Durante meses, el mundo asistió asombrado al inusual triunfo de Japón frente al coronavirus. El país, uno de los más envejecidos y densamente poblados del planeta, había logrado esquivar el impacto de la epidemia sin confinamientos estrictos o pruebas masivas. A día de hoy sólo registra un total de 40.000 casos y poco más de 1.000 fallecimientos. ¿A qué se debía su éxito? La pregunta resulta hoy más pertinente que nunca en plena segunda ola de contagios, más grave que la primera.
Las cifras. Durante el pico de la pandemia, en abril, Japón no registró más de 700 casos diarios. Hoy acumula cinco días consecutivos por encima de los 1.000, con dos de ellos más allá de los 1.500. Su curva de contagios es claramente ascendente en todas las regiones, incluso en aquellas que no sufrieron los rigores del virus durante los meses de marzo y abril. El segundo brote de Japón, tras la tranquilidad de mayo y junio, es ya oficialmente peor que el primero.
Las causas. Parte de los expertos culpan a la dejadez de las instituciones. Durante las últimas semanas, el gobierno ha promovido una campaña de turismo interno llamada "Go To". El objetivo era espolear la economía nacional a las puertas de la recesión. Ahora se teme que haya abierto la puerta a una mayor dispersión del virus. Los viajeros acogidos a la campaña disfrutan de descuentos de hasta el 50%. Un incentivo efectivo para potenciar el turismo, pero también los contagios.
Problemas. Otras voces consideran que tanto sociedad como gobierno se han relajado. Lo refleja este artículo de Bloomberg: el cansancio frente a las medidas preventivas de parte de los japoneses, la mano abierta de las autoridades para la reapertura de restaurantes y karaokes sin mayores limitaciones de aforo, y el deseo de reactivar la economía han conducido a una reapertura "prematura". Una para la que, a tenor de la segunda ola, el ejecutivo no tenía una respuesta efectiva.
La situación ha llevado a medios y ciudadanos a preguntarse por su primer ministro. "¿Dónde está?", titula The Japan Times.
Composición. En Tokyo, donde el brote es especialmente grave, el 62% de los casos se concentran entre jóvenes menores de 30 años. Es un patrón similar al de otros países. Pese a ello, el gobierno regional ha solicitado medidas más duras: cortar los viajes entre prefecturas, restringir la apertura de ciertos locales e incluso solicitar a sus ciudadanos que reduzcan su actividad social, protegiendo a grupos más vulnerables. Osaka ha pedido a sus vecinos que reduzcan las cenas a cinco comensales.
La gobernadora de Tokio ya tantea un estado de emergencia para la capital.
Recursos. En mayo, parte del éxito japonés no se explicaba desde la reacción institucional, sino desde las actitudes de la gente. Como explicaban expertos médicos locales aquí, la voluntad y los hábitos culturales japoneses (distancia personal, poco contacto, mascarillas) jugó un rol crucial. También el estricto código de honor y culpabilidad japonés. Ninguno quería verse como el responsable de un brote, lo que incentivaba el cumplimiento de las recomendaciones aun sin obligación legal.
Esto podría haber cambiado, en una mezcla de incentivos favorables por parte del gobierno (viaje, consume) y de cansancio frente a las precauciones. Desactivado el factor auto-control, Japón tiene un problema. Australia y Hong Kong han optado por confinamientos (muy) duros a nivel local (Melbourne). Las autoridades niponas no parecen inclinadas a ello.
¿Es así? Hay otra explicación, apuntada en su momento por otros expertos: suerte. Japón esquivó lo peor de la epidemia sin un gran liderazgo político, pese a que cumplía todos los requisitos (densidad, envejecimiento, proximidad a China) para un escenario catastrófico. Hay otros patrones similares en otras partes del mundo, países vecinos cuya disparidad en las cifras no tiene una explicación lógica o aparente.
Sea como fuere, Japón tiene hoy un problema más grande que en abril, en una advertencia para el resto del mundo.
Imagen: Eugene Hoshiko/AP