de higiene que se encontrarían en los trenes de España o de las "densas nubes de humo de tabaco" que hacían irrespirable el aire de sus bares y cafés, no fue el único manual para viajeros con cierto protagonismo en la Segunda Guerra Mundial. Se cuenta que hacia 1944 en Washington se reimprimió la guía Michelin France de 1939 para entregársela a los soldados que iban a desembarcar en Normandía.
Ironías del destino, el creador de la guía alemana, Karl Baedeker, se inspiró en el manual para viajeros que había lanzado tiempo antes un inglés: John Murray III, impulsor de las guías Murray que publicaba la editorial fundada por su abuelo. De la misma imprenta salieron obras de grandes escritores, como Jane Austen, Conan Doyle o Johann Wolfgang Goethe.
Ambas guías colaboraron durante algunos años, hasta que los editores de Baedeker decidieron prescindir de su aliado británico. Tanto Murray III como Karl Baedeker murieron mucho antes de que las guías para turistas pasasen de los petates de los viajeros a los atriles de la Luftwaffe.