“Mire este vaso vacío, aquí está tranquilo, sereno, aburrido, pero si se destruye, fíjese en las maquinitas tan ocupadas, mire como todas son útiles. Oh, qué precioso ballet tan lleno de forma y color. Bien. Piense en toda esa gente que las ha creado: técnicos, ingenieros, cientos de personas que podrán dar de comer a sus hijos esta noche para que crezcan grandes y fuertes y puedan tener sus propios hijitos y así sucesivamente sumándose de ese modo a la gran cadena de la vida. ¿Lo ve, Padre? Provocando una pequeña destrucción estoy fomentando la vida”.
Eso es lo que Jean-Baptiste Emanuel Zorg le decía a Vito Cornelius, el sacerdote mondoshawan, en ‘El Quinto Elemento’ para convencerle de que, en fin, "están en el mismo negocio": el de salvar la vida del universo. Pero, sinceramente, lo mismo podría haber dicho el volcán Kilauea en Hawái tras pasarse más de dos meses vertiendo cientos de miles de toneladas de lava al mar el año pasado.
Y es que, sorprendentemente, en mitad de esa oda a la destrucción descontrolada que causó el Kilauea entre mayo y julio de 2018, los satélites de monitorización se dieron cuenta de que los niveles de clorofila del océano que rodeaban la zona de la erupción estaban disparados. Eso no significaba otra cosa que una brutal floración de pequeños microbios fotosintéticos amontonándose alrededor de una erupción volcánica. Repito: una floración de algas en los bordes de un volcán. "Provocando una pequeña destrucción estoy fomentando la vida", que diría uno de nuestros villanos favoritos.
La destrucción y la vida
Ante esa sorpresa, la Universidad de Hawái mandó a un equipo de investigadores ha estudiar qué estaba pasando en esas aguas. El viaje era, como es fácil de imaginar, una oportunidad única para estudiar cómo interaccionaba el mar con los volcanes en tiempo real. Y los resultados confirmaron que fue el volcán el que desencadenó la gran floración de fitoplancton, aunque no de la forma que pensábamos.
De hecho, los datos sugirieron que la gran floración comenzó solo tres días después de que la lava de Kilauea comenzara a verterse en el océano y persistió durante los dos meses siguiente en los que el volcán siguió en erupción. Luego, cuando la lava dejó de verterse en el mar, la floración desapareció rapidísimamente.
El estudio no solo ha servido para analizar un evento como este en directo, sino que ha planteado algunas dudas importantes para entender la bioquímica marina. Resulta que los muestreos revelaron concentraciones inesperadamente altas de nitrato que desempeñaban un papel clave en la fuerza de la respuesta biológica ante la lava.
El problema es que la lava contiene muy poco nitrógeno. O sea, el volcán está íntimamente relacionado con la gran floración, pero no es la causa directa de la gran floración. Es una incógnita interesantísima. En el trabajo publicado por la revista Science, los autores sugieren que el boom biológico debió ser alimentado por la afluencia de aguas profundas ricas en nutrientes a la superficie (tras ser calentadas por el volcán).
Es una idea interesante, pero lamentablemente por ahora no podremos confirmarla. Ni esta idea, ni el impacto general que floraciones de este tipo tienen sobre los ecosistemas marinos. Lo que sí nos permitirá este trabajo es estar preparados para estudiar minuciosamente la próxima gran erupción venga cuando venga.
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