Así están afrontando Intel y AMD el tsunami ARM

Así están afrontando Intel y AMD el tsunami ARM

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Así están afrontando Intel y AMD el tsunami ARM

Puede que muchos no recordeis aquel 6 de marzo de 2000. Sin duda, uno de los grandes días de la historia de AMD: la empresa lanzaba su AMD Athlon a 1 GHz y se convertía en el primero de los fabricantes de semiconductores en ofrecer un microprocesador con esa frecuencia de reloj. Intel, tradicional dominadora en ese mercado, llegaría segunda a una carrera que lo era todo en el mundo de la informática.

El PC era absoluto protagonista entonces. Para los que ya trabajábamos en medios -yo llevaba unos meses escribiendo en la desaparecida PC Actual- aquello era un todo un bombazo, pero aquella carrera por los gigaherzios dejaría su paso a otra carrera en la que el PC ya no importaba. La carrera por el segmento de los smartphones, que cogió a Intel y a AMD totalmente por sorpresa. Y lo sorprendente es que años después ninguna de las dos ha logrado reaccionar.

Vuelvo por un momento al modo abuelo cebolleta para recordaros que en aquella época los dispositivos móviles de moda eran las PDAs de Palm. Los Palm m100/m105/m125 y m130 eran en marzo de 2000 lo más parecido a un smartphone (más bien sin el 'phone') de aquellos años, y en todos los casos se contaba con un procesador Motorola EZ Dragonball -con un diseño basado en los legendarios 68000- que tenía una frecuencia de reloj de 16 MHz y, atención 2 MB de RAM.

Un mes después de aquel hito de AMD, por cierto, Microsoft presentaría sus famosos Pocket PC, rivales absolutos de las PDAs de Palm. Los Compaq iPAQ se convertirían en referentes de aquellos inicios, y pocos (o ninguno) prestaron atención a una de las especificaciones clave de aquellos dispositivos: sus CPUs eran las StrongARM SA-1110 a 206 MHz, unas variantes de unos procesadores de DEC que a su vez -y aquí viene lo importante- se basaban en la arquitectura ARM v4. ¿Quién era ARM en 2000? Para la inmensa mayoría de la gente -Intel y AMD incluidas-, ARM no era nadie.

Un gigante en la sombra

Aquella primera mitad de la década de los 2000 sería el canto del cisne para unas Intel y AMD que aún podían sentirse cómodas. A la carrera de los gigaherzios le sustituyó la carrera por los diseños multinúcleo, y a esa primera batalla por la potencia bruta poco a poco le iría suplantando una carrera por una mayor coherencia y una mejor eficiencia energética. El error, por supuesto, es que ambos objetivos seguían dirigidos al candidato equivocado: el PC y el portátil.

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Mientras tanto aquella desconocida ARM había ido ganando enteros. Si uno echa un vistazo a la línea de tiempo de la empresa, verá como en esos mismos años sus responsables iban anunciando hitos significativos: uno podría fijarse en que no paraban de adquirir empresas que reforzaban su catálogo de soluciones... y uno se equivocaría. Porque en esa evolución lo relevante es ver cómo poco a poco más y más empresas licenciaban la tecnología ARM para poder fabricar microprocesadores móviles.

Aquella política de licencias ya comenzaba a florecer a finales de los 90. Alcatel y Yamaha firmaron en el 96, mientras que Philips, Lucent o Sony lo harían en el 97. A partir de ahí llegarían poco a poco los grandes. En el 98 licenciarían esa tecnología HP, IBM y, atención, Qualcomm, que por entonces era tan desconocida -o más- que ARM. En el 99 lo harían STMicroelectronics y Fujitsu, y en 2000 llegarían Motorola o Sanyo, entre otras.

La mayoría de esas empresas contrataban lo que se conoce como las core licenses, que hoy en día están disponibles en dos versiones (32 y 64 bits) y que permiten a esos fabricantes producir sus propios SoCs (System-on-chip) basados en los diseños de los microprocesadores de ARM. Esas licencias son vitales para empresas como Samsung, Broadcom o AMD, porque les permiten hacer algo así como un 'branding' de esos diseños -como los célebres Cortex-A7 o Cortex-A15 de 32 bits, o los Cortex-A57 de 64 bits- en sus dispositivos. El ejemplo perfecto es el de Samsung con sus Exynos, los microprocesadores que gradualmente ha ido integrando en sus tablets y smartphones, pero otros casos de referencia son los de Qualcomm o MediaTek, que licencian los diseños de referencia de ARM para sus propios procesadores.

La mayoría de esas empresas contrataban lo que se conoce como las core licenses, que hoy en día están disponibles en dos versiones y que permiten a esos fabricantes producir sus propios SoCs basados en los diseños de ARM

Otras empresas, sin embargo, querían ir más allá y realizar sus propios diseños, compatibles con el juego de instrucciones de cada nueva arquitectura ARM, pero con opciones específicas que el fabricante quisiera integrar. Eso es lo que se conoce como architecture licenses (licencias de arquitectura), y dan muchísima más libertad a los fabricantes, que eso sí, pagan ingentes cantidades de dinero para disfrutar de ese privilegio. ¿Quiénes son estos clientes VIP de ARM? Pues la respuesta es sencilla: Apple, Microsoft, NVIDIA, Samsung, AMD e incluso Intel (¡sorpresa!) se encuentran en ese selecto grupo que engloba a un puñado de empresas más.

Los beneficios son enormes para ARM, pero también para esos fabricantes, y podéis obtener mucha más información sobre esa política de licencias en un fantástico -como casi siempre- artículo de AnandTech en el que se explicaba cómo gana dinero ARM. La conclusión, no obstante, es clara: este gigante tenía muchas papeletas para convertirse en lo que se ha convertido.

Y entonces llegó el iPhone

Hay quien dice que la suerte no existe, que se la hace uno mismo y que proviene del trabajo duro. Nunca me he creído ese argumento. Por supuesto que el trabajo duro y bien hecho es fundamental, pero estar en el momento justo y en el lugar justo suele ser tan importante o más que ese trabajo bien hecho.

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Y ARM tuvo mucha suerte. Muchísima. Porque en 2007, con diseños de referencia maduros y un trabajo bien hecho, llegaría un protagonista de excepción con el que nadie (o casi nadie) contaba. Apple. En el mes de enero de aquel año el mundo asistiría impávido al lanzamiento del primer iPhone, un dispositivo al que no le faltaron las críticas -y muchas- pero que supuso la mayor revolución tecnológica desde que se inició el nuevo milenio. Llegaba la era del smartphone, que en realidad sería mucho más 'smart' el año siguiente: Apple presentaría un iPhone 3G mucho más pulido (¡mira mamá, ahora con 3G!) pero, sobre todo, con su verdadera revolución: la tienda de aplicaciones.

Aquel iPhone original contaba con un procesador ARM de Samsung a 412 MHz, y muchos entonces lo vieron claro -si es que no lo habían visto claro ya-. Los micros basados en esas arquitecturas eran el futuro de la movilidad. Una de las que lo entendió entonces fue Nokia, que por ejemplo ya usaba un Texas Instruments OMAP 2420 a 332 MHz (basado en la arquitectura ARM11) en sus Nokia N95, que para muchos le daban sopas con ondas a aquel iPhone original. Y sin embargo, lo de quién era mejor que quién no le importaba a ARM. Lo que le importaba es que Apple y Nokia, las mejores posicionadas para afrontar esa batalla, habían apostado por sus diseños de referencia.

El "dilema del innovador" apunta a un problema clásico de las empresas que tienen éxito: ponen demasiado énfasis en las necesidades actuales de los clientes, y fracasan a la hora de adoptar nuevas tecnologías o modelos de negocio que cubrirán las futuras necesidades de esos mismos clientes

El resto, como suele decirse, es historia. ARM seguiría licenciando su tecnología pero sobre todo avanzando de forma notable en sus diseños en microprocesadores móviles. En 2009 llegarían los Cortex-A9 a 2 GHz, y más tarde aparecerían los Cortex-A15, Cortex-A7, la arquitectura big.LITTLE o los núcleos de 64 bits, los Cortex-A53 y Cortex-A57 que llegarían en octubre de 2012 pero cuya implementación práctica no se empezó a ver hasta un año después con los Apple A7 -que como dijimos, plantean un futuro diferente-, basados precisamente en la arquitectura ARMv8-A de 64 bits de esta empresa.

Intel y AMD, en otra batalla

Puede que hayáis oído hablar de The Innovator's Dilemma, que en realidad es solo parte del título del célebre libro "The Innovator's Dilemma: When New Technologies Cause Great Firms to Fail" (en español, "El dilema de los innovadores", sin más) escrito por el profesor de Harvard Clayton Christensen. En ese texto este académico apuntaba a un clásico problema de las empresas que tienen éxito: ponen demasiado énfasis en las necesidades actuales de los clientes, y fracasan a la hora de adoptar nuevas tecnologías o modelos de negocio que cubrirán las futuras necesidades de esos mismos clientes.

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Los casos son múltiples en el ámbito tecnológico, pero es evidente que Intel y AMD han sufrido esos mismos síntomas durante años. Centradas en la batalla por los PCs y portátiles, ambas empresas se han olvidado de un mercado que acabaría imponiéndose de forma clara: el de los dispositivos móviles.

Dana Levine hacía en ThirdYearMBA una fantástica reflexión sobre el problema actual de Intel y AMD. Citaba especialmente a la primera, y comentaba cómo Intel está presumiendo últimamente de que sus Intel Core M con arquitectura Broadwell son entre 2 y 3 veces más rápidos que los Qualcomm Snapdragon 801 y 805, los chips más potentes de esta empresa que licencia con gran éxito diseños de ARM.

Eso no importa demasiado, apunta Levine, porque los Core M tienen un coste de 281 dólares de partida, mientras que los Snapdragon 801 cuestan 41 dólares. Los 805 son más caros, desde luego, pero como indica esta analista, incluso situando ese coste en 100 dólares la propuesta de Qualcomm es casi tres veces más barata que la de Intel. Y eso, en el peor de los casos.

El problema no es únicamente ese: el problema es que para mucha gente esos procesadores ya son lo suficientemente buenos. Y no hablamos del terreno de la movilidad -donde estos micros van realmente 'sobrados'- sino de su más que probable llegada a otro tipo de plataformas. Hace tiempo que se habla de unos MacBooks basados en procesadores ARM -yo los esperaba para este año, pero se me están resistiendo-, y parece evidente que más temprano que tarde Apple acabará usando sus Apple A9/10/11/loquesea en los futuros equipos portátiles y, por qué no, de sobremesa. Levine coincide:

He aquí el problema de Intel: Intel está acostumbrada a vender procesadores caros que se utilizan en PCs. Qualcomm está acostumbrada a vender procesadores baratos que se usan en smartphones y tablets. Para admitir que el mercado ha dado un cambio a ese sector de gamas de entrada, Intel tendría que admitir que su mercado de gama alta para procesadores caros está desvaneciéndose progresivamente. Durante mucho tiempo Intel ni siquiera se involucró en el segmento móvil de bajo coste, la actitud típica de las empresas con productos de gama alta que ven cómo la disrupción llega desde abajo. Los primeros smartphones eran juguetes, y los tablets ni siquiera se habían inventado.

Aquí mi comentario podría resumirse en un simple '+1000'. Levine da en el clavo una y otra vez: Intel ha entrado tarde y mal en el mercado. Los Atom trataron de adaptarse a este segmento, pero en mi opinión estaban condenados por su asociación directa con el ya olvidado (o casi) segmento de los netbooks. Intel hubiera hecho bien en buscarse otro nombre para sus productos orientados a smartphones y tablets, y sobre todo hubiera hecho bien en concebir su solución al problema de forma distinta: en lugar de ofrecer versiones recortadas de sus procesadores convencionales -que jamás estuvieron preparados para móviles y tablets- deberían haber creado diseños de cero específicamente destinados a estos desarrollos.

La prueba de esa aproximación al problema la vemos en los Intel Core M de la nueva familia Broadwell. Intel ha destacado su nueva arquitectura y su nuevo proceso litográfico de 14 nm, presumiendo de que dichos micros permitirán, entre otras cosas, ofrecer diseños fanless a los futuros Ultrabooks. ¿Cómo que Ultrabooks, Intel, cómo que Ultrabooks? Por muy apetecibles que sean esos equipos -yo mismo pude ver en acción al ASUS Zenbook UX305, cuya toma de contacto tenéis aquí encima- el anuncio y la presentación de Intel vuelven a estar errados. Lo que importa -para la inmensa mayoría de la gente- ya no es el portátil, amigos de Intel, sino el smartphone o, como mucho, el tablet.

Las opciones para Intel parecen escasas, pero hay un as en la manga del que parecen no querer ni oír hablar: diseñar y fabricar micros ARM

Y por supuesto, los microprocesadores de Intel no parecen ser opción para esos segmentos de producto. Tener un componente que cuesta 280 dólares en un smartphone o un tablet lo sitúa ya de primeras en unos precios inalcanzables para el común de los mortales, algo especialmente clave ahora que los mercados emergentes van a representar la próxima gran revolución (probablemente más importante aún que la primera) de la telefonía móvil. Y no van a hacerlo con móviles de 700 dólares o tablets de 900. Lo van a hacer con dispositivos de 100 dólares a los que Intel no puede llegar ni por asomo.

Un futuro muy negro para Intel y AMD en móviles

Para alguien que como yo lleva hablando y escribiendo de tecnología durante 15 años resulta especialmente sorprendente comprobar cómo una empresa gigantesca en recursos como Intel (o AMD) no ha sido capaz de reaccionar ante la amenaza patente que le planteaba ARM hace ya casi 10 años.

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En todo este tiempo su única respuesta aceptable ha sido Atom, una familia de procesadores que se ha utilizado de forma tímida entre algunos fabricantes -nosotros analizamos el Lenovo K900 basado en Android, y la sensación fue sorprendentemente buena-, pero que sigue sin poder competir de tú a tú con los diseños que empresas como Qualcomm o MediaTek (apenas mencionada, pero siempre presente).

La convergencia es la próxima gran revolución tecnológica: tu smartphone será tu próximo PC, y ese smartphone, queridas Intel y AMD, no llevará un procesador vuestro.

Las opciones para Intel parecen escasas, pero hay un as en la manga del que parecen no querer ni oír hablar: diseñar y fabricar micros ARM. Sorprendentemente, la empresa dispone de una licencia de arquitectura de ARM, pero el propio ex-CEO de Intel, Paul Otellini, negaba ya hace años que hubiera planes para sacarle provecho:

Tenemos una licencia de arquitectura ARM. Pero no tenemos intención de usarla para desarrollar chips. No hay ninguna ventaja, porque seríamos dependientes de alguien más. Además, les pagaríamos royalties a ellos y nuestros beneficios totales se reducirían. Creo que podemos hacerlo mejor.

Esa cita contrasta con los comentarios que este directivo, que pasó el testigo a Brian Krzanich, realizaría dos años más tarde en una entrevista en The Atlantic comentada con acierto por Jean-Louis Gassée:

El problema, en realidad, era que la arquitectura x86 de Intel no podía rivalizar con la relación de rendimiento por vatio que los diseños licenciados de ARM basados en arquitectura RISC podían ofrecer. Intel siempre fue el líder indiscutible en rendimiento, pero sus chips consumían demasiada energía.

Krzanich no parece querer ni oír hablar de ARM (como Otellini en 2011), y no ha habido apenas cambios en la política a seguir con sus futuros diseños. Hay que reconocer que la empresa ha dado un pequeño paso al respecto, y sus procesadores Quark están basados precisamente en diseños de ARM. Lástima que esas soluciones sólo estén dirigidas al segmento de los wearables, pero al menos es una pequeña concesión que podría apuntar a una mayor apertura a esa opción.

Por supuesto, la otra opción es aún más clara: olvidarse definitivamente del segmento móvil y centrarse en lo que mejor saben hacer. El problema es que esa "disrupción desde abajo" está haciendo que los chips basados en arquitecturas ARM sean cada vez más eficientes, más versátiles y, atención, más baratos. Sigue habiendo sitio para los procesadores tradicionales de Intel o AMD en PCs y portátiles, pero parece lógico pensar que las gamas altas, que ya eran solo interesantes para ciertos nichos de mercado -como los gamers- son cada vez menos populares.

Ese es el peligro al que se enfrentan Intel y AMD. Que los chips ARM se acaben convirtiendo en procesadores válidos no solo para móviles o tablets, sino también para portátiles y equipos de sobremesa. En mi opinión -y ya lo he comentado en numerosas ocasiones- la convergencia es la próxima gran revolución tecnológica: tu smartphone será tu próximo PC, y ese smartphone, queridas Intel y AMD, no llevará un procesador vuestro.

Aceptadlo, y, sobre todo, moved ficha de una vez.

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