Ayer, el Tribunal Administrativo de Leipzig dio luz verde a los ayuntamientos alemanes para prohibir la circulación de coches con motores diésel en los centros de las ciudades. La semana pasada, la Asociación de Servicios Locales (VKU) del país avisaba que, si la industria automovilística no se pone las pilas, las ciudades buscarán autobuses, coches y camiones eléctricos fuera del país.
En cuanto al coche se refiere, el peso de la (casi) todopoderosa industria automovilística alemana en las decisiones de Europa es innegable. Por eso, la revuelta de las ciudades contra el motor levanta tanta expectación: sus consecuencias pueden marcar un antes y un después en la política común. Cuando el coche alemán estornuda, Europa entera puede acabar electrificada.
Una vía judicial para el fin del diésel
En los últimos años y preocupadas por la contaminación atmosférica, ciudades como Düsseldorf o Stuttgart habían introducido medidas para reducir las emisiones y prohibir los vehículos diésel de mayor antigüedad. Frente a eso (y escenificando los enormes conflictos internos del país), los estados de Baden-Württemberg y Renania del Norte-Westfalia recurrieron las restricciones locales.
Para desbloquear el asunto, dos grandes ONGs ecologistas, Deutsche Umwelthilfe y ClientEarth, llevaron el asunto a los tribunales. Aunque la sentencia debía haberse anunciado la semana pasada, las presiones han hecho que se retrasada reiteradamente. Pero ahora, el fallo del Administrativo de Leipzig no solo lo desbloquea, sino que allana el camino para que las ciudades de Alemania hagan lo mismo.
Una revuelta que va más allá de los tribunales
Este no es el único frente en el que las ciudades alemanas están provocando un seísmo en la industria automovilística del país. El mismo presidente de la Asociación de Servicios Locales (VKU) del país, el alcalde socialdemócrata de Maguncia, Michael Ebling, explicaba que "la reciente licitación conjunta de las ciudades de Mainz, Wiesbaden y Frankfurt para la compra de autobuses de hidrógeno ha revelado desafortunadamente que ningún fabricante alemán puede entregarla antes de finales de 2019"
"Si esto sigue así, pronto conducir autobuses chinos en el centro de las ciudades alemanas”, amenazaba Eblign en Welt. Y no le falta razón, la compañía china Geely ya se ha hecho cargo de algo tan simbólico como la fabricación de los “black cabs”, los famosos taxis de Londres. Alemania puede ser la siguiente.
Y, aunque sería un mazazo para la industria automovilística, “con la crisis del diesel y la presión competitiva, ese día está cada vez más cerca". Sea como sea, lo que está claro es que el equilibrio de fuerzas que sostiene la política europea de transportes parece a punto de cambiar hacia el motor eléctrico. Y eso, visto lo visto, parece una buena noticia.
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