En 2005 el huracán Katrina cambió para siempre la vida de los ciudadanos de Nueva Orleans. El ciclón sumergió bajo las aguas el 75% de la ciudad, matando a miles y destruyendo 80.000 casas. Ante la demanda, y a pesar de los esfuerzos del Gobierno y otras organizaciones, los constructores no dudaron en subir los precios de la vivienda. Dos años después, el estado de Luisiana contaba con 12.000 vagabundos, el 4% de la población para un área de 302.000 habitantes. El sinhogarismo en España supone un 0.08% del total de la población.
El milagro de Nueva Orleans: volvemos a avanzar en el tiempo y vamos a 2019. Ahora la ciudad sólo tiene en torno a 1.300 personas sin hogar. El municipio ha conseguido rebajar el número de desamparados en más de un 90%. La capital de Luisiana ha pasado de estar en los tops del país por número de personas sin hogar a ostentar precisamente récords por todo lo contrario.
Housing First: UNITY of Greater New Orleans, ONG que aglutina los esfuerzos de otras organizaciones en la ciudad, ha sido una de las principales encargadas de la misión. Gracias al apoyo del Congreso por solucionar esta emergencia nacional, que les ha permitido acceder a miles de viviendas sin uso, han podido llevar a cabo uno de los programas con más éxitos demostrados pero que suele generar un gran rechazo por la población y los políticos: darles hogar a los vagabundos como medida rápida y sistemática, sin necesidad de pasar por métodos escalera.
¿Y qué es el “método escalera”? El sistema que se suele aplicar a los mendigos. Deben ir cumpliendo una serie de exigencias para recibir algún tipo de ayuda; por ejemplo, sólo si cumples el programa de desintoxicación te dejamos entrar al refugio. El método “housing first” erradica el planteamiento social de que la casa hay que ganársela, es decir, primero va la casa, como su nombre indica, y luego los compromisos con la comunidad. Esta filosofía ha demostrado desde los años 80 mejores índices de integración (menos drogadicción, menos desempleados crónicos) que en el sistema escalonado.
Midiendo los costes sociales: nuestros prejuicios nos llevan a pensar que la financiación de hogares gratuitos son una inversión a fondo perdido. Un estudio revolucionario en el campo de las personas sin recursos de los años 90 reveló que, en Estados Unidos, el 10% de los “sintecho” con mayores trastornos suponía para las arcas entre 35.000 y 150.000 dólares al año de inversión pública, contando su paso por los refugios, juzgados, cárceles, hospitales y medicinas, cuando el costo de las viviendas para estas personas supondría unos 16.000 dólares al año.
La realidad es que tener un hogar es un paso esencial hacia el bienestar mental, y muchos de los pequeños delitos de los desamparados, como las multas por orinar o beber en público, son consecuencia directa de carecer de una casa propia.
Valorar las vidas: para Martha Kegel, la directora del proyecto, lo esencial para erradicar este problema es contar con políticos que “amen de verdad a la comunidad” y hagan lo necesario, por mucho que cueste. “Es increíble lo mucho que le puede cambiar la vida a alguien contar con una casa”, cuenta Kegel, quien cuenta un ejemplo concreto. Las secuelas de una vida en la calle pueden llegar, como dice, hasta el punto de rechazar la comida de los albergues en favor de la que encuentran en los contenedores. Cuando una mujer de estas características entró en su primera casa, empezó a alimentarse correctamente.