En el fondo, el Gran Hermano siempre ha estado aquí. Pero nunca había llegado hasta este punto. Hace unos meses, hablábamos de los cientos de miles de cámaras con los que contaba el colosal sistema de videovigilancia chino. Y parece que esto es sólo el principio.
"Si una mariposa bate sus alas en la bahía de Hong Kong, hay funcionario en Pekín que lo anota en su libreta", se dice. Sin embargo, la pregunta sigue estando ahí: ¿sirven de algo las cámaras de seguridad? ¿Tienen algún efecto real sobre el crimen o la seguridad de las personas o simplemente es una forma de 'tranquilizar' al personal mientras se convierte en un Caballo de Troya contra la privacidad?
Las 68 cámaras de San Francisco
Leyendo sobre la enésima polémica de este tipo, he recordado que, por suerte, a veces, tenemos lo que los científicos llaman “experimentos naturales”, circunstancias en las que podemos estudiar un fenómeno que, normalmente, resulta difícil de estimar.
En 2005, el ayuntamiento de San Francisco se gastó un millón doscientos mil dólares en instalar 68 cámaras contra el crimen en zonas especialmente sensibles de la ciudad. La idea era disuadir a los delincuentes de cometer delitos sexuales, robos o asesinatos.
Pero desde el principio, fue algo muy polémico. El departamento de policía emitió un comunicado diciendo que "no solo no son útiles, sino que le dan a la gente una falsa sensación de seguridad”. El Ayuntamiento no sólo siguió apostando por ellas, sino que su número fue creciendo con los años hasta alcanzar límites insospechados.
Tres años después de su puesta en funcionamiento, las cámaras habían contribuido a un solo arresto. En una ciudad que sufría casi 100 asesinatos cada año. Fue entonces cuando un equipo de la Universidad de Berkeley se preguntó cómo habían afectado esas cámaras a los delitos. Analizaron 59,706 crímenes cometidos a un radio de 300 metros desde las distintas cámaras de seguridad entre enero de 2005 y enero de 2008.
Al comparar la tasa pre y postinstalación de siete tipos distintos de crímenes (que incluían robo, violaciones y homicidios), se dieron cuenta de que, aunque los robos no violentos cayeron un 22% en un radio de 30 metros alrededor de las cámaras, se habían compensando con un aumento en otros lugares. Además, las camáras no tenían ningún efecto en el robo de automóviles y otros crímenes violentos.
El curioso caso de los homicidios móviles
Exceptuando, curiosamente, los homicidios. Los investigadores se dieron cuenta de que los asesinatos cayeron en un radio de unos 100 metros cerca de las cámaras, pero esa caída fue completamente contrarrestada por el crecimiento de asesinatos en el área que va entre 100 y 200 metros de las cámaras. Los homicidios se habían desplazado.
Aunque se trata solo de un estudio de caso, el informe levantó muchas preguntas. ¿Era posible que las cámaras no acabasen con el crimen, sino que simplemente lo desplazaran de lugar? ¿Cómo diseñamos políticas públicas para eliminar ciertas políticas en lugar de, simplemente, invisibilizarlas? Un debate que va mucho más allá de las cámaras, claro. Y que nos hace reflexionar sobre todos los argumentos interesados que se dan para poner límites a la privacidad.
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