No sobran coches, sobran carreteras: los científicos que intentan parar el asfaltado del Mundo

No sobran coches, sobran carreteras: los científicos que intentan parar el asfaltado del Mundo
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600.000 trozos. Si pudiéramos recortar la superficie de la Tierra siguiendo, como si fueran líneas de puntos, las carreteras que hemos ido trazando, nos saldrían exactamente eso: 600.000 trozos de todas las formas y colores. Cada vez son más. Se espera que la tendencia se haga más importante: se espera que las carreteras en 2050 hayan crecido hasta un 60%.

Preocupados por el papel fundamental de las áreas sin caminos, carreteras y autopistas en la vida salvaje, la conservación de los recursos hídricos y el aire puro, los investigadores se empiezan a platear seriamente cómo impedir que acabemos de asfaltar el mundo sin frenar el desarrollo económico y social.

Una carretera no es solo una carretera

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Para bien y para mal, una carretera no es sólo una carretera. Por un lado, desde casi el origen de las grandes culturas, es un sinónimo de la civilización. Es decir, las carreteras suelen ser un "polo de desarrollo". Esto tiene muchísimas consecuencias positivas, pero también negativas. Sobre todo, cuando hablamos de dar acceso, por primera vez, a sitios relativamente vírgenes. De forma casi automática, favorecen un incremento de la explotación de las zonas que conectan: cosas que van desde la minería a la caza furtiva.

Pero además es un vector que permite la destrucción de bosques y ecosistemas sensibles, que promueve la contaminación, la introducción de plagas y la fragmentación de poblaciones animales. Se estima que, sólo en las carreteras de Estados Unidos, mueren más de un millón de vertebrados al día.

36 millones de carreteras

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Un reciente estudio publicado en Science, utilizando diversos mapas de acceso abierto, ha revisado unos 36 millones de kilómetros de carreteras. Y como resultado encontraron unos 600.000 fragmentos de tierra separados entre sí. Y, según comentaban los investigadores, parecen pocos. Hay muchas zonas (como las explotaciones de palmeras de Borneo) que no están indexadas en los mapas que utilizaron, pero que están ahí fragmentando más aún las selvas tropicales.

Más de la mitad de los fragmentos que encontraron tenían menos de un kilómetro cuadrado. Es decir, no permitían ningún tipo de vida silvestre significativa. Por el otro lado, sólo un siete por ciento de las áreas sin carreteras tienen más de cien kilómetros cuadrados.

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Eso sí, si en lugar de mirar el espacio que ocupan, miramos su "virginidad", solo un tercio de las áreas no estaban afectados por la agricultura o la actividad humana. Estos datos se calcularon estudiando cuanto terreno se encontraba a más de un kilómetro de alguna carretera, plantación o localidad. Por eso, de forma natural, estas zonas aparecen en bosques tropicales (como los de Indonesia o el Amazonas) y en las amplísimas extensiones nórdicas de Rusia y Canadá. Ni Japón, ni Europa, ni el este de Estados Unidos tienen ya zonas vírgenes.

¿Cómo reducir el impacto ecológico de las carreteras?

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Las estimaciones nos dicen que, si seguimos con esta tendencia, en los próximos 30 ó 35 años, las carreteras van a crecer hasta un 60%. Los especialistas están preocupados porque solo un 5% de las áreas sin carreteras tiene protección legal para defenderse de este crecimiento. Es cierto que muchas de las zonas más aisladas no se van a ver comprometidas (por una simple cuestión de rentabilidad económica), pero hay muchas otras que pueden degradarse hasta desaparecer en cuestión de años.

En 2020, más de dos tercios de los animales salvajes del mundo habrán desaparecido y las carreteras son uno de los grandes catalizadores

Hace un par de meses hablábamos de una serie de estudios que preveían que las poblaciones de animales salvajes podían llegar a reducirse hasta dos tercios para 2020 y, como dicen los expertos, las carreteras son el catalizador de gran parte de la destrucción de sus ecosistemas, por ejemplo, dando acceso madereros ilegales al Amazonas o acceso rápido a los cazadores furtivos.

Antes decía que históricamente las carreteras siempre han sido un motor del progreso económico. Pero cada es más común que los investigadores reflexionen sobre cómo podemos reducir su impacto ecológico manteniendo ese crecimiento. Al final, se trata de traer al ámbito de las infraestructuras viales los esfuerzos por desacoplar desarrollo económico y emisiones de CO2.

Las posiciones más moderadas proponen un progresivo soterramiento de carreteras y autopistas. Esto sería costo, como demuestran alguna de las infraestructuras más entrañables del mundo hispanohablante y es lo que hace que más allá de los pasos naturales cada vez más habituales, este tipo de iniciativas se vean frenadas.

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Por eso, otras voces más radicales reivindican un cambio desde la base: dejar de invertir en carreteras y dedicar ese presupuesto a otras infraestructuras. Es decir, sostienen que sobran carreteras y que su misma existencia crea las condiciones para que el modelo actual siga creciendo y amenazando el medio ambiente.

Y proponen aprovechar las posibilidades de las tecnologías digitales para reducir los desplazamientos y reconducir el transporte de personas y mercancías inevitable a través de sistemas más intensivos en espacio como el ferrocarril. Efectivamente, no es una solución viable a corto plazo, pero, con los datos en la mano, cada vez se hace más necesario empezar a buscar soluciones.

Imágenes | Science, © Colaboradores de OpenStreetMap

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