Arguiñano se equivoca: sobrevaloramos el impacto de los padres en la "educación" y la ciencia lo sabe

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La última polémica educativa en España tiene como protagonista a la persona menos sospechada: Carlos Arguiñano. El popular cocinero ha aprovechad uno de sus programas televisivos para asestar un 'palo' a todos los que tienen problemas para conciliar: "por muy trabajadores que sean los padres o la comida o la cena la tienen que hacer con los hijos".

Lo que dice Arguiñano suena bien, pero ¿está bien? ¿Cuánto importan realmente los padres?

"La educación de casa es la primordial". Como explicaban nuestros compañeros de DAP, mientras picaba unas cebollas para hacer samosas el popular cocinero decidió que era buen momento para hablar de pedagogía y crianza. "En la escuela o en  el colegio, por muy caro que sea, le pueden dar buena educación, pero la educación educación se da en casa".

Hablaba de asuntos del tipo de "cómo hay que ser como persona, cómo comportarse con los amigos o con los compañeros siendo pequeño en la escuela". Cosas que, según Arguiñano, "en la comida o en la cena, lo controlas [y] si no estás ni comiendo ni cenando con ellos, se te escapan muchos detalles, muchos". Por eso, concluía, "por muy trabajadores que sean los padres o la comida o la cena la tienen que hacer con los hijos"

De sentido común. Como suele ocurrir con Arguiñano, sus declaraciones suelen ser "de sentido común". Sin embargo, merece la pena reflexionar un poco sobre el asunto y repasar la evidencia disponible. No porque esté en tela de juicio la importancia de los padres en el desarrollo de los niños, sino porque conviene valorarla en su justa medida. No vaya a ser que en aras de hacer un bien, estemos generando una "ansiedad parental" totalmente injustificada.

¿Y si padres no importan tanto como pensamos? En 1998, Judith Harris publicó 'The Nurture Assumption: Why Children Turn Out The Way They Do' y provocó un terremoto sin precedentes en el campo de la crianza. En ese libro, Harris argumentaba (provocativamente) que los padres "importan mucho menos en el comportamiento de sus hijos de lo que normalmente se supone". Los argumentos de Harris han sido muy discutidos, pero el resumen es claro: en esencia, con todas las consideraciones que queramos hacerle, llevaba razón.

Y es que, más allá de la genética (que ya es muchísimo), el papel de los padres es limitado. Es decir, no tienen una especial ascendencia educativa sobre ellos.  Los hijos se parecen a los padres porque crecen en un "entorno de  socialización grupal" parecido y, de hecho, cuando el ascensor social funciona (o por razones varias, hijos y padres no comparten ese entorno), las diferencias se disparan.

Entonces, ¿de verdad que los padres no importan? En realidad, la conclusión que podemos extraer no es esa. Es que no importan de la forma en la que solemos pensar. Claro que importa lo que "se mama" en casa. Pero si queremos una crianza más consciente y efectiva, los padres deben saber que lo más poderoso es buscar un entorno de socialización (una escuela, unos amigos, unas aficiones) que genere y refuerce los comportamientos, prácticas y valores que quieren inculcar sus hijos. Todo lo demás, es achicar agua a cucharadas.

Arguiñano se equivoca. Esto invalida y no invalida todo lo que pontificaba Arguiñano en televisión. Por un lado, no: la 'educación educación' no se da en casa. O no solo. Y minusvalorar el resto de entornos (que, por supuesto, sobrepasan ampliamente la escuela) es más peligroso que no cenar en comer porque el trabajo no nos lo permite.

Pero solo un poco. Sin embargo, hay un sentido en el que Arguiñano sí que tiene razón: es muy difícil saber qué le pasa a nuestros hijos si no estamos con ellos. Los "entornos de socialización grupales" son cosas mucho más sutiles que un buen colegio, un grupo de amigos "bien" (signifique lo que signifique eso) o ir a la piscina dos veces por semana.

El mismo entorno, por interacciones pequeñas y difíciles de controlar, puede causar efectos diametralmente opuestos en dos personas distintas. Aunque sean hermanos. Y, precisamente por eso, hay que estar pendiente. En la comida, en la cena o dónde y cómo podamos. Aunque eso sí, no demasiado pendiente: la ansiedad parental no suele ser buena consejera. Como decían en Freakonomics, "casi todo lo que puedes hacer para ser buen padre, lo haces antes de ser padre".

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Imagen | El Hormiguero

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