La temporada 2 de 'The Witcher' es más épica pero pierde algo de la divertida espontaneidad de su primera parte

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Quienes asistieron ayer a la presentación oficial de 'The Witcher' (con presencia de Henry Cavill incluida) en Madrid y pudieron ver el primer capítulo de la segunda temporada de la serie, quizás salieron de los cines Kinépolis con una impresión equivocada. La impresión de que esta nueva temporada iba a seguir la estructura episódica y alambicada de la primera temporada.

En el caso de la primera tanda de episodios, su narrativa era una propuesta que por una parte, daba unas cuantas alegrías. La estructura casi de monster-of-the-week retrotraía tanto a los videojuegos como a los orígenes literarios, en relatos breves que luego se recopilaron en libros, de Geralt de Rivia. Pero traía otra carga consigo: saltos continuos en el tiempo que daban pie a una laberíntica sucesión de intrigas palaciegas que, cuando no andaba Geralt implicado en ellas, podían ser algo difíciles de seguir.

Y así es como empieza la segunda temporada, con una aventura prácticamente aislada que hace pensar que volvemos por los fueros de los primeros episodios. Lo cierto es que, significativamente, es el mejor episodio de los que hemos llegado a ver: furioso, autocontenido, lleno de buenos diálogos y humor, con un monstruo aterrador heredado de la mejor dark fantasy y el tradicional mensaje amargo pero con un punto de esperanza por parte del viejo Geralt.

Pero obedeciendo a las directrices que la showrunner Lauren Hissrich prometió que se iban a ejecutar de cara a la segunda temporada, 'The Witcher' da un giro después de ese engañoso primer capítulo, y desarrolla, ya con continuidad, las dos líneas argumentales que dejaba dispuestas al final de la primera. Por una parte, Geralt y Ciri encontrando una emotiva nueva relación de maestro y protegida. Por otra, Yennefer intentando sobrevivir a una situación comprometida desde el minuto uno.

Un Geralt más humano y menos gruñón

'The Witcher' toma la decisión en esta temporada de narrar el origen del mundo en el que transcurre la acción. A grandes rasgos se habla del evento que hizo que hombres, monstruos y elfos acabaran en el mismo plano. Es un tema trascendente y que afecta a todos los personajes, y la serie parece contagiarse de esa importancia, y se vuelve más seria y meditabunda. Para los espectadores interesados en esta parte del lore, la precuela animada 'La pesadilla del lobo' proporciona una buena cantidad de datos adicionales sobre el particular.

En el caso de algunos personajes, ese giro en la serie es para bien. Ciri está, sin duda, entre quienes experimentan una evolución más interesante: gracias a la estupenda interpretación de Freya Allan, pasa de ser, de forma perfectamente creíble y emocional, de una frágil princesa necesitada de la protección de Geralt a una mujer poderosa capaz de combatir a su lado.  Hasta alivios cómicos como Jaskier (Joey Batey) se contagian de esta gravedad, aunque la serie no pierde su buen humor con él, como demuestra su nuevo y despechado temazo.

Y, por supuesto, Geralt de Rivia está entre los personajes más profundamente afectados por este cambio. Aunque hay un par de guiños autoparódicos (alguno de ellos, bastante meta, dirigido a la confusa trama de la primera temporada), Geralt ya no se expresa exclusivamente con gruñidos, y ya desde el primer episodio lo vemos mostrando emociones que habrían sido inconcebibles en la primera temporada. Ciri y Yennefer tienen la culpa, pero también la sutil y controlada interpretación de Henry Cavill, ya definitivamente mucho más que un armario ropero.

Por el camino, 'The Witcher' ha perdido algo que la hacía especial y que la distanciaba esa 'Juego de tronos' con la que todos la comparábamos. Ahora es más convencional, más comercial, más solemne y más cortada a medida, pero por suerte sigue conservando los suficientes momentos de excentricidad, humor, violencia y personalidad para ser una cita imprescindible para amantes de la fantasía más oscura.

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