El callejón sin salida de Disney: por qué sus remakes en imagen real tendrán una vida muy corta

El callejón sin salida de Disney: por qué sus remakes en imagen real tendrán una vida muy corta

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El callejón sin salida de Disney: por qué sus remakes en imagen real tendrán una vida muy corta

Desde mi atalaya de Grinch de los medios de masas recibo con desconfianza toda supuesta innovación / revolución / game changer procedente de los grandes conglomerados de producción audiovisual. Dicho con claridad: la única intención tras cada nuevo reboot de viejas propiedades de Disney, Marvel, Universal, Fox o quien sea es hacer caja, a menudo en operaciones comerciales diseñadas desde despachos. Esto no va de hacer crecer el lore de los mundos de ficción, no de engordar de modo más o menos coherente los universos poblados por héroes y villanos desde hace décadas. Se trata de hacer caja.

Habrá quien piense que no estoy descubriendo precisamente la rueda con estas afirmaciones, pero no hay más que revisar las opiniones de los fans cuando (con fines comerciales, tampoco lo negamos) empieza a aparecer diversidad racial o protagonismo femenino en sus franquicias adoradas y se suben por las paredes por supuestas agresiones a una integridad que, en realidad, solo existió en sus cabezas y en la chequera de un multimillonario anónimo oriental. Pero esa es otra cuestión.

Lo cierto es que, con el beneplácito del fandom o no, Disney está llevando a cabo una maniobra que, de justificar puntuales experimentos sin más trascendencia que el éxito de taquilla en los noventa (que no es poco), ha pasado a convertirse en una de las fuentes de ingresos principales para la productora. En 2018, sus principales éxitos (la que le han convertido en la productora más taquillera de 2018, recaudando el doble y estrenando menos de la mitad que su competidora más directa, Warner), han venido de Marvel, Star Wars y el cine de animación.

Sin embargo, sus planes para 2019 están muy claros, lo que incluye proseguir con esas tres lucrativas líneas anteriores (por poner un ejemplo nada desdeñable de cada, 'Vengadores: Endgame', 'Star Wars: Episodio IX' y 'Frozen 2'). Pero a ello se añaden estrenos de tres remakes en imagen real de clásicos animados. Y menudos clásicos: 'Dumbo' dirigida por Tim Burton (29 de marzo), 'Aladdin' protagonizada por Will Smith (24 de mayo), y la ya se adivina que fidelísima estéticamente al original 'El Rey León' (19 de julio).

Este plan no es más que la consecuencia lógica de haberse puesto las pilas tras una serie de espectaculares éxitos de taquilla en esa línea, y cuyo origen se remonta a 'Alicia en el País de las Maravillas' (150 millones de dólares de presupuesto / 1.025 millones de recaudación), 'Cenicienta' (100 / 543.5), 'La Bella y la Bestia' (255 / 1.264), 'Maléfica' (180 / 758.5) y 'El libro de la selva' (175 / 966.6). Cada una con sus peculiaridades (algunas no son remakes literales de clásicos de la compañía), pero la tendencia está clara, y Disney va a empezar a ordeñar esa vaca de forma intensiva.

Lo que no está tan claro es que artísticamente los resultados sean tan meritorios, ya que a menudo confunden la exquisita animación artesanal de los originales con un recargadísimo mal gusto digital. Resulta paradójico que la estética de la mayoría de estos clásicos no solo no ha acusado el paso del tiempo, sino que en algunos casos ('Alicia', 'La Bella Durmiente', 'El libro de la selva') son películas visualmente más modernas hoy que en su día. Sin embargo, la estética CGI de sus versiones actualizadas, en algunos casos, ya han empezado a caducar.

Vamos a revisar estas adaptaciones e intentar encontrar sentido a sus puntos fuertes y débiles en lo creativo, en qué superan y en qué quedan por detrás de sus precedentes. Pero para iniciar este viaje no debemos remontarnos a la infernal 'Alicia en el País de las Maravillas' de Tim Burton y su CGI de Lladró lisérgico, sino a bastante más atrás: mediados de los noventa.

Los orígenes de la fritanga

La carrera de Disney con las producciones en imagen real es larga, extraña y merecería su propio artículo. Después de algunos experimentos con la mezcla de animación y actores como la infausta 'Canción del sur', y tras el nacimiento de la facción de largometrajes de la casa con 'La isla del tesoro' en 1950, Disney produjo innumerables películas de imagen real. Algunas de ellas son clásicos a la altura de sus mitos animados, como 'Mary Poppins' o 'La bruja novata'. Otras son rarezas que van de la extravagancia ci-fi de 'Tron' o 'El abismo negro' a sus coqueteos con un cine más adulto, como 'El Diablo y Max Devlin' (¡con Bill Cosby como Satán!) o la siniestrísima 'El dragón del lago de fuego'.

Pero pese a que en la cartera Disney abundaban readaptaciones y secuelas de obras ajenas (la maravillosa 'Regreso a Oz') o reboots y segundas partes de éxitos en imagen real (aquella realmente divertida 'Tú a Londres y yo a California' con una infantil Lindsay Lohan), no fue hasta 1994 que Disney no se atrevió a hacer un reboot de un éxito previo... con trampa. Fue 'El libro de la selva', dirigida por un Stephen Sommers aún lejos de su revelación con películas como 'Deep Rising o 'La momia', y con Jason Scott Lee en el papel de Mowgli.

Y la trampa es, por supuesto, que el clásico de Disney de 1967 se basa en los libros de Rudyard Kipling, que es lo que aquí se toma también como punto de partida. El resultado es una simpática y moderadamente lujosa película de aventuras, vendida como una versión realista de las aventuras de Mowgli, pero sin aquello que hemos venido a ver: animales que hablan y un Rey Louie que dé ganas de hacer el mico. El resultado está más cerca de una mezcla de Tarzán e Indiana Jones que del original literario, que al fin y al cabo no era sino una colección de fábulas morales.

Más cerca de su original animado está '101 dálmatas', una simpática versión, enormemente popular en su día, de la película de 1961 basada en una novela de 1956 de Dodie Smith completamente enterrada bajo el éxito de su adaptación. Es curioso, porque aunque se suele olvidar su carácter fundacional en las adaptaciones de precedentes animados, tiene una serie de elementos de los que aún hoy Disney sigue tirando. El principal es la elección de una actriz carismática para interpretar a la villana de la función, algo que la casa ha repetido, muy notoriamente, en 'Maléfica'.

Aquí fue Glenn Close la que ligaría su imagen indefectiblemente a Cruella De Vil. La fidelidad a los personajes originales y el afortunadísimo reparto es sin duda el gran acierto de la película, con unos Jeff Daniels y Hugh Laurie entonadísimos. Por desgracia, ya entonces se comienza a cometer el gran error de no entender que algo que no funciona en versión animada no necesariamente va a hacerlo en imagen real: en este caso, 101 perros dálmata y una buena ralea de animales de granja torturando a los desprevenidos secuaces de Cruella (el guionista es John Hughes, replicando los hallazgos de su 'Solo en casa'). Del mismo modo que la película brilla cuando Cruella aparece, el interés decae notablemente cuando los animales centran la atención.

'Alicia en el País de las Maravillas': la revelación de la fórmula

Después de '102 dálmatas', maliciosa secuela de '101 dálmatas' del año 2000 mucho más grotesca y siniestra que su precedente, el siguiente paso de Disney en busca de una fórmula para hacer macedonia con sus propios clásicos está en su exitosísimo remake de 'Alicia en el País de las Maravillas' dirigido por Tim Burton en el año 2010. Su punto de partida no es el clásico literario de Lewis Carroll de 1865, sino un término medio entre el libro y la propia y magistral adaptación Disney de 1951.

La distancia con la película animada está patente en los diseños de los personajes: algunos son escalofriantes nuevas versiones de los míticos y perfectos Sombrerero Loco, Gato de Cheshire, Liebre Marcera o la propia Alicia animados. Otros en cambio se acercan más a lo propuesto por Carroll, bien por fidelidad a la fuente (Tararí y Tarará, la Oruga), bien porque no aparecían en la película original (la Reina Roja y Blanca, procedentes del segundo libro de Alicia, o el Jabberwock). El resultado, en cualquier caso, es una amalgama estética que anticiparía algunos de los grandes problemas de los futuros refritos Disney, pero en versión desquiciada.

Los diseños de personajes y escenarios de la película original eran absolutamente intemporales en buena parte gracias al concurso de la mítica Mary Blair, diseñadora responsable del sintético buen gusto de buena parte de los largometrajes clásicos de Disney. Burton orquestró una monstruosidad CGI de horrendo aspecto que, además, caducó a una velocidad espectacular, haciendo que la película oliera a naftalina solo unos pocos años después de su estreno. Se salvan remotamente algunos personajes, como el gato de Cheshire, posiblemente porque queda cerca del original animado y porque es un icono prácticamente indestructible.

Esa traición estética, que lleva a un aspecto relamido, ampuloso, casi como si quisiera dignificar por lo barroco los elementos originales, van de la mano de otro mal que, a veces, se dejará notar en adaptaciones futuras: la sobre-explicación supuestamente madura, el intento de dignificar la estética "infantil" con un aspecto serio. Y en este caso, conduce a una sistemática traición del más elemental espíritu de fantasía anárquica del libro y la película de animación originales, que se acentuaría en la absolutamente intolerable 'Alicia a través del espejo', donde se inventan pasados traumáticos (!!) para los habitantes del País de las Maravillas.

La nueva generación de remakes animados

Tras la anecdótica y más bien horrible 'El aprendiz de brujo', que adaptaba en una de sus secuencias la escena más famosa de 'Fantasía', la del Mickey mago y el ejército de escobas, Disney encontró una nueva fórmula con 'Maléfica'. Se trata de una producción de 2014 con la que dio en el clavo comercial hasta el punto de que no ha habido año desde entonces (con la salvedad de 'Christopher Robin' en 2018, más una extraña secuela que un remake como tal) sin su correspondiente reboot animado.

'Maléfica' toma elementos de todo lo visto hasta ahora: chapuza CGI para rediseñar personajes originariamente animados (aquí, por ejemplo, las tres hadas madrinas de 'La Bella Durmiente'); foco en una villana icónica (como ya se hizo con Cruella de Vil); baño de madurez tan innecesaria como mal entendida para dejar atrás el estigma de que las películas Disney originales son solo para niños (como ya hicieron en parte las 'Alicia' y 'El libro de la selva); y estirar, siempre para mal, argumentos, personajes, trasfondos y secuencias, en parte redundando en esa complejidad que nadie ha pedido, en parte para llegar a un metraje estandarizado de 100-110 minutos.

Son elementos que se repetirán una y otra vez, como una fórmula magistral, en todas las producciones subsiguientes. 'Maléfica' es, con todo, la más aceptable de esta última tanda de películas: la razón es sencilla y, a la vez, no tan sencilla. Por una parte, tal y como pasaba en '101 dálmatas' con Glenn Close, el carisma de Angelina Jolie es arrollador, y su interpretación (ojo a la versión original, con una dicción y una villanía entre líneas imperceptible en la doblada) sostiene por sí sola la película.

Por otro lado, esquiva las comparaciones con la original contando una historia nueva, que sí, extirpa todo el enigmático magnetismo de la Maléfica de animacion, pero la jugada sale mucho mejor que en las desastrosas 'Alicia' de Burton. Y aunque aún hay rebaba de aquellos desastres visuales (el mundo CGI de Maléfica es terrible, las tres Hadas Madrinas también), la parte más sosegada en lo estético es moderadamente defendible. Elle Fanning como la Bella Durmiente es, posiblemente, la mejor Princesa Disney en imagen real hasta la fecha y el giro con el beso que la despierta de su sueño es, reconozcámoslo, muy simpático. Sobre todo porque aún habría margen para empeorar.

La peor forma de entender los logros de 'Maléfica' residió en dos películas de años casi sucesivos, 'Cenicienta' de 2015 y 'La bella y la bestia' de 2017. Ambas son recreaciones ampulosas, excesivas, casi podría decirse que estéticamente decadentes, de los respectivos éxitos animados de 1950 y 1991. En ambos casos se sustituye la estética intemporal, atrevida, innovadora en muchos aspectos de las películas animadas por un recargado CGI que, sobre todo en el caso de 'Cenicienta', ya se ha quedado viejo.

Ambas cargan además con la inconveniente intención de modernizar los cuentos de hadas decimonónicos a la vez que quieren ser fieles a las líneas argumentales originales (a diferencia de lo que muy correctamente llevaba a cabo 'Maléfica', aunque fuera de cara a la galería): siguen siendo rancias historias de príncipes azules, amores inmortales y cataratas de clasismo y romanticismo tóxico (nada que objetar si se abrazan como códigos lógicos en un género con un par de siglos de antigüedad), pero a la vez se intenta dotar de una tímida personalidad independiente a las Princesas Disney de turno. El resultado, a fin de cuentas, es un constante quiero y no puedo.

¿Hay excepciones? Claro: aparte del carisma muy peculiar, personal pero sin traicionar a las villanas originales de Close y Jolie, la fórmula de "animación hiperrealista con una inspiración cartoon previa" encontró una vía expresiva muy singular en la estupenda 'El libro de la selva' en 2016. Es una adaptación muy respetuosa con la película original, con reinterpretaciones zoológicamente adecuadas de los animales antropomorfizados originales: aquí tienen anatomías y expresiones realistas, pero no olvidan del todo sus maravillosos modelos.

Y eso lo consiguen dejando que la imaginación siga pesando más que el realismo, tanto en las desorbitadas secuencias de acción, dirigidas con extraordinario pulso aventurero por Jon Favreau ('Iron Man') como en algunas libertades que se toma con los animales. La cicatriz de Shere Khan. El tamaño descomunal del Rey Louie. En general, el increíble reparto de doblaje apoderándose de las personalidades de los animales (Bill Murray, Ben Kingsley, Idris Elba, Lupita Nyong'o, Scarlett Johansson, Christopher Walken...). El resultado lleva a cabo un equilibrio muy acertado con la actualización a golpe de tecnología punta porque nunca olvida la esencia animada del original.

Qué hemos aprendido hoy y qué esperar del futuro

Aunque es complicado establecer unas líneas maestras porque cada una de estas películas intenta elaborar una personalidad basada sobre todo en lo que significaron las películas previas, sí que se pueden encontrar detalles comunes que hacen naufragar a la mayoría de estas propuestas Disney. La principal es inyectar conceptos que hoy forman parte indisociable del mainstream de alto presupuesto, y que chocan de algún modo con la filosofía y estética de aquellas películas.

Por ejemplo: confundir espectacularidad con batidoras de movimientos imposibles de cámara, y exhibicionismo CGI desbocado, que quedará muy viejo porque a diferencia de la clásica planificación de las películas de animación Disney, ya tiene apariencia de forzada artificiosidad. Esa manipulación digital funciona cuando se emplea para crear escenarios de cierto peso visual, como los palacios y los castillos, por mucho que estéticamente tengan un gusto discutible, pero se desmorona cuando se focaliza en los efectos y la acción.

¿Qué viene a partir de ahora? Pues todo (o casi todo) a peor: la única salvedad está en 'El rey león', no porque el proyecto en sí inspire una especial confianza, sino porque Jon Favreau ya demostró en 'El libro de la selva' que puede ir algo más allá del hiperrealismo zoológico animado, pero con voces humanas (otra cosa es que la película animada original dé más pie que otras a la madurez mal entendida, pero confiemos). Pero lo que hemos visto del resto no es especialmente halagüeño.

Por ejemplo, 'Dumbo' de Tim Burton: la idea de que la historia de un elefante con las orejas tan grandes que puede volar funcione con un elefante realista se autodestruye a sí misma. Pero es cierto que el ambiente circense es adecuado para la imaginería de Tim Burton, y su sensibilidad macabra puede dar pie a un cruce de géneros interesante. Por cierto, que se rumorea una posible adaptación de 'Pesadilla antes de Navidad' con actores reales, un concepto que si se ejecuta, fácilmente puede conducir al fin del universo conocido.

Sin embargo, de lo visto hasta ahora, ninguna adaptación parece ir tan desencaminada como 'Aladdin'. Aunque, de nuevo, Guy Ritchie es un director que inspira relativa confianza ('Sherlock Holmes', 'Operación U.N.C.L.E.'), Will Smith como el Genio es un buen ejemplo de todo lo que está mal en este tipo de producciones. No solo es absolutamente imposible que esté a la altura de la verborreica versión de Robin Williams (un dibujo animado creado, no lo olvidemos, para poder seguir el ritmo de la vibrante, a menudo improvisada composición de un Williams desatado). Es que, además, en apenas tres o cuatro años la composicion digital de Smith en el cuerpo digital del Genio nos resultará ridícula.

En los próximos años vamos a ver más y más entradas en esta insensata tendencia, de un reboot de las andanzas de Cruella de Vil en 'Cruella' (estilo 'Maléfica', reinventando su villanía) a nuevas versiones de 'Pocahontas', 'Mulan' o 'La sirenita', que suenan, sobre el papel, a experimentos entre la imposibilidad digital de 'Aladdin' y el refrito sin ingenio a lo 'La bella y la bestia'. Dejando aparte las intenciones económicas de fondo, bastante desalmadas, el problema principal es la casi total imposibilidad de que, creativamente, de que aquí salga algo con cierta sustancia. Una pena y un disparate.

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