En 1939, Winston Churchill escribió un largo ensayo sobre la posibilidad de que existiera vida extraterrestre. Nunca se publicó, pero ayer el astrofísico Mario Livio lo recuperó en Nature. Como ocurrió con Obama o Trudeau, la idea de que un político pudiera trabajar de forma solvente con ideas y conceptos científicos ha sorprendido a muchos.
Es cierto que, sobre todo durante la guerra, Churchill apostó de forma apasionada por la ciencia, pero tampoco debemos llevarnos a engaño: Churchill tiene poco que enseñarnos. Durante toda su vida defendió una concepción aristocrática de la ciencia que lo aleja mucho de todo lo que entendemos hoy por una política científica contemporánea.
Una visión militar de la ciencia
Sí, es cierto. Churchill fue un apasionado por la ciencia. Aunque toda su formación superior fue autodidacta, desde muy joven mostró su interés por ramas muy diversas de la ciencia. A los 22 años leyó "El origen de las especies" y escribió en varias ocasiones sobre temas científicos en los periódicos en los que colaboraba.
Y sí, durante la guerra, la política de Churchill se centró en invertir decididamente en ciencia ya fuera en criptografía, el incipiente programa nuclear o el desarrollo del radar. De hecho, durante esos años nombró a uno de los primeros asesores científicos de la política moderna. Defendió que el papel de los científicos no era estar al mando, sino presionando al poder.
Pero si nos atenemos a los hechos, tenemos que concluir que la política científica churchilliana se centraba en lo militar (durante y tras la guerra). En casi todo lo demás, y pongo especial énfasis en la materia ambiental, su gestión fue un desastre. Por lo demás, la ciencia para Churchill era un pasatiempo aristocrático. Algo que debía estar, cuanto más lejos de la sociedad, mejor.
Un serio problema educativo
Los bombardeos alemanes de la segunda Guerra Mundial hicieron que unos tres millones de niños se evacuaran desde las ciudades al campo. Ahí fue cuando todo el país se dio cuenta del despropósito en el que se había convertido la educación inglesa tras la reforma de 1902.
Esa reforma había sido toda una catástrofe para el Partido Conservador y desde entonces nadie se había atrevido a tomar cartas en el asunto. Pero, en aquel momento y ante todos aquellos niños obreros en condiciones miserables, muchos británicos empezaron a preguntarse por la clase de país por la que luchaban.
Esas voces desembocaron en una campaña que, poco a poco, reunión a todas las fuerzas vivas del país desde el Arzobispo de Canterbury a la Asociación Nacional de Profesores. Y en un hotel de Bournemouth un grupo de funcionarios del ministerio de educación que también habían sido desplazados empezaron a diseñar una hoja de ruta para la reforma educativa. Ya solo faltaba alguien que pudiera liderarla.
La reforma que se hizo a pesar de Churchill
Churchill no era ese hombre. En parte influido por su propia experiencia personal y en parte por su característica ideología victoriana, Churchill defendió una concepción aristocrática de las relaciones entre la ciencia, la educación y la sociedad que hicieron que los grandes avances de su época fueron a su pesar.
El desprecio de Churchill por la educación es algo realmente notable. Durante la Guerra, Winston Churchill ofreció a Rab Butler el puesto de Secretario de Educación. Butler, que salía del ministerio de exteriores, dijo que era uno de los puestos que quería y Churchill (en palabras del propio Butler) expresó su sorpresa diciendo "Yo me lo hubiera tomado como un insulto". De hecho, mientras Butler preparaba las Ley que crearía la educación secundaria pública, Churchill le llegó a decir que "su gato había hecho más por el país que él".
Llegó a bloquear la ley porque en ella había una enmienda que igualaba el sueldo de hombre y mujeres. Y su único interés en ella estaba en su capacidad de despertar el patriotismo entre la población.
Si no llega a ser por el clamor social en favor de la reforma y por el trabajo de Butler, nunca se había aprobado. Y es que, en general, la concepción churchilliana de la ciencia, la tecnología y la educación fue el último coletazo de la vieja ciencia victoriana. Pero el mundo cambió radicalmente tras la guerra.
El lugar de la ciencia ha cambiado desde entonces
Hace aproximadamente un año, Justin Trudeau, el primer ministro de Canadá, ofreció una "improvisada" y bastante exacta explicación sobre qué era la computación cuántica. Internet también se emocionó, pero como defendíamos entonces no estábamos discutiendo sobre ordenadores cuánticos, sino sobre qué listón le poníamos a la política.
Nature lo dejó claro en su editorial sobre la respuesta de Trudeu "nos alegramos cuando un político muestra que sabe algo de ciencia, pero no nos equivoquemos es algo que todos debería saber". Y es precisamente por eso por lo que Churchill no puede enseñarnos nada ni a nosotros, ni a ningún político moderno. La ciencia contemporánea ha cambiado muchísimo desde la segunda Guerra mundial.
La ciencia ya no se puede concebir como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden. Ni como una herramienta para derrotar al adversario. Eso es ajeno al programa científico y social que surgió tras la Segunda Guerra Mundial: el que busca la alfabetización científica, la relevancia social de la ciencia y la creación de una investigación verdaderamente participativa.