20 años después, la batalla por los hechos del 11M ha terminado. Lo que empieza es la batalla por cómo los recordamos

Viendo los debates de estos días, puede parecer que España vive en "el día de la marmota". No es así

11m
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Si un hipotético español hubiera tenido un accidente en 2005 ó 2006 y se hubiera quedado en coma, hoy sería el mejor día para despertarse. Bastaría ojear la prensa para encontrarse con Pedro J. Ramírez defendiendo que "el Estado ha fracasado esclareciendo los hechos" del 11M, con la bancada izquierda de los medios centrándose en "las insidias, mentiras y personajes" que trataron de "fabricar la teoría de la conspiración" y grupos de jóvenes discutiendo en torno a los huecos de la versión oficial.

Parecería que nada a cambiado y, sin embargo, ha cambiado todo.

De la "batalla por los hechos" a la "batalla por la memoria". Es cierto que, como demuestra el caso de Pedro J todavía hay quién trata de disputar los hechos. Es una tarea casi imposible. A nivel judicial y con los flecos que pueda haber, "los hechos quedaron probados de forma clara" y salvo que se produjera una revelación inesperada, el debate sobre lo que pasó en aquellos días de marzo está cerrado en lo sustancial.

Lo que tenemos por delante es parecido, pero muy diferente: el la batalla por la memoria del 11M.

¿Qué diferencia la historia de la memoria? Como decía el historiador francés Pierre Nora, "memoria e historia funcionan en dos registros radicalmente diferentes". La memoria sería "el recuerdo de un pasado vivido o imaginado" mientras que la historia, es "una operación puramente intelectual". Un esfuerzo científico (social, pero científico) "que exige un análisis y un discurso críticos".

Es decir, mientras la historia centra sus esfuerzos en esclarecer qué ocurrió exactamente en el pasado; la memoria se centra en cómo recordamos ese pasado, a qué le damos importancia, cómo interpretamos esos hechos y qué lecciones sacamos de ellos. Eso hace que incluso cuando los hechos históricos estén claros, estos se puedan recordar de formas (y con significados) muchas veces antagónicos.

¿Por qué importa la memoria? Es decir, ¿por qué merece la pena batallar por ella? Como suele explicar a menudo Edgar Straehle, al estar producida después de los hechos históricos, la memoria nos llega antes y, en cierta forma, conforma el "recipiente" conceptual, simbólico y emocional con el que recibimos esos hechos.

Los efectos que deja la memoria tras de sí. Un caso muy esclarecedor es el que pudimos ver, hace unos días, a raíz de la inclusión del aborto en la constitución francesa. Los medios se apresuraron a decir que el país galo se convertía en el primero en "blindar constitucionalmente este derecho". Pero, rápidamente, surgieron los especialistas que aseguraban que Yugoslavia lo había hecho en 1974.

Ese dato sorprendió a muchos. Y es que, en el imaginario popular, Yugoslavia no es ya el país avanzado en derechos sociales y de referencia internacional que sí fue durante los 60 y los 70. Casi al contrario, Yugoslavia es el infierno que dejaron las guerras y los conflictos multiétnicos de los 90.

Hay muchos más ejemplos desde los usos (y abusos) del 23F en la consolidación de la democracia española a la guerra de relatos en la invasión de Ucrania, pero la conclusión siempre es la misma: la forma en que recordamos el pasado tiene consecuencias en el presente y en el futuro.

Esas consecuencias son la memoria trabajando sobre nuestra visión del mundo social; son la memoria conformando la manera en que entendemos el futuro hacia el que vamos.

Han pasado 20 años desde el 11M. Es decir, tiempo más que suficiente como para que los recuerdos biográficos de los mayores se vayan diluyendo y cientos de miles de personas que no vivieron aquellos hechos se incorporen al debate público. Es el momento de la memoria.

Para bien y para mala. Porque como señalaba Straehle hablando de la Comuna de París, "lo importante en el pasado [...] no es solo su historia, sino también la fecunda, compleja y problemática memoria que generaron; una por la que retornamos sin cesar a lo que sucedió, pero también por la que nunca lo hacemos de la misma manera ni con los mismos propósitos".

Hacer memoria, cuando lo hacemos como sociedad, no es solo "recordar lo sucedido sino también por interpretarlo y valorarlo". Y eso tiene un carácter claramente pragmático: está comprometido con nuestros objetivos, cosmovisiones e intereses. Es decir, "esos recuerdos no solo se deben entender" como lo que "realmente aconteció" (que también, porque "cada interpretación debe proporcionar versiones verosímiles" y "hasta cierto punto apegadas a los
hechos") sino como parte de "cada presente". De nuestro presente.

Hoy, 20 años después, estamos hablando del 11M, sí (y algunas piezas y documentales son estremecedores); pero sobre todo, estamos hablando de nosotros mismos este 11 de marzo de 2024. No está de más recordarlo.

Imagen | GTRES

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