La mejor adaptación de un videojuego de terror a la pantalla llega a Netflix con una estética oscura y pesadillesca

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En su día, esta adaptación del mítico videojuego de Konami fue recibida con cierta frialdad, y no es para menos. La película inspirada en 'Silent Hill', que acaba de llegar a Netflix, clavó muchas de sus constantes estéticas y argumentales, pero no llegaba a igualar el morboso horror existencial que supuraba el videojuego de Keiichiro Toyama. El paso del tiempo, sin embargo, ha permitido valorar en su justa medida muchos de los hallazgos de la propuesta.

El interesantísimo director de procedencia francesa Christophe Gans (que venía de rubricar películas tan estimables como 'Crying Freeman' y 'El pacto de los lobos'), acompañado del guionista Roger Avary (colaborador de Tarantino en películas como 'Amor a quemarropa' o 'Pulp Fiction') firmaron una adaptación que se distanciaba del desenfado con el que se planteaban los saltos de los videojuegos al cine. Su gran hallazgo es, precisamente, no ser otra 'Mortal Kombat' u otra 'Resident Evil'.

Y eso lo consiguen con una estupenda réplica de los ambientes y las criaturas del juego original: de las enfermeras y Cabeza de Pirámide a los inquietantes primeros compases del juego, con la ciudad sumergida en una niebla sobrenatural, todo está aquí. 'Silent Hill' acaba cediendo en su tramo final a la necesidad de dar una explicación relativamente coherente a los horrores del pueblo, pero incluso ahí, cuando más se distancia de la locura irracional del juego, resulta mucho más valiente que buena parte del cine de terror de la época.

La franquicia 'Silent Hill' nunca ha tenido demasiada suerte, más allá de unas pocas y estupendas secuelas iniciales del videojuego. A partir de ahí se ha convertido en una suerte de saga maldita, que gracias a fenómenos como 'P.T.', los fans del terror no bajan del altar que merece. La película de 'Silent Hill', pese a sus puntos discutibles, nos recuerda por qué siempre es un oscuro placer volver a la ciudad de la niebla.

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