Cuesta imaginar un país tan deliciosamente víctima de sus contradicciones como Japón. Es allí donde un reverencial respeto por la tradición se fusiona con las formas de modernidad más vanguardistas y avant la lettre que ha producido el ser humano. Es allí donde el aceleracionismo tecnológico, con sus sistemas ferroviarios siempre puntuales y sus robots a la orden del día, se funde con costumbres burocráticas y administrativas ya arcaicas. Y es allí donde a la glorificación del trabajo sin descanso, muertes incluidas, le acompaña cierto gusto por la quietud.
Por no hacer nada.
Una historia sirve de contrapunto a todos los reportajes sobre el karoshi, esa cultura laboral donde millares de personas mueren anualmente exhaustas por trabajar demasiado. La protagoniza Shoji Morimoto, un hombre de Tokyo que ofrece sus valiosos servicios a quien desee contratarlos. ¿Qué servicios, en concreto? Ninguno. Absolutamente ninguno. Morimoto se promociona como un acompañante silencioso y discreto. Un hombre al que pagas para que no haga nada. Y le está yendo bastante bien.
Tan peculiar forma de ganarse la vida ha ganado interés durante las últimas semanas gracias a este reportaje de The Mainichi, uno de los principales diarios japoneses. Su modelo de negocio es simple. Cualquier persona puede contactarle por Twitter o Instagram, redes sociales en las que acumula centenares de miles de seguidores. Allí, Morimoto explica sus servicios (esencialmente ninguno) y exige un pago de unos 80€ la jornada. Formalizado el acuerdo, el contratante ya puede disfrutar de su compañía para utilizarla como mejor desee. Nada más y nada menos.
Las tarifas pueden parecernos caras, en especial si tenemos en consideración el producto contratado, pero tan sólo reflejan un pequeño éxito empresarial. Morimoto comenzó su andadura hace tres años. Desde entonces ha recibido más de 3.000 solicitudes. Originalmente un servicio gratuito, la frecuencia de las peticiones y el aparente éxito de su compañía le llevó al modelo de pago. Se trata del triunfo de la nada, del silencio, una virtud que Morimoto ha convertido en ocupación remunerada.
Más allá de su extravagancia, nadie podía negarle la audacia. Su servicio requiere de una inversión inicial nula, es escalable, fomenta el uso recurrente por parte del cliente y suprime a los intermediarios. El sueño de todo emprendedor. Algunos clientes han terminado tan satisfecho que se han convertido en pequeños suscriptores. Según el reportaje, una escritora profesional de 36 años le ha "alquilado" ya hasta en diez ocasiones. Entre otras ocupaciones, Morimoto ha tenido que acompañarle en primeras citas o a un club adulto, motivado por su trabajo.
Historias muy rentables
A colación de este último, explica: "Me escuchó sin avergonzarme. Fue un gran apoyo tenerle a mi lado sin juzgarme". Puede parecer absurdo, pero funciona. Sus clientes solicitan sus servicios por una variedad de motivos: para alcanzar el número suficiente de jugadores de mesa entre un grupo de amigos carente de participantes; para acompañarles mientras acuden al juzgado a presentar los papeles del divorcio; o para escuchar a los trabajadores sanitarios que necesitan, simplemente, desahogarse.
En esencia, Morimoto ha monetizado saber escuchar. Es una persona sobre la que puedes descargar toda tu frustración, cansancio o ansiedades sin preocuparte por las consecuencias que pueda tener. Él se limita a escuchar y a seguir la conversación, nada más. "Personalmente, no me gusta que otras personas me animen a hacer algo. Me enfado cuando la gente insiste en que lo siga intentando. Cuando alguien trata de hacer algo, creo que lo mejor que puedes hacer es quedarte a su lado", explica.
Excentricidad o no, lo cierto es que el proyecto de Morimoto entronca bien con parte de las aspiraciones vitales de su generación. La idea le asaltó mientras aún trabajaba en una editorial tras terminar su carrera. Cuando le transmitió a su jefe su falta de motivación y sus dificultades para encajar dentro de la empresa, este le espetó: "No me importa si estás aquí o no". No le importaba lo que hiciera, su aportación era irrelevante. Inspirado por otro hombre que había logrado comer diariamente sin hacer nada, abrió su cuenta de Twitter. Y de ahí al éxito.
Desde entonces ha encontrado su verdadera vocación. Cuenta con un libro publicado en Amazon donde recopila todas sus historias, parte de una saga literaria bastante popular en Japón (cómics incluidos). Historias de personas que se ganan la vida haciendo nada. Personas que nadan a contracorriente en una sociedad obsesionada con caminar a la mayor velocidad posible. En un tiempo en el que la cultura laboral nos invita a exprimir nuestras habilidades y recursos, a dar lo mejor de uno mismo en todas las situaciones, Morimoto es un artefacto contracultural.
Y quizá por ello exitoso. En el ruido de la sociedad moderna, Morimoto ofrece silencio. En el ajetreo y frenesí diario, Morimoto vende pausa. Y en un ecosistema donde los nodos sociales se desgajan y la soledad gana terreno en todas las generaciones, Morimoto entrega compañía. Sabemos que estar solos degrada nuestra salud, y que de un tiempo a esta parte la soledad se ha convertido en un sentimiento común entre una buena parte de la sociedad, en España, Reino Unido o Japón. Esto es algo especialmente cierto entre los más jóvenes: una encuesta de YouGov para Estados Unidos descubrió que el 22% de ellos no contaba amigos de ningún tipo.
Consciente o no de ello, tanto el no-hagas-nada de Morimoto como la compañía por la mera compañía encajan a la perfección en dos de las ansiedades más comunes entre las nuevas generaciones (la futilidad de un trabajo que no colma expectativas vitales y que tampoco sirve para llegar a fin de mes y la sensación de soledad). Quizá por ello haya tenido éxito. Uno que ha hecho de su negocio algo envidiablemente rentable.
Imagen: Ryoji Hayasaka