En occidente estamos viviendo un importante auge del ateísmo. La ruptura con el catolicismo tiene consecuencias sociológicas tan sutiles como imparables, y una de ellas es otro auge, el del hedonismo, una variante más del cortoplacismo.
La moral católica tradicional venía condicionada por la idea de que en esta vida uno ha venido a sufrir y a sacrificarse bajo la promesa de que, una vez muerto, la vida eterna en el reino de los cielos le daría todo lo que no pudo saborear en vida. Antes funcionaba, los esclavos no se rebelaban y en general nuestras abuelas encajaban el sufrimiento cronificado como forma de vida. Hoy, con menos del 10% de la población ubicando a la fe como algo indispensable en su vida, las normas han cambiado y en general abrazamos los placeres inmediatos, el disfrute de la vida sin esperar a ese hipotético cielo cristiano y en resumidas cuentas planificamos menos.
Dos párrafos después, usted, querido lector de Xataka, estará preguntándose qué demonios pinta el devenir del catolicismo y la idiosincrasia colectiva en este medio. Quizás contextualice bien una de las últimas tendencias de las grandes tecnológicas, que están orientando esfuerzos a facilitarnos el crédito como sea, ya sea para comprar sus propios productos o ya sea para convertirse en financieras digitales. Algo que encaja como un guante en una sociedad que dejó atrás el momento hormiga y, fruto de muchas circunstancias, se vistió de cigarra endeudándose sin aprender la lección de 2008.
Compre ahora, pague después, y cuénteselo a sus amistades
Amazon fue una de las primeras en incorporar financiación integrada en sus productos con el "paga en cuatro plazos". Un proceso de menos de tres minutos para financiar productos de hasta 1.000 euros. Para artículos más caros, de hasta 3.000 euros, el tiempo se eleva a... menos de siete minutos. Casi cualquier producto que compremos tiene su propuesta de precio de cuota mensual, una estrategia más de la economía conductual para reducir el dolor.
Eso se ha convertido en tendencia y startups de microcréditos instantáneos online han arrasado colocando sus propuestas en precios por medio Internet. Una de estas empresas es QuadPay, que como su nombre sugiere, ofrece fraccionar en cuatro plazos cualquier compra. El rizado del rizo llegó cuando publicaron un vídeo en TikTok animando a aplazar el pago de alimentos y otros bienes de primera necesidad.
Ni la mayor empresa del mundo por capitalización bursátil y que más beneficios consigue se resiste a ofrecer a sus clientes financiaciones y créditos. Suya es la Apple Card que esencialmente funciona como una financiera, al estilo Carrefour Pass, haciendo simple y atractiva al máximo la decisión de aplazar compras. Suyo es también el protagonismo cada vez mayor que da a los precios con financiación en su tienda online (y donde está redoblando su apuesta en otras partes del mundo).
Los créditos son una vía de negocio bastante rentable, sin apenas costes. Bien cobren las empresas de forma directa los intereses o una comisión en forma de apertura del crédito, o bien tengan acuerdos con las financieras a las que deriven.
Pero al igual que pasó con otros productos del pasado que tuvieron su auge hasta que se descubrieron sus efectos a medio plazo, la regulación que modere su desenfreno ya está en camino. En Suecia ya han legislado para que la opción principal siempre sea la compra a débito y el crédito sea la elección consciente y explícita que necesita más trabajo por parte del cliente. Australia o Reino Unido también están preparando normativas similares para cortar las alas al crédito fácil omnipresente.
De lo contrario, podríamos trasladar al entorno online lo que ya empieza a ser un problema fuera de él: el esplendor de los microcréditos concedidos sin hacer muchas preguntas y con unas tasas de interés disparadas.
Una de mis teorías de andar por casa es que la mayoría de la gente no sabe con precisión cuánto le ha costado su casa y se limita al precio sin impuestos ni intereses. Estaría bien que no ocurriese lo mismo si empezamos a acumular préstamos por compras online, que a veces tienen mucho de impulsivas, y los cuadros de amortización, sobre todo los de sistema francés, dejen de resultarnos extraños. Un producto de 1.000 euros financiado a tres años con un TAE del 22% nos puede costar un 38% más al financiarlo. Demasiada diferencia como para obviarla.
Ver 47 comentarios