Hace unos años, cuando me preguntaron por la gran tendencia científica de la década, dije que estábamos viendo en vivo y en directo cómo se acaba el gran 'siglo de la física' y empezaba el siglo de la biología. Fue justo antes de que el Coronavirus nos arrollara a todos, pero ya entonces se apreciaba que la genética y la biotecnología nos iban a dar grandes sorpresas.
Lo que no ha sido una sorpresa han sido las dietas del genoma, el genotipo o del ADN (que no, no son lo mismo). En cuanto una tecnología se populariza... aparecen los charlatanes y la pseudociencia.
¿Cómo que 'charlatanes' y 'pseudociencia'? La pregunta es justa. Sobre todo, porque la idea de que nuestro genotipo tiene mucho que ver con cómo 'procesamos' la comida tiene todo el sentido del mundo. Sabemos que hay millones de personas que no pueden descomponer la lactosa o que existe un gen, el AMY1, que influye en nuestra capacidad de digerir los carbohidratos. ¿Por qué no iba a ser así con el resto?
Es más, nosotros mismos aquí en Xataka hemos defendido que no hay apenas ningún rasgo humano que no esté mediado (al menos, en parte) por la genética. ¿Por qué no va a ser una opción respetable eso de utilizar los tests de ADN disponibles en la actualidad para ver qué dieta se adapta mejor a nuestra relojería molecular?
La respuesta es sencilla: porque no sabemos cómo hacerlo. Es decir, se trata una idea interesante (incluso de sentido común) que va a dar pie a campos de investigación muy fecundos, la nutrigenética y la nutrigenómica. Está dando.
El problema es que, aunque nuestra comprensión está mejorando mucho y muy rápido (salvo para mutaciones muy concretas y poco específicas), no sabemos cómo leer el ADN de tal forma que nos ayude a diseñar una dieta.
Y no porque no lo hayamos intentado. En 2017, un equipo de la Facultad de Medicina de Stanford hicieron un ensayo clínico para descubrir qué dietas eran más efectivas, las bajas en carbohidratos o las bajas en grasas. Hicieron eso y, de paso, hicieron algo más: recogieron un sin fin de datos y muestras para intentar averiguar si había algo que predispusiera a los participantes a una dieta u otra.
Y sí, eso incluía pruebas de ADN. No encontraron nada. "Los resultados fueron distintos en cada caso, fuera cual fuera su predisposición genética". Y eso que hablamos del 'estándar dorado' de este tipo de investigaciones: es decir, del enfoque más potente que tenían a su disposición. En los últimos años hemos hecho avances, pero no los suficientes.
Pero no hablamos de nutrigenética, hablamos de la 'dieta del genotipo'. Porque si dejamos de lado los esfuerzos serios por encontrar conexiones entre la genética y las dietas, nos encontramos con teorías como la del doctor Peter D'Adamo. D'Adamo lleva décadas vendiendo dietas basadas en los tipos sanguíneos y, en los últimos años, ha popularizado otras basadas en unos supuestos 'genotipos' (Cazador, Recolector, Explorador, Guerrero, Nómada o Maestro) que no tienen evidencia disponible que las respalde. Ninguna.
Hemos avanzado, pero no lo suficiente. En este terreno hay que ser prudentes. Nuestra comprensión del papel de la genética en todo cambia día a día y, como digo, sabemos que hay genes concretos (y mutaciones bien identificadas) que podrían ayudarnos a comprender mejor cómo nos relacionamos con la comida.
El problema es que, ahora mismo, utilizar tests genéticos para definir nuestra dieta es una "expedición de exploración": nada nos garantiza que vayamos a encontrar algo que nos ayude. Y, en la inmensa mayoría de casos, es una pérdida de dinero y recursos.
Entonces... ¿No tiene sentido usar pruebas genéticas para mejorar nuestra alimentación? Todo esto no quiere decir que no haya genetistas trabajando en el tema, ni que algunos nutricionistas puedan sacar mucho partido a este tipo de pruebas genéticas. De hecho, si un profesional de confianza recomienda este tipo de pruebas, no hay razones a priori para descartarlas.
Significa que conviene moderar las expectativas y, sobre todo, no dejarse deslumbrar por el uso de jerga técnica. Al final del día, lo más importante es recordar que las dietas milagro no existen.
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Imagen | Xataka con MidJourney
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