Me lo monté solo como creador en Internet, gano dinero con ello pero estoy terriblemente "quemado"

Me lo monté solo como creador en Internet, gano dinero con ello pero estoy terriblemente "quemado"

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Me lo monté solo como creador en Internet, gano dinero con ello pero estoy terriblemente "quemado"

Se busca trabajador. Requisitos: amplia disponibilidad de horarios —habrá días (bastantes) en los que te toque sentarte al escritorio con legañas y levantarte derrengado, con las pupilas enrojecidas por el cansancio y el sueño—, conectividad 7-24, grandes dosis de creatividad y mente abierta para reinventarse cuando toque —y ya te adelanto que tarde o temprano tocará—, un respeto absoluto por los deadlines y no tener reparos en que tu labor la evalúen a diario miles y miles de ojos.

¡Ah, importante! Ni hay contrato ni lo habrá. Si estás interesado debes registrarse como autónomo o crear tu propia sociedad. Los ingresos no están garantizados tampoco. Pueden llegar a ser generosos —mucho, en realidad—, pero es casi seguro que oscilen.

¿Interesado?

¿Y si al pack le añadimos tener que trabajar con herramientas que cambian sus criterios sin previo aviso. O que la “decisión” que un bot toma en un pestañeo suponga que un producto que a ti te ha costado semanas de dedicación circule luego sin reportarte ni un solo céntimo; sin importar, incluso, que la pieza dé el campanazo, sea un éxito y te lluevan las felicitaciones?

Y doblando la oferta: ¿Qué te parecería si a mayores en tu día a día tienes que lidiar con haters y trolls o con comentarios —ojo sobre todo si eres mujer— que se saltan la barrera de lo estrictamente profesional y cuestionan tu físico, cómo te vistes o tu forma de hablar?

Entre los trabajadores más admirados, reverenciados —y envidiados— de la Web hay no pocos que en su día decidieron responder "sí" a una oferta parecida. Es más, en realidad fueron ellos mismos quienes actuaron como juez y parte, en calidad de empleador y empleado, y se formularon a sí mismos la propuesta. Hoy son youtubers, instagramers, blogueros, podcasters… (re)conocidos y aunque ganan dinero y están satisfechos con los éxitos que han alcanzado —labrados con dedicación de picapedrero— reconocen sentirse también más o menos “quemados”.

La creación de contenidos en Internet requiere una inversión de recursos relativamente controlada, un "plus" que tiene su contrapartida: el elevado gasto y desgaste personal que exige de quienes los producen, sujetos a un ritmo de trabajo delirante y conexión 24 h-7 d

¿La razón? Simple. Igual que todo trabajo tiene su lado negativo, también los creadores de contenidos en la Red se enfrentan en su profesión a un “lado B” alejado de la fama, las legiones de followers y suscriptores y los likes medidos en "K". Antes de sentarse ante la cámara y una vez apagados los focos y recogido el croma, en su día a día hay presión, estrés e incertidumbre. Hace un par de meses Martí Montferrer, del canal CdeCiencia1,43 M suscritores en YouTube y cerca de 170.900 seguidores en Twitter— levantaba una de las esquinas del telón para mostrar, sin pudor ni complejos, qué hay del otro lado, entre las bambalinas de la fama digital.

“Desde agosto de 2020 ser creador de YouTube me ha causado depresión, ansiedad y dependencia adictiva. Mi salud mental ha ido a peor cada mes y no por el COVID”, relata Montferrer en un vídeo que subió en enero con el título "Me voy" y acumulaba más de 732.000 visualizaciones a inicios de mayo. A lo largo de su reflexión, el creador de CdeCiencia apunta en especial al impacto demoledor de la “aleatoriedad” que aplica YouTube desde hace meses en sus sugerencias.

Una parte fundamental de las visualizaciones que reciben los canales las generan las recomendaciones del algoritmo de YouTube. Para creadores ya muy asentados en la plataforma, como Montferrer, ese factor de imprevisibilidad se traduce habitualmente en una sangría de visitas, la pérdida de ingresos y una búsqueda obsesiva y frustrante de nuevas fórmulas para revertir sus efectos. “Me afectó en mi realización creativa y profesional. Mi sueldo y realización personal dependen de una máquina tragaperras. Se genera una dinámica súper tóxica”, lamenta.

Estás en la más completa oscuridad, ahogándote mientras buscas un camino que te lleve a la salida. Y al principio lo hace, pero al cabo de un tiempo te ahoga aún más y esto genera muchísima frustración creativa e inestabilidad económica”. Ante semejante escenario —confiesa en el vídeo—, Montferrer se sintió abocado a un dilema que refleja bien su nivel de cansancio: escoger entre salud y YouTube. “Estoy en una situación en la que mis principales pilares en la vida, realización profesional y sustento económico, han pasado a depender de algoritmos aleatorios en constante cambio e impredecibles. Algunos meses puedo ahorrar, otros tengo que tirar de ahorros”.

La exposición prácticamente constante y, de forma especial, la aleatoriedad y arbitrariedad que introduce YouTube, además de la desmonetización de vídeos, lleva a creadores de la plataforma a situaciones de estrés

“Muchos creadores me han escrito agradeciéndome que haya expuesto esto porque o bien no se atrevían a compartirlo con su audiencia o bien ya se habían ido de la plataforma, pero sin dar las razones reales, que eran estas”, apuntaba Montferrer poco después a elDiario.es. La dinámica que acaban asumiendo los youtubers se parece en cierto modo —ilustra el impulsor de CdeCiencia— a la dependencia de los jugadores hacia las tragaperras. "Ludopatía en su estado más puro".

Aunque su caso es quizás uno de los más recientes y sonados, Montferrer no es el primero en rasgar el telón y mostrar la cara menos amable de los creadores de contenidos, una amplia etiqueta que va mucho más allá de YouTube y engloba también a blogueros, instagramers, podcasters… Lo que en algunos casos ha llevado incluso a los creadores a pulsar el botón de “pause”.

Le ocurrió por ejemplo a Marta Pombo, que en diciembre, justo antes de las Navidades, anunció en su perfil de Instagram —con 452.000 seguidores— que necesitaba tomarse “unas vacaciones de redes sociales”. Tiempo antes ya había compartido su experiencia como influencer Berta Bernad, quien decidió dar carpetazo a las redes cuando iba camino de los 100.000 followers en Instagram.

“Cuando cerré Instagram, los primeros días sentí una falta de acompañamiento. Estuve unos días confundida, era una nueva manera de vivir —relataba a LibertadDigital.com durante la presentación de Mi nombre es Greta Godoy, una novela en la que recoge parte de sus vivencias—. He necesitado muchas terapias y mis psicólogos han sido fundamentales. Necesitaba tener un plan porque la aplicación había condicionado la manera en que vivía. Ramiro Calle, que es un pensador que me gusta mucho, dice que puedes tener el mejor caballo del mundo, pero si lo llevas siempre a galope, va a morir. Yo tenía esa sensación. Iba todo el tiempo al galope y necesitaba tirar de las riendas, pensar hacia dónde iba. Necesité parar y ver en perspectiva lo que estaba pasando”.

Otros muchos creadores españoles han reconocido verse sobrepasados por la misma sensación: se sentían quemados. Tras un crecimiento fulgurante y llegar al estrellato, convertido en uno de los youtubers con más éxito del mundo y una facturación millonaria, el propio Rubius admitía en mayo de 2018 afrontar problemas de ansiedad. “Cada vez siento más y más presión y cada vez me pongo más nervioso. Y cada vez me cuesta más respirar. Me dan como bajones”, se sinceraba.

Bajos costes de producción VS alto coste personal

Los expertos tienen bien medido y calado el fenómeno. En un artículo publicado en enero, @hunterwalk reflexionaba sobre cómo en el caso de los creadores de Internet los costos de producción y distribución —relativamente bajos—, se ven "reemplazos" por un nuevo conjunto de peajes: el tremendo desgaste físico y sobre todo emocional y psicológico que acaba “quemando” a los creadores y daña su propia frescura. Por ese mismo motivo, no ve descabellado que en las plataformas terminen generalizándose criterios que faciliten el descanso. A modo de ejemplo apunta al modelo de “temporadas” que lleva años aplicándose en televisión, radio y la producción de series; o incluso una desaceleración de los ritmos de publicación.

A lo largo de su larga carrera en redes, Adrián Rodríguez, de Mola Viajar, ha pasado por diferentes etapas, incluidos —confiesa— momentos de “bajón” y desgaste. En 2008 lanzó un blog con su pareja, Gosia Bendrat, para que sus familias pudiesen seguir desde la distancia sus viajes por el mundo. Al ver que el contenido funcionaba decidieron reforzarlo en 2010 y tres años después dieron otro salto: un “all in” de póker en toda regla. Apostaron al cien por cien por el proyecto —Adrián, diseñador, dejó su otro empleo— y se centraron en su desarrollo. Hoy el canal que lleva en YouTube suma 328.000 suscriptores y tienen 152.000 seguidores en Instagram y 45.900 en Twitter.

El COVID-19 les ha puesto las cosas difíciles —el reto de dirigir un canal de viajes con las fronteras cerradas a cal y canto por la pandemia no ha sido nada sencillo—, pero Adrián asegura sentirse satisfecho. Se dedica a algo que le apasiona, no se arrepiente de nada y antes de que el SARS-CoV-2 les complicase la labor, al igual que a otros muchos youtubers dedicados a su mismo género, disfrutaban de una etapa buena y relajada. Esa faceta positiva sin embargo tiene otra cara de la moneda, complementaria: un trabajo muy exigente y en el que resulta fácil desgastarse.

Molaviajar
Adrián Rodríguez y Gosia Bendrat, de Mola Viajar, con sus hijos.

— ¿Te has sentido quemado alguna vez?

“Muchas. Este no es un trabajo de ocho horas en el que desconectas y listo. Tienes que estar haciendo contenidos, pensando todo el rato. Me voy a la cama y le sigo dando vueltas a proyectos”, comenta Adrián. En su caso —y el de otros muchos creadores— lo de llevarse el trabajo a casa e incluso a cama adquiere una literalidad absoluta. Superior a la que están habituados a soportar ya de por sí los autónomos. “Abro Instagram y me salen 20 preguntas sobre viajes. Las respondo. Me llegan 20 emails y los respondo. Llegó un punto en el que necesitaba las 24 horas para responder a todo, crear, escribir… Tienes esa presión. Estás durmiendo y le das vueltas. Ves el móvil, abres Instagram y dices… Voy a responder esto por la noche y así mañana tengo menos”.

“Hubo un momento en el que estaba haciendo las cosas mal, en el que yo estaba mal. Y fue cuando pensamos que teníamos que parar un poco, dejar de subir un poco porque esto no nos aguantaba y más con dos hijos. Empecé a tomarme las cosas con más calma. Hay una ilustradora que nos está ayudando con los mapas y otras cosas que se nos ocurren y he intentado buscar ayuda para maquetación de vídeos. He dado un giro”, señala Adrián. Lejos de ocultar esa otra cara de la vida del creador de contenidos, en el canal la han expuesto abiertamente con varios vídeos.

Otro reto, nada menor, es ver cómo lo que empieza como un "hobby” acaba convirtiéndose en la vía de la que uno depende para ganarse las habichuelas. “Antes llevaba la cámara porque a mí me gusta grabar, pero daba igual lo que dijeras porque iba a ser para ti. Ahora te preparas el viaje y un guion; al llegar a la habitación tienes que descargarlo todo y durante el propio viaje debes publicar en redes, planificar… Hay un trabajo que no se ve. En Instagram ves lo bonito, pero has estado meses preparándote y luego, los dos, tres o cuatro meses siguientes trabajas con el contenido”.

“Tienes una responsabilidad muy grande para no cometer errores, para que todo esté bien y no recomendar algo que al final no sea como tú crees. Es un trabajo con mucha presión. Cada día sale además una red social a mayores. Ahora Tik Tok… Yo no puedo tener más tiempo para otra red y llevarla bien. Y hay tanta competencia que en aquellas cosas que quieras hacer tienes que ser bueno y hacerlas bien porque, si no, vendrá otro, las hará mejor que tú y la gente se pasará. Como depende de nosotros, la presión está ahí”, explica el cofundador de Mola Viajar.

Rubén González (Lechero Fett) sabe bien también qué supone empezar de cero y —a costa de mucho trabajo y horas robadas al sueño— terminar reuniendo a un nutrido grupo de parroquianos en YouTube. Su canal de divulgación histórica A toda leche suma 318.000 suscriptores. Para mantener su ritmo de publicaciones y la actividad en Twitch, Rubén encadena jornadas maratonianas frente al ordenador. “Me siento a las siete de la mañana, que es cuando empiezo el directo”, apunta. A partir de entonces y hasta la noche —salvo algunas pausas para comer y hacer deporte— se sucede escritura de guiones, grabación, streaming… “O sea, alrededor de nueve, diez horas en YouTube; y luego, en Twitch, tres horas y media o así, aunque ya jugando, de tiempo libre”.

“Es estresante levantarte todos los días y saber que te toca escribir no sé cuántos guiones y que mañana debes escribir otros tantos. Al final se nota un poco la frescura. Algún día te despiertas mal, te pones delante de la cámara y dices ‘tengo que estar aquí ocho o diez horas y se va a notar’. Luego te comentan que se te ve un poco triste y te preguntan qué pasa. Nada, pero llevas dos semanas trabajando delante de la cámara y al final algún día malo tiene que salir”, explica.

Lidiar con la desmonetización y la aleatoriedad

La ecuación se complica —como denunciaba Montferrer en enero— cuando YouTube añade una pizca de aleatoriedad u opta por desmonetizar un vídeo por considerar que no se ajusta a su política de contenidos, problema con el que lidian a menudo canales de divulgación histórica como A toda Leche. “Esto es como si juegas al fútbol y de repente te pitan falta y cuando preguntas por qué te responden que es que ahora no puedes tocar con la pierna derecha. Sigues jugando y de repente ves a alguien que coge el balón con la mano y se va corriendo. Dices: ‘Pero bueno… ¿Qué está pasando?’ Como no sabes las reglas tienes que ver el futuro y empiezas a hacer cosas”.

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Lechero Fett, del canal A toda leche.

Lechero Fett entiende las razones que han podido llevar al cambio en YouTube, comprende que el objetivo —explica— tal vez pase por favorecer que los nuevos creadores tengan más visibilidad y se puedan refrescar los contenidos; pero pide que las reglas de juego se dejen negro sobre blanco. “Me gustaría que las cosas estuvieran claras. Al final mucha gente se va a Twitch porque está hasta las narices de que YouTube pague mal, desmonetice los vídeos y no saber las reglas del juego”, comenta Lechero, que obtiene gran parte de sus ingresos a través de Patreon.

"A una persona que era conocida hace 20 o 30 años, igual la paraban por la calle. Ahora la desconexión no la tienes en casa porque estás en tu espacio privado y aún así te siguen llegando mensajes de gente que opina sobre lo que haces"

Sí que existe estrés, pero más que estrés yo creo que es incertidumbre. Al final estamos trabajando en una plataforma que juega con un algoritmo que ni los propios creadores de YouTube saben casi cómo funciona. Yo con lo que más problemas me he encontrado es con subir vídeos que a priori no son polémicos, no incitan al consumo de drogas, ni nada de lo que en teoría me banearía un vídeo y sin embargo verlo desmonetizado", concuerda la divulgadora científica Sandra Ortonobes, alias La Hiperactina, que suma alrededor de 408.000 suscritores en su canal.

"Es cierto que puedes solicitar una revisión y a mí en la gran mayoría de los casos me acaban aceptando esa monetización de nuevo. Lo que pasa es que eso supone una especie de batalla constante en la que no pisas tierra firme en ningún momento —abunda La Hiperactina—. Al final te encuentras con que tienes un trabajo que depende de un algoritmo que nadie conoce, ¿Eso me genera estrés? Si, claro; pero por la incertidumbre, sobre todo, por no saber qué va a pasar. No saber si voy a hacer un vídeo y va a funcionar o YouTube me lo va a matar”.

Un ejemplo práctico: el vídeo que subió en junio de 2020 sobre el cannabis, que va ya por las 448.700 visualizaciones. “Es súper informativo, con él busco solo informar. Tiene rigor. YouTube solo tiene un filtro: hablas de drogas. Técnicamente tú puedes hablar de drogas, que si es para contenido educativo no debería desmonetizarse. Eso es lo que pone en las normas de comunidad. ¿Cuál es la realidad? Que tú subes el vídeo y se desmonetiza desde el minuto cero”, lamenta.

En el caso de youtubers como La Hiperactina, dedicados a los contenidos científicos, a esa incertidumbre se suman otros hándicaps con los que no es nada sencillo lidiar, como los comentarios de haters, trolls o —algo que ha ocurrido a menudo con los antivacunas a lo largo de los últimos meses de pandemia— "conspiranoicos". Para Ortonobes “uno de los factores que más quema" del oficio es precisamente la exposición permanente, "recibir un feedback constante". "A una persona que era conocida hace 20 o 30 años igual la paraban por la calle. Ahora la desconexión no la tienes en casa ya porque estás en tu espacio privado y aun así te siguen llegando mensajes de gente que opina constantemente sobre lo que haces. Quema bastante. Hay que ponerse barreras. Hay que entender que están las redes para uso profesional y luego para el personal. Que sirvan para ambas cosas hace igual que estés hasta las doce de la noche leyendo mensajes”.

Cuando quien se expone en redes es una mujer el problema se agrava además con una vuelta de tuerca añadida. “Aguantas gran cantidad de mensajes babosos y machistas que recibes por parte de hombres”, lamenta La Hiperactina. La suma de factores explica que en ocasiones sean necesarios descansos. “Es una conexión 24-7 con gente alrededor del mundo que no te conoce y a la que no conoces y sin embargo tienen un impacto en ti que es muy fácil conseguir con un simple comentario. Yo me tomo descansos a veces. Sobre todo lo que más contribuye a mi salud mental es, durante épocas, no abrir mensajes de Instagram. Por el acoso, sobre todo”. Sandra recalca, en cualquier caso, que su comunidad es “mayoritariamente constructiva y positiva”. También recuerda que su experiencia en YouTube es relativamente reciente: "Tengo la suerte, paradójicamente, de no llevar tanto tiempo como para que me haya quemado".

"Bonus track": pelear con la administración... y haters

Otra de las dificultades con las que bregan a menudo los creadores es la odisea administrativa —compartida por muchos freelances— que requiere darse de alta y gestionarse como autónomo o incluso montar una sociedad. Lo que arranca como un pasatiempo acaba convertido en un oficio que exige llamar a la puerta de los organismos públicos. “No es el clásico trabajo de un autónomo estándar. En mi caso empezó como un hobby, el canal empezó a crecer y crecer y me di cuenta de que no tenía un hobby, sino dos trabajos: a lo que yo me dedicaba y el que me llevaba YouTube y la divulgación. Al final tomé la decisión y hubo todo el trámite de darse de alta en autónomos, tener que explicar a gestores qué estás haciendo, a qué te dedicas…”, recuerda La Hiperactina.

Las dificultades del proceso las conoce de primera mano Francisco Izuzquiza, del podcast La Escóbula de la Brújula, en Podium Podcast, e impulsor de Yes We Cast, empresa especializada en producción y asesoramiento en podcasting. “Hay muchas dudas. Nosotros vivimos algo que refleja las dificultades y lo complicado que es el sistema para alguien que quiere lanzar una idea", comparte el podcaster, con larga experiencia en el sector: "Para empezar, hasta el establecimiento de la tarifa plana hace unos años, como autónomo tenías que poner 300 euros cada mes por adelantado. Ya no solo no te estaban ayudando a poner en marcha una actividad que no sabías si te iba a reportar o no ingresos; sino que, aún por encima, te estaban cobrando por adelantado. Ahora son 60 al principio, lo que resulta más asumible; pero siguen cobrándote por adelantado”.

Izuzquiza
Francisco Izuzquiza con el micrófono de Yes We Cast.

“Mi socio y yo nos enfrentamos a la creación de una sociedad, de una empresa. Dos personas con una idea, sin inversor. En aquellos momentos la creación de una SL implicaba poner 3.000 euros de capital social y no permitía compatibilizarlo con esa tarifa plana de 60 euros. Es decir, pones 3.000 euros para capital y 300 al mes de autónomos. Tuvimos que dar mil vueltas, con gestores, preguntando a amigos, compañeros, Hacienda… Hasta que encontramos la fórmula de la Sociedad Civil con Objeto Mercantil, que nos permitió arrancar —recuerda Izuzquiza—. Es un sistema complejo que no está bien contado. No hay una ruta clara ni expuesta que te muestre el camino sin que te cueste la vida. Nosotros lo descubrimos a base de golpes contra la pared”.

Al igual que los youtubers o blogueros, los podcasters lidian también con las exigencias del ruedo digital. Distinta plataforma, diferente lenguaje, pero demandas muy similares. Izuzquiza reconoce por ejemplo la mella que terminan ejerciendo los comentarios “irrespetuosos” o el riesgo —presente en muchas profesiones, pero agravado cuando se combinan el trabajo desde casa y el manejo de las redes— de desdibujar las fronteras entre la vida laboral y la personal. “Al final hay que poner límites; en caso contrario es fácil obsesionarse. Es sencillo no distinguir entre el trabajo y la vida personal que todos necesitamos. Puedes pasar de dedicarle ocho horas a catorce sin problema y cuando tu vida se convierte en eso tienes más posibilidades de quemarte”.

No son, ni mucho menos, los únicos riesgos. Izuzquiza subraya otro nada menor: obcecarse con las métricas. En el fondo el problema no es nuevo, pero se ha cebado en la Red. Algo parecido le viene ocurriendo a los profesionales de la radio, la tele e incluso la prensa de papel desde hace décadas, pero en formatos digitales, como los vídeos de YouTube o podcasts —en los que el feedback es en tiempo real— el peligro es mayor. “Las estadísticas que en radio tenemos presentes cada tres meses con la publicación del EGM hace que la evaluación sea como las notas del colegio. Cada tres meses sabes que llega la alegría o el drama. Sin embargo en Internet esto es constante. De hecho es relativamente fácil, sobre todo al principio, obsesionarse con las estadísticas cada minuto”.

“Lo que he acabado aprendiendo es que lo importante son las tendencias, la constancia. Esto se puede ligar con la parte del trabajo autónomo, en el que eres tú quien tira de ti mismo, te apetezca o no. Cuando estás en una empresa la bola rueda un poco por sí misma, pero cuando estás solo tú, no. Con esa disponibilidad en tiempo real, evaluarte puede convertirse en una tortura”.

Fuera del entorno digital un creador tiene herramientas limitadas para saber cómo está respondiendo su audiencia: EGM, OJD... estudios con una periodicidad más o menos espaciada. En el "ruedo Web" eso cambia y se corre el riesgo de un análisis constante y obsesivo

Entre los podcasts más populares en español sobre contenidos históricos destaca HistoCast. Uno de sus impulsores, Gregorio Urquia, coincide en varias de las reflexiones de Izuzquiza. A él también le ha tocado lidiar con complicaciones administrativas —ha tenido que vérselas con formularios en alemán o documentación de EE. UU.— y concuerda con su colega de La Escóbula sobre el riesgo de querer pisar el acelerador a fondo en un oficio que requiere de marchas cortas y paciencia. “Esto es de ser machacones, periódicos y a largo plazo. No puedes esperar que te vengan las cosas a la primera. Algo que suelo recomendar es que si quieres monetizar, vivir de esto, te vas a agobiar. Salvo que tengas una bomba, al principio no vas a tener resultados”, advierte.

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Gregorio Urquia, de HistoCast.

De saltos complicados y tener varias cestas

Con su larga experiencia en el mundo podcasting y a pesar del éxito de HistoCast, Urquia reconoce que es muy difícil subsistir con la elaboración de podcasts. Al menos los que requieren de varios participantes. “¿Vivir de esto? Ya te digo que no. Ahora mismo no llegaríamos al salario mínimo. Hace poco salió un artículo en Business Insider en el que entrevistaban a podcasters y decían que se puede vivir del podcasting. Hacían un poco de trampa. Los que son solitarios, de una única persona, por supuesto que pueden si llegan a una cantidad suficiente; pero aquellos en los que participan varios componentes, no da. Nosotros tendríamos que ser cinco o seis veces más grandes, por lo menos, para que fuera viable en el sentido de que puedas dejar tu trabajo”.

Consecuencia: los creadores se ven obligados a compaginar su oficio, el que les permite llenar el plato, con su labor en las redes y la generación de contenidos. Un maridaje complejo —confiesa Urquia—, que habitualmente permanece invisible para los seguidores. “Esta temporada ha sido muy dura y la anterior también, durísima. Hemos tenido enfermos de COVID, hospitalizados, mudanzas, niños… Ha pasado de todo y hemos podido publicar capítulos cuando tocaba. Eso la gente no lo ve. Hay quien dice que los de HistoCast están a otra cosa… Un día contaremos las otras cosas, que son el trabajo, que la gente tiene hijos, puede estar separándose… La vida”.

Pablo Barrecheguren, del canal Neurocosas, con 20.400 suscriptores en YouTube y 26.900 en Twitter, reconoce que, al menos hoy por hoy, “vivir de las redes en divulgación no resulta fácilmente sostenible”. “Oscila mucho y eso quema. Quema, agota, que cambie que algunos vídeos funcionan mejor que otros; hay mucha oscilación de la que dependes para crecer. Es difícil gestionar las subidas y bajadas en las redes”, reflexiona. Por esa razón su estrategia pasa por no apoyarse exclusivamente en las plataformas y centra su actividad profesional en otras ramas. Acaba de publicar dos libros, por ejemplo, El cerebro humano. Explicado por Dr. Santiago Ramón y Cajal y Neurogamer; y ha trabajado también en la elaboración de guiones y artículos.

“De lo que vivo y a lo que profesionalmente me dedico es a mi perfil fuera de las redes. El salto es arriesgado y necesitas una comunidad muy grande”, reflexiona. Buena parte de su labor divulgadora se desarrolla en Twitter, una plataforma —recuerda— que no permite obtener un rendimiento económico directo. “Genero mucho contenido y todo ese trabajo, de hacer hilos, compartir información, resolver dudas… No tengo ninguna forma de monetizarlo. La periodicidad tan agresiva que tienen plataformas como Twitter e Instagram, en las que el contenido prácticamente desaparece a las pocas horas y nadie lo va a volver a encontrar, me parece demoledora”.

JJ
JJ Priego, de Historias de la Historia y Ciencias de la Ciencia, entre otros canales.

Diversificar, buscar canales de ingresos “fijos” capaces de garantizar cierta estabilidad económica y aprovechar el branding personal que permiten generar las redes —en suma, como él mismo resume, "poner los huevos en varias cestas"—, es la estrategia por la que aboga JJ Priego, autor de cuatro canales en YouTube que suman en conjunto más de 400.000 suscritores: Historias de la Historia (154.000), Ciencias de la Ciencia (182.000), Easypromos (64.400) y Leyendas del Deporte (1.090), lanzado este último hace solo unos meses. En su caso, predica con el ejemplo. Además de los cuatro canales de YouTube, Priego imparte clases universitarias de marketing y acaba de participar en el lanzamiento de dos compañías muy vinculadas con las redes: 119 Element y Vinton.

Vivir de YouTube es muy difícil. Al final es como el fútbol. Yo tengo 400.000 suscriptores en total e incluso así por publicidad genero unos 700 euros al mes, más o menos. Como tengas que pagar autónomos te quedan 300 o 400. Esto le pasa a mucha gente”, comparte. Para completarlo dispone de otras vías. Gracias a un acuerdo con la empresa Easypromos, Priego puede mantener un canal que da visibilidad a la marca, genera contenidos sobre marketing atractivos para sus seguidores y, al mismo tiempo, le garantiza a él, el creador, una fuente de ingresos estable al margen de la publicidad y la volubilidad de un algoritmo. “No dependo de YouTube. Eso es muy importante y es lo que le traslado a otros youtubers: tenemos creatividad, sabemos cómo hacerlo… Hay empresas que no tienen canal o necesitan gente que les hagan contenidos”, reivindica.

“Yo siempre digo a los divulgadores que hacen contenido que tengan otra visión del "b2b" (Business-to-business), como crear una serie de vídeos para un tercero. Así están más tranquilos. Tienes un ingreso fijo y puedes pagar tus facturas, la hipoteca y el alquiler”, comenta Priego. En esa dirección apuntan tanto Vinton.io como 119element.com, que ayudan, por ejemplo, a enlazar divulgadores y compañías y facilitar a las empresas la creación de canales de YouTube

El objetivo: vivir de la generación de contenidos.

Sin dejarse la salud en el intento...

...Ni terminar más quemado que el cenicero de un bingo.

Imagen de portada: Chris García (Flickr)

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