El secreto del éxito de EEUU en el fútbol femenino no es el talento. Es la inversión para encontrarlo

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El equipo de fútbol femenino estadounidense está que lo tira. Son las número uno del ranking FIFA, tras 17 partidos invictos en el Mundial femenino se han alzado con su cuarto Mundial, acumulan cuatro oros olímpicos y sumando. Son imbatibles.

Su éxito en el campo lo está siendo también mediáticamente. Como bien han denunciado en más de una ocasión, pese a la brecha salarial y de derechos ostentados por las jugadoras frente a los ostentados por sus compañeros varones, están obteniendo ya mejores ganancias publicitarias e índices de audiencia. En Estados Unidos hablar del deporte rey es hacerlo en femenino.

¿Y cómo se ha cocinado este cóctel? ¿Por qué las estadounidenses dominan este campo como ningún otro equipo femenino en el mundo? Por una combinación de factores que le interesará a cualquiera que crea en un mundo del deporte más protagonizado por mujeres.

No más discriminación de financiación en las bases

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En primer lugar debemos hablar de un hecho fundacional: la ley de 1972, también conocida como la Title IX que prohibía una discriminación en la inversión de deportes según el género de los participantes en institutos o universidades. En los entornos académicos las instituciones debían aportar el mismo dinero para hombres que para mujeres, de forma que, de facto y durante muchos años, se promovió la competición entre instituciones y la búsqueda de talentos femeninos.

Pese a que la ley se aprobó con carácter general en el 72, muchos políticos y parte de la opinión pública mantenía que debía haber una excepción a esta norma en lo tocante a los programas deportivos, ya que aún se mantenían visiones sexistas por las cuales no se veía bien (e incluso se acusaba de perjudicial para su salud física) que las mujeres practicasen deporte. Esto demoró la efectividad de los programas, pero a partir de una anulación del veto en 1988 las jóvenes norteamericanas empezaron a recibir financiación.

¿Las cifras? En 1972 una base a nivel nacional de 700 jugadoras de fútbol en categorías infantiles que en 1991 se convirtió en 121.000 y 290.000 en 2018. A día de hoy el 20% de las menores de edad que practican algún deporte en la escuela o la universidad está haciendo fútbol. Es decir, un caldo de cultivo perfecto para el florecimiento de grandes jugadoras, pero también de seguidores de este deporte. 

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La financiación forzosa supuso un cambio tan bestia en el mundo del deporte femenino que en estos 50 años ha habido un incremento del 545% del número de mujeres que hacen deporte en los colegios y un 990% cuando pasamos al instituto.

Si tras la Title IX sólo hubiese surgido un incremento de futbolistas, la tesis del respaldo económico al deporte femenino como vía para que ganen notoriedad y calidad no funcionaría. Pero para eso tenemos los datos de los Juegos Olímpicos: en 1984 sólo el 23% de los atletas totales de EEUU participantes de los Juegos Olímpicos eran mujeres. En 1996 pasamos al 34% y en los Juegos de Londres eran más de la mitad, lo que ayudó a que ellas ganasen el 56% del total de medallas ganadas por el país y el 63% de las de oro.

El dinero, pero la cultura (y el apoyo mediático) alrededor del deporte también

Pero tampoco todo es cosa de esta ley. Otro punto esencial para explicar la fiebre por el balompié femenino fue la demasculinización de este campo. Los futbolistas estadounidenses nunca fueron excesivamente buenos, y la disciplina tampoco poseía el mismo nivel de veneración que tiene en Latinoamérica o Europa. 

A partir de los años 70 los practicantes masculinos empezaron a abandonar esta modalidad en favor de otras como el baloncesto o el fútbol americano, lo que provocó que el fútbol tradicional perdiese el prejuicio masculino que aún tiene (aunque cada vez menos) en nuestro entorno.

Estas políticas también tienen sus propias limitaciones, que parecen muy vinculadas a las dinámicas mediáticas y de mercado. Por ejemplo, sabemos que en EEUU el “soccer” femenino arrasa, pero también que de los 4 millones de jugadoras federadas que hay en todo el mundo de este deporte, el 47% de ellas lo practican en Norteamérica (sumando también a Canadá). 

Es decir, que si eres mujer y quieres destacar en este deporte, tus mejores opciones son cogerte un avión y cruzar el charco, lo que ayuda a mejorar la competitividad y calidad final de las ligas, pero repercute negativamente a la hora de elaborar canteras en otros países y dificulta que crezca en ellos esa afición por la competición femenina.

Elis Ligtlee Rio 2016b Elis Ligtlee, medalla de oro en Río en la prueba de keirin.

Algo similar, aunque desde otro ángulo, ocurre con el caso de las ciclistas holandesas. Múltiples factores han ayudado a crear lo que se denomina como el círculo virtuoso del éxito: hablamos de un país bastante llano, con una enorme red de carreteras ciclistas y una cultura muy basada en las dos ruedas, y en el que se ha producido un goteo constante de referentes femeninos generacionales en este deporte desde hace una década, con pioneras como Mien van Bree o Keetie van Hage, que fueron inspirando a miles de mujeres en cada década. 

Todo ello confluye en que sigan siendo el terror de todas las rivales en los Juegos Olímpicos, que sea el deporte predilecto entre las más jóvenes neerlandesas y que a día de hoy sus competiciones tengan prácticamente el mismo seguimiento televisivo que las competiciones masculinas.

Una enorme combinación de factores para solidificar el seguimiento del deporte hecho por mujeres en la que destacan dos puntos esenciales que están en nuestras manos: igualdad de oportunidades (en la forma de una financiación equivalente) y años y años de trabajo hasta que se vean los frutos.

Es posible que en el futuro veamos más de esto: según las últimas encuestas de Nielsen, el interés por el deporte femenino está comercialmente en un momento muy dulce: el 45% de los estadounidenses afirma que contempla acudir a eventos deportivos de mujeres y más importante aún, el 66% de la población interesada en sus torneos reconoce que pagaría una suscripción de 10 dólares al mes por verlos en directo.

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