El Hombre Invisible tiene una nueva película en las salas, una que actualiza su historia, trayéndola a la actualidad y, a la vez, permaneciendo fiel a su esencia, constituída oficosamente en la novela de 1897 de Herbert George Wells. Esto es, un científico brillante y algo subidito descubre una revolucionaria fórmula para volverse invisible. Experimenta con ella sobre su propio organismo y enloquece, un poco porque ya andaba algo desequilibrado, y otro poco porque es consciente del poder casi ilimitado que le puede proporcionar la invisibilidad.
El mito del científico loco o mad doctor era bastante nuevo cuando Wells escribió su novela: a finales del siglo XVIII, principios del XIX, cuando la literatura de terror se centraba en el género gótico, lo sobrenatural procedía siempre de fenómenos de ultratumba e interacciones con el más allá. Pero fue precisamente con la llegada de la Revolución Industrial cuando empezaron a atisbarse los cambios (y los terrores) que la ciencia podía generar. Uno de los primeros mad doctors, a principios del XIX, pero aún embebido de delirios góticos, fue Victor Frankenstein.
Pero la llegada de la reina Victoria en la segunda mitad del siglo XIX a Inglaterra y el salto industrial y tecnológico que trajo consigo excitó la imaginación de los autores. Algunos, como Herbert George Wells, bañaron sus fantasías de fascinación naïf por los avances científicos, y Wells se dejó llevar por la posibilidad de una ciencia que nos brindara viajes en el tiempo ('La máquina del tiempo'), que diera armas devastadoras a una invasión extraterrestre ('La guerra de los mundos'), que propiciara experimentos genéticos aberrantes ('La isla del doctor Moreau') y que generara avances tan locos como la invisibilidad.
Como se puede ver, esta fascinación no estaba exenta de un terror prudente acerca de lo que podía pasar cuando la ciencia caía en malas manos, fueran alienígenas, sociópatas o sencillamente, gente que jugaba a ser dios. Griffin, el científico que inventa la fórmula de la invisibilidad y planea iniciar un "reinado de terror" sembrando el pánico en la nación, es un icono de la ciencia loca. Y tal cual ha sido actualizado en 2020, aunque bañándolo en una locura más pasional, vinculada a la dominación masculina. Para celebrar que el mito sigue siendo tan relevante como el primer día, repasamos algunas de las mejores adaptaciones de la novela, oficiales o apócrifas.
Una aproximación universal
'El hombre invisible' de James Whale es aún hoy una de las versiones más recordadas del mito, y hay un culpable claro de ello: los sensacionales efectos especiales de John P. Fulton, John J. Mescall y Frank D. Williams. Con ingeniosos efectos mecánicos (un traje hueco con cuerdas) y unos afinadísimos efectos matte (el protagonista embutido en un traje negro frente a un fondo del mismo color, más la superposición posterior de ese plano sobre uno del escenario vacío) se consiguieron hallazgos visuales como el memorable strip-tease del hombre invisible quitándose la ropa y burlando a la policía.
Whale y su guionista R. C. Sherriff supieron detectar los elementos más icónicos de la novela (el hombre invisible embozado de pies a cabeza, vendado como si hubiera tenido un accidente, con gabardina y gafas de sol, a medio camino entre un espectro moderno y un exagerado espía internacional) y remodelaron otros para hacer la historia más asequible al gran público. Por ejemplo, Claude Rains (al que solo se llega a ver al final, cuando el cadaver de Griffin se hace visible) es un personaje más empático que en la novela, que ya no es un sociópata frío y demente, sino que tiene familiares y amigos que se preocupan por su descenso progresivo hacia los abismos de la locura.
Con un sentido del humor muy del James Whale que tenía una sensibilidad única para el fantástico (como demostró en sus dos 'Frankenstein') pero que a la vez sabía dotar a sus películas de cierta distancia irónica, lo que sin duda no terminó de gustar a Wells, que llegó a ver el film. Éste pensó que la película había convertido a su inquietante villano en un chalado, a lo que Whale contestó que no había tenido más remedio para que fuera creíble, ya que el público no habría entendido, para empezar, por qué demonios alguien querría hacerse invisible.
El éxito llevaría a Universal a retomar al personaje, a menudo con el sello de adaptación oficial de Wells, aunque alejándose del Jack Griffin de Claude Rains y dándole a menudo un tono humorístico. Especialmente interesante por sus hallazgos visuales es 'El hombre invisible vuelve', de 1940, con Vincent Price encarnando a un pariente del Jack Griffin original. Price volvería a ser invisible (solo en voz) en la parodia 'Abbott y Costello contra los fantasmas' (1948), ya cerrando el ciclo de los monstruos de la Universal. Entre una y otra, comedias como la simpática 'La mujer invisible' y otra de Abbott y Costello, 'Abbott y Costello contra el hombre invisible'.
Desmemorias de un hombre invisible
Hasta que nada menos que en 1992 -es decir, aproximadamente medio siglo después de todas estas adaptaciones medio en serio, medio en broma, de 'El hombre invisible'- John Carpenter retomara el tema con su reivindicable 'Memorias de un hombre invisible', el mito pasó por multitud de películas de bajo presupuesto y comedias variadas. No hubo nuevas adaptaciones oficiales de Wells, pero lo cierto es que el icónico hombre con gafas de sol y vendado de pies a cabeza de la película de Whale fue reformulado sin descanso. ¿Algunos casos notorios?
'El increíble hombre transparente' (1960), por ejemplo, es un disparate del titán de la serie B Edgar G. Ulmer, rodada al mismo tiempo que la aún más bizarra 'Beyond the Time Barrier', y tiene una desvergüenza y una ingenuidad muy propias de su época que la hacen altamente recuperable. Pocos años después, el clásico de culto de la animación marciana en stop-motion 'Mad Monster Party?' -con voces de, entre otros, Boris Karloff- incluía un hombre invisible dentro de su cóctel de monstruos.
Europa no permanecería ajena, a todo esto, a la (imposible) sombra invisible del villano. Inspirado en el policiaco alemán de moda entonces, 'Las garras invisibles del Doctor Mabuse' (1962) tenía una trama de espionaje a medio camino entre Bond y Fantomas. 'Orloff y el hombre invisible' era picantona y desprejuiciada. Y, finalmente, está 'El hombre invisible' del todoterreno Antonio Margheriti, donde Dean Jones, al que recordarás quizás de un montón de películas familiares Disney de la época, hace una versión de saldo de sus amables producciones norteamericanas.
Hablando de Disney, suya es 'Te veo y no te veo', con un jovencísimo Kurt Russell intentando recuperar un suero de invisibilidad en 1972, con los amables enredos inevitables y de rigor. Aunque nuestra comedia favorita sobre el tema es 'El hijo del hombre invisible', un sketch de apenas tres minutos dentro de la película multiparódica 'Amazonas en la luna' que imita la estética del clásico de James Whale de la Universal. En él, un hombre invisible que repite punto por punto todo el numerito del strip-tease... solo que el suero de la invisibilidad no funciona, y él es el único que cree que nadie lo ve.
En 1992, y después de un largo proceso de producción que incluyó la adaptación de un libro de William Goldman que poco tenía que ver con el enfoque clásico, y el despido de Ivan Reitman ('Cazafantasmas') en permanente conflicto con la estrella Chevy Chase -deseoso de distanciarse de los papeles de comedia que le habían dado la fama-, John Carpenter aterrizó en el proyecto 'Memorias de un hombre invisible'. Una película complicada, fracaso de crítica y taquilla en su día que, sin embargo, con el tiempo se ha ganado consideración de culto.
Y no es para menos: el estilo clásico, elegante de Carpenter encaja con los efectos especiales de la Industrial Light & Magic, pioneros como lo fueron sus contemporáneas 'Terminator 2' y 'Parque jurásico'. Carpenter inyectó una melancolía muy peculiar a esta historia de un hombre invisible por accidente perseguido por el gobierno para ser usado como arma, y la antipatía congénita de Chevy Chase le encaja como un guante. Irregular y rarísima, merece la pena recuperarla y disfrutar con el virtuosismo de los efectos en momentos como el de la lluvia delineando la silueta del protagonista, el sombrero flotante o la cara de maquillaje, muy influyentes en películas posteriores.
Invisibilidad salvaje
En esta línea de reformulaciones, pero en una onda mucho más salvaje, llegaría en el año 2000 'El hombre sin sombra', una estupenda epopeya de un Paul Verhoeven que quiso alejarse sin éxito del género de ciencia-ficción en el que se estaba encasillando. Los fracasos de taquilla de 'Starship Troopers' y, sobre todo, 'Showgirls', le obligaron a aceptar un mediocre guión de Andrew W. Marlowe y le dio un brillo único. Lo hizo retomando la idea del hombre invisible sociópata, salvaje y peligroso.
Y acompañó la aventura con unos efectos especiales a la par, gracias a los que lejos de la asepsia que habíamos visto hasta ahora, con hombres y mujeres invisibles que simplemente se desvanecían ante nuestros ojos, Verhoeven desintegró literalmente a Kevin Bacon. En el proceso de invisibilización veríamos sus órganos y anatomía disolverse poco a poco en el aire, y al protagonista perdería la razón en una película cínica y violenta que intenta responder a la pregunta: ¿qué harías si supieras que nada de lo que hicieras tiene consecuencias porque no pueden verte?
Dejando de lado alguna cosa insignificante como la propia y desconocida secuela de 'El hombre sin sombra', protagonizada por un Christian Slater en horas bajas, o 'Lo que no se ve (The Invisible)', una adaptación en clave de drama teen del mito, dirigida por un David S. Goyer aún menos inspirado que en sus guiones superheroicos, la película de Verhoeven ha sido la última vez que (no) hemos visto a la creación de Wells en pantalla. Lo que tiene todo el sentido del mundo, porque la brutalidad y replanteamiento de la nueva versión de Blumhouse, orientada casi al terror y al thriller, bebe mucho de su enfoque.
Queda comprobar si el público está dispuesto a darle la oportunidad definitiva a un monstruo que no ha encontrado una imagen concreta precisamente porque su característica principal es que no puede tenerla. De momento las críticas previas y la expectación son notables. Habrá que ver (o no).
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