En España y el resto de países de Europa, las autoridades siguen obsesionadas con aplanar la curva. Formamos parte de ese grupo de países que ya hemos dado por hecho que el contagio es algo inevitable y la solución pasa por mitigar los impactos de ese mal lo máximo posible. Controlar en cierta medida los casos hasta adquirir la inmunidad de grupo, ya sea aplicando medidas como el toque de queda, confinamientos perimetrales, reduciendo el ocio y las salidas. Pero el hecho es que el número de contagios sigue siendo brutal, superando ya récords máximos tanto aquí como en algunos países vecinos.
Desde hace meses, otros países como Australia, Nueva Zelanda, Singapur, Corea del Sur o Taiwán han tomado un camino distinto. Han priorizado un marco de contención y eliminación del Covid. Por poner un ejemplo: Nueva Zelanda llegó a confinar una ciudad por un solo caso. Ahora ha logrado dejar a cero los casos positivos. Han estado una semana entera sin un solo contagio. Los países que tenían experiencias previas con los virus MERS o SARS han puesto el énfasis en la importancia de reducir a cero los casos de infección. No pocos o muy pocos, sino ninguno. A esto se le ha llamado estrategia CovidZero.
Se trata de un un cambio radical de estrategia: no una continuación controlada de la pandemia, sino su fin. El objetivo no puede ser 200, 50 o 25 nuevas infecciones, el objetivo tiene que ser cero. La experiencia internacional muestra que los países que optan por una estrategia de máxima supresión "desarrollan una respuesta epidemiológica y comunitaria más eficaz y con menos consecuencias económicas y psicosociales negativas que aquellos que apuestan por una estrategia de mitigación o de inmunidad de grupo", según apuntan los expertos del Instituto de Salud Global de Barcelona, quienes vienen defendiendo esta estrategia como la solución para lograr disminuir los contagios en España.
La estrategia de máxima supresión se diferencia de otras estrategias de contención o mitigación —lo que conocemos como "aplanar la curva"— que persiguen evitar el colapso sanitario. Una de las desventajas de las estrategias de mitigación que estamos aplicando es que obvian las fases de transmisión baja o casos esporádicos, y actúan cuando el contagio comunitario ya es muy elevado y ejerce un impacto en el sistema sanitario. Esto, sin embargo, aumenta el riesgo de cronificar la transmisión y de quedar atrapados en ciclos de escaladas y desescaladas de medidas que debilitan mucho la economía, el sistema sanitario y la implicación ciudadana.
Así, para evitar un efecto ping-pong entre países y regiones, la estrategia CovidZero incide en que todos los países europeos deberían actuar rápida y simultáneamente. ¿Cómo? Reiniciando el cronómetro todos a una. Y esto implicaría realizar una pausa de unas semanas. Es decir, apagar por completo. Las medidas no podrían tener éxito si sólo se centran en el tiempo libre pero excluyen las horas de trabajo, por lo tanto se cerrarían entonces aquellas áreas de la economía que no son esenciales por un corto tiempo. Esto implica echar el candado a fábricas, oficinas, fábricas, obras de construcción, escuelas y suspender la obligación de trabajar tanto tiempo como sea necesario hasta que se logren los objetivos.
Si se logran, las restricciones se podrían relajar cuidadosamente en un segundo paso, como ha sucedido en Australia o China. El bajo número de casos se mantendría estable entonces con una estrategia de control, detección y vacunación.
La única alternativa para frenar la espiral de incidencias
Para Miguel Ángel Royo Bordonada, presidente de la Asociación Madrileña de Salud Pública "es la mejor estrategia posible que podemos aplicar ahora mismo y la única alternativa que no nos introduce en la montaña rusa que estamos viviendo actualmente donde bajamos la incidencia pero no llegamos a controlar la transmisión y vuelven a aumentar los casos". Según el experto, deberíamos haber apostado por esta estrategia de supresión antes, cuando la incidencia todavía no se había disparado. Por ejemplo, en junio. "Como no lo hemos hecho, nos va a tocar aplicar las mismas medidas pero tarde y con todos los daños e impactos que hemos dejado en el camino", comenta.
Royo también hace hincapié en que hay que organizar el sistema sanitario y de salud pública para ello: "Cuando conseguimos llegar a una incidencia baja en junio deberíamos haber hecho como algunos países de Oriente: aplicar un sistema de rastreo y trazado de contagios efectivo para identificar todas las cadenas de transmisión".
La solución pasa ahora por "reducir al mínimo las interacciones sociales con un confinamiento domiciliario" que respete las salidas para pasear —y no poner en peligro la salud mental de los ciudadanos—. En esta dinámica, Royo cree que la hostelería debería cerrar, como en Francia. "Los bares están sufriendo igual, aunque no se cierren del todo. Y la gente sigue yendo porque están abiertos. El mensaje no está llegando bien", explica. "En Navidad se debatía si debíamos reunirnos 4 o 6, o si era con familiares o allegados, cuando lo que se tendría que haber hecho era no reunirnos directamente. Hemos normalizado esta elevada mortalidad que nos amenaza cada día y eso es terrible", concluye.
Los expertos sanitarios alemanes ya están planteando al Gobierno estas medidas basadas en acabar con el contacto para frenar en seco el aumento de contagios. Michael Hallek, una autoridad en Medicina de la Universidad de Colonia decía que "el bloqueo actual debería ser mucho más eficiente. Y sobre todo, debe quedar claro por qué lo hacemos. Debe valer la pena. No sirve confinar si luego vamos a necesitar otro confinamiento".
Y esto plantea un carrera hasta cero. Eso sí, una ruta con varias etapas. En primer lugar, los números de casos se reducirían a una incidencia de menos de diez mediante un cierre total con teletrabajo obligatorio y el cierre de escuelas. "Si todas estas medidas se implementaran de manera más consistente, solo se necesitaría hasta principios de marzo, para llegar hasta cero", decía Hallek. En cuanto la incidencia sea inferior a diez, podría entrar en vigor el concepto de No-Covid que sugiere el físico teórico Yaneer Bar-Yam, director del Instituto de Sistemas Complejos de Nueva Inglaterra en Cambridge, y que ya se han implementado con éxito en Australia y Nueva Zelanda. Y esto significa una reorganización del territorio según la incidencia pandémica.
Un nuevo sistema territorial de separación
La aplicación de estas medidas llevaría a etiquetar las zonas como verdes o rojas, dependiendo de la incidencia del virus, como se ha hecho en algunas ciudades de Australia. Las regiones donde ya no hay infecciones se declararían zonas verdes. En estas áreas, la población puede volver gradualmente a la normalidad, ir a una cafetería, al cine o a un concierto y volver a moverse libremente.
Las zonas rojas serían áreas donde las personas siguen infectadas y es ahí donde se establecerían restricciones más estrictas. Por supuesto, no hace falta mencionar que las personas de una zona roja no podrían desplazarse a una zona verde. Y cada vez que surjan nuevos casos, las autoridades sanitarias tendrían que reaccionar con toda severidad, aislar sistemáticamente a los afectados, hacer cumplir la cuarentena, incluso si fuera acomodando temporalmente a las personas en hoteles, como hemos visto en Australia.
Cambiar radicalmente el panorama con restricciones duras también involucra a las personas y su capacidad para cuidarse a sí mismas y unir fuerzas por un objetivo común. Se ha visto, por ejemplo, en la metrópoli de Melbourne, donde los ciudadanos, junto con las empresas y administraciones locales, persiguieron el objetivo llegar a ser "zona verde" con tanta ambición que lo lograron semanas antes de lo previsto. "El principio de las zonas verdes funciona hasta cierto punto con recompensas", dice el Dr. Matthias F. Schneider, profesor de física médica de la Universidad Técnica de Dortmund. Indica que se necesita una "sensación de logro" para superar la pandemia.
"De esta manera saldríamos del sentimiento de impotencia en el que nos hemos metido cada vez más debido a estos cierres periódicos desde otoño", señalaba también el sociólogo de la Universidad de Kassel, Heinz Bude. "El incentivo para ceñirse a las medidas proviene de compararlo con otras regiones. Funciona un poco como una competición olímpica. Orgullo incluido", dice Bude. Las estrictas medidas tomadas en Corea del Sur, Taiwan o Nueva Zelanda han dado como resultado que sus ciudadanos disfruten de muchas más libertades hoy que la gente en Europa, que vive en una especie de hibernación.
¿Y si Europa no participa? Aquí es exactamente donde comienzan los problemas. ¿Qué pasa si otros países europeos no intentan contener el virus y termina repitiéndose una y otra vez como está pasando ahora? Es difícil decir si el exterminio local del virus solo tendrá éxito a nivel europeo o nacional. Y los defensores de la estrategia CovidZero lo han reflexionado. La movilidad entre países con un número similar de infecciones no es un gran problema. En cambio, si varios países como Alemania y España deciden aplicar esta estrategia, no podrían mantener la circulación abierta a países que no la han aplicado. Se necesitarían por tanto obligaciones como cuarentenas, pruebas y, en caso de emergencia, cierre de fronteras.
Rastrear y controlar la transmisión del virus
Con todo, se pone sobre la mesa la necesidad de las autoridades de rastrear las cadenas de infección. Anna Llupià, miembro del Servicio de Medicina Preventiva y Epidemiología del Hospital Clínico de Barcelona hacía hincapié en que "tenemos que mirar al mundo, y si hay lugares donde lo hacen mejor que nosotros y se ve en sus indicadores sanitarios, sociales y económicos, los tenemos que copiar". Como es el caso de Hong Kong.
"Lo que tienen en común los países que han controlado la transmisión es que saben de dónde viene cada caso. En el momento en que no saben dónde se ha contagiado cada persona es cuando llevan a cabo acciones poblacionales, como confinamientos y restricciones. Australia detuvo una ciudad para 22 casos, Nueva Zelanda impuso medidas a Auckland por seis casos y Hong Kong ha establecido medidas drásticas para 122 casos sin trazar", explica.
El problema en Europa es que a partir de un determinado umbral de casos, el rastreo se hace muy complicado. Por poner un ejemplo: hay tantos casos positivos que incluso el 49,63% de los contagiados de Covid en mayo del año pasado aseguraron no tener conocimiento de haber mantenido contacto con una persona positiva. Es decir, el virus está tan esparcido que no se puede saber quién te ha contagiado.
El Gobierno señala que se trazan el 70% de los casos de los miles que tenemos. Pero Llupià asegura que eso no es estar en control de la transmisión: "Estás en control cuando los sabes casi de todos. Esto quiere decir personas llamando o yendo a visitar a casas para saber de dónde viene cada caso y como se ha transmitido. También mirar atrás —retrorastreo— para saber dónde se han contagiado. Es mucho más fácil que hacer funcionar una UCI", comenta.
Si tenemos que poner el conteo a cero hay que confinar, pero ¿cuál es el apetito de la ciudadanía o de los gobiernos a cerrar por completo la economía y ahondar aún más en una recesión ya muy dura? Pues en España, comunidades como Andalucía, Asturias, Castilla y León y Murcia han pedido al Gobierno que dote a los territorios de los instrumentos legales para poder decretar confinamientos domiciliarios en sus autonomías, a pesar de que suponga un revés para la economía regional. Y a falta de ese permiso, los presidentes autonómicos llaman a sus ciudadanos a autoconfirnarse.
¿Y los ciudadanos qué quieren? Una encuesta revela que el 14% aboga por que sí debería haber un segundo confinamiento domiciliario y que sea "más estricto"; el 37% opta por un confinamiento similar al primero; el 21% por que sea menos estricto que en marzo; y el 5% afirma que sólo para las personas de riesgo. En total, las personas favorables al confinamiento en alguna de sus formas suman el 77% de las respuestas, según el porcentaje ponderado.
Los expertos reconocen que la estrategia de máxima supresión no es sencilla, y requiere un grado elevado y prolongado de coordinación e implicación del conjunto de la sociedad. Primero, porque las personas solo pueden quedarse en casa si se encuentran aseguradas en el sentido económico. Es por eso que se hace latente la necesidad de un paquete de rescate completo para las personas que se ven particularmente afectadas por los efectos del confinamiento. "Todo esto cuesta dinero, pero nos estamos gastando más dinero en ampliar hospitales porque reaccionamos con medidas restrictivas tarde, cuando la transmisión es muy alta y el sistema sanitario amenaza con colapsarse", señalaba Caterina Guinovart, investigadora del ISGlobal.
Y nos surge la pregunta: ¿quién lo paga? Porque llevar a cabo esta estrategia cuesta dinero, tanto para los individuos como para miles de negocios y empresas. Y si se les va a forzar a las familias a confinarse, algunas podrían no llegar a fin de mes. Al final, es uno de los principales impedimentos que a nivel social y político se encuentran los gobiernos para cerrar otros dos meses y poner el contador a cero. Tanto en Australia como en Singapur, las administraciones han dado ayudas a las familias afectadas por la pandemia que van desde los 150 euros hasta los 1.000 y se abre también el debate de si debería existir una "ayuda solidaria" por parte de la misma ciudadanía para ayudar a los más afectados por la crisis.
Imágenes: Emilio Morenatti/AP - Unsplash