En 2016, escondido en el suelo de una planta de reciclaje, unos científicos japoneses encontraron un microbio capaz de alimentarse de botellas de plástico. Hasta ese momento, la estructura cristalina (y la hidrofobia) de polímeros como el PET había hecho imposible convertirlos en dióxido de carbono y agua.
Y eso era un problema colosal. Del mismo tamaño que la enorme cantidad de desechos plásticos que tenemos encima. Por suerte, la naturaleza se nos adelantó y el descubrimiento de Ideonella sakaiensis abría la puerta a soñar con una verdadera solución al problema. No nos equivocábamos.