Cuando Walt Disney tuvo la revolucionaria idea de trasladar el universo icónico y estético de sus películas animadas a un parque temático destinado a niños y familias enteras, los inversores le miraron con cierto escepticismo. A Disney le podía caber Disneyland al completo en su cabeza, pero por aquel entonces la idea de un parque de atracciones a gran escala representaba un riesgo inversor que despertaba dudas.
Corría el año 1953 y Disney, convencido de la viabilidad y futuro éxito de su megalómano proyecto, se encerró durante un fin de semana en sus estudios con Herb Ryman, uno de los artistas a sueldo de la compañía. Juntos ensoñaron el boceto del futuro Disneyland: una pequeña ciudad asistida por ferrocarriles a vapor que trasladaría a las familias de barrio en barrio, entre torreones, mundos misterios y atracciones inigualables.
El resultado fue un mapa-boceto de Disneyland que quedaría enterrado en el baúl de los recuerdos tras cumplir su propósito con creces. A los inversores el diseño les maravilló: Disney había logrado condensar en aquellas hojas el espíritu del futuro Disneyland, que abriría sus puertas, entre gran pompa y expectación, sólo dos años después. El resto es historia: el mayor imperio del entretenimiento mundial que han visto los ojos de la humanidad.
Tras el visto bueno de ABC y otros grandes emporios empresariales, el mapa pasó a convertirse en la estrategia promocional idónea para Disneyland, por aquel entonces un universo mágico y misterioso. Sobrevivió algunos años, ya coloreado y empleado como cartel publicitario, antes de terminar en las manos de Grenade Curran, un antiguo empleado de la empresa al que Disney le regaló su preciado boceto original. Curran lo preservó durante décadas.
Hasta nuestros días, a los que el precioso mapa ha llegado prácticamente intacto. Si el precio de cualquier objeto es valor mitológico + tiempo, es fácil entender por qué una casa de subastas estadounidense, Van Eaton Galleries, se ha hecho con sus derechos y lo va a lanzar a subasta 64 años después de la creación del artefacto. Los responsables de la compañía calculan que el precio puede oscilar, atención, entre los 750.000 y el millón de dólares. Una ganga.
¿Por qué tanto valor? En parte por ser el manuscrito original desde el que Disney diseñó el que más tarde se convertiría en el imperio por excelencia de los parques de atracciones, diseminados por medio mundo y con millones y millones de visitas al año. Aquel boceto que nada tendría que ver con el diseño definitivo del primer parque de atracciones de la historia plasmó en un papel las ideas abstractas de la cabeza de Disney, y sirvió de punto de partida a una industria novísima.
Merece la pena recalcar que, como diseño, no tenía ningún valor: Disneyland terminó siendo un parque de atracciones distinto, y el despliegue de edificios, restaurantes y atracciones no es mimético al que quienes hayan tenido la oportunidad de visitarlo conocerán (especialmente tras sesenta años de reformas y actualizaciones). Sin embargo, mostró que crear un parque temático de la nada era posible, en un tiempo en el que tal idea representaba una ensoñación.
De modo que si tienes un millón de dólares y un fetiche con Disney y sus parques de atracciones, esta es tu oportunidad.