Si nos fijamos en los diferentes hábitos de consumo, cualquiera diría que la industria musical es la más compleja de analizar. Muere la industria del cassette para renacer y aumentar hasta un 74%. Muere el vinilo y renace con tanta fuerza que no da abasto y los principales productores retoman sus líneas de fabricación.
Y entre tanto el streaming, el eterno denostado que, contra todo pronóstico, copa actualmente el 75% de la industria. ¿Dónde está la fórmula del éxito? ¿Existe alguna receta infalible que detecte estas tendencias? Tal vez no, pero estamos seguros de algo: cada día se consume más música. Y es gracias a la inmediatez de las conexiones que años atrás no existían.
Acortando tiempos de espera
Pensemos en la forma de consumir música de hace unos 20 años: comprabas el último lanzamiento en CD, asesorado por la prensa especializada. En casa contabas también con una buena colección de cintas. Algunas acababan deshechas sobre el salpicadero del coche. Y no olvidemos esa balda con vinilos heredados. Tal vez tenías un walkman, un discman, una microcadena y terminabas escuchando ese nuevo CD en el reproductor de la PlayStation.
Ahora giremos la cabeza y miremos a este mismo instante: alguien masculla al micro del smartphone un par de palabras y otro par de segundos después ya está escuchando a su artista favorito desde Youtube. Fin.
Podemos erigir debates sobre la pureza y calidad de la música, sobre primeros prensajes y todo eso; mientras unos pasan media hora calibrando los graves del amplificador, otro ha simplificado ese proceso y disfruta del streaming y la contigüidad. Una simple llamada a la operadora que mejores condiciones oferten y listo. Incluso hay algunas como Lowi que te permiten acumular los megas no utilizados de un mes para otro.
Este es un éxodo que comenzó en el año 1999. Por aquel entonces la mitad estábamos rebobinando cintas con un boli o esperando a que llegase algún disco a nuestra tienda de cabecera. 2000 es el año que las redes peer to peer saltan a primera plana; el año de eMule, de compartir la librería MP3 mediante Napster y de escucharla a través de Winamp.
El streaming lo cambió todo
Fue un 7 de octubre de 2008 —aunque el proyecto nació el 23 de abril de 2006—. Aquel día Spotify se puso en marcha en España, mediante un sistema de invitaciones. Spotify cuenta actualmente con más de 60 millones de suscriptores, de 140 millones de usuarios registrados.
Es tal la influencia de Spotify que hasta un 41% de los usuarios prefiere aguardar a que ese disco se encuentre en la base de datos del servicio antes que intentar descargarlo por otras vías. El estudio del pasado septiembre de Music Consumer Insight Report Connecting with Music nos dejó un dato interesantísimo: el 75% de toda la música que se consume es a través de streaming.
Más datos: un 80% de jóvenes que consume música en streaming lo hace en vídeo, a través de plataformas como YouTube. Sí, no fue concebida para tal fin, pero eso a los jóvenes le da igual: lo inmediato está por encima de todo. Un 71% de los consumidores de música entre 13 y 15 años considera que la música es muy importante para ellos y afirma que escucha esa música de forma legal.
Un 80% de jóvenes que consume música en streaming lo hace en vídeo, a través de plataformas como YouTube
Una concienciación que se transmite a través del smartphone, el verdadero corazón de esta revolución: en la franja de edad entre 16 y 24 años, hasta un 84% consume la música desde el móvil, un 3% extra respecto a 2016. Una cifra que desciende según aumenta la edad. El ordenador queda relegado a un 55% de usuarios, quienes escuchan música en horario laboral y conectados a Internet.
2015 fue el año del cambio: la música electrónica dominó el mercado y las ventas del sector digital crecieron hasta el 45,2%, lo que en términos económicos se tradujeron en 2.890 millones de dólares.
La venta sobre soportes físicos experimentó una caída: un 4,5% en el caso del CD. Más de dos terceras partes de los usuarios accede de forma cotidiana a plataformas de streaming online legales. Parece inane pero este es un cambio de 180 grados. Y en apenas siete años.
Una tendencia mutante
Tal vez ahora usemos un servicio de vídeo para escuchar música (Youtube) por términos de volumen, pero esto no siempre fue así. Demos un par de pasos atrás, hacia el 28 de abril de 2003, cuando Apple abrió las puertas virtuales de iTunes Store. Apple puso en órbita un producto que sirvió de catalizador para ese «lleva la música a cualquier parte».
El iPod transformó una industria en escasez de ideas de comercialización
El iPod transformó una industria en escasez de ideas de comercialización: se comenzó a consumir más música, en más lugares, aumentó la autoproducción y las vías de distribución acortaron su cadena de intermediarios. Pensemos en Bandcamp y todos esos sites donde el músico sube su obra y la vende directamente al consumidor. ¿Te gusta lo que escuchas? Puedes descargarlo a cambio de unos pocos dólares.
Miles de iPods se llenaron de pistas a distintos niveles de compresión mientras la industria musical se aquejaba de falta de regalías. Para 2010, iTunes era el mayor minorista del planeta, con 435 millones de usuarios registrados en 119 países. Una cuota que disminuyó porque el usuario quería más inmediatez, quería una relación directa entre sus gustos y su nuevo smartphone.
El streaming es herencia de dos simples máximas: mejores conexiones, respuesta de mejores tecnologías. E inmediatez, siempre.
Esto posicionó otra tendencia: la venta de canciones en solitario. Los artistas comenzaron a desmadejar sus discos para distribuirlos a través de singles. Uno se pregunta qué tal habrían funcionado álbumes conceptuales temáticos como el ‘Tommy’ o el ‘Sgt. Pepper’ en tiempos de singles acelerados. Pero también nos preguntamos qué habría sido del Gangnam Style sin su videoclip, siendo una simple canción de entre tantas, sin ese febril vídeo asociado:
En cualquier caso, redundó en beneficio del usuario: si apenas te gustan dos canciones del disco, no tienes por qué cargar con toda la playlist, tan sólo hacerte con esos dos hits. Y, bajo este escenario surgieron los servicios de streaming de pago —o modelos gratuitos con publicidad insertada—
El streaming no surge de una compleja psicogeografía social, es herencia de dos simples máximas: mejores conexiones, respuesta de mejores tecnologías. E inmediatez, siempre.
Spotify, Rdio, Pandora y otros tantos se hicieron con la atención juvenil. Después vendrían los servicios premium potenciando el streaming sin compresión, los ratios de bits más altos y los ripeos directos de vinilos de primeras tiradas. Y los nichos de mercados crecerían aún más.
La importancia de una buena conexión
Durante décadas, la música era un objeto físico: algo que tocar, algo que fotocopiar para enseñar a colegas, donde el libreto de fotos, letras e ilustraciones eran tan importantes como la propia música.
Eso no ha desaparecido, en absoluto, pero lo que plantea el streaming es una oferta para todos aquellos usuarios que consumen música de igual forma que lo harían en la radio: clasificada por estilos, sin pensar en qué poner en todo momento, sino dejando descubrir nuevos artistas, sin llenar estanterías de CD’s importados, sino gozando de una tarifa plana que prometa música allá donde estés, a dos clicks de distancia.
Como es obvio, en todo esto hay una parte que estamos ignorando: los datos. Eso del streaming a 320kbps está muy bien, pero para disfrutar de la música a buena calidad sólo hay dos vías posibles: o la descargas antes, desde el WiFi de casa, y la llevas encima en modo local, o devoras datos de tu servicio de Internet, ya sea mediante 4G o datos.
Por suerte existe una amplia oferta. Lowi cuenta con 1GB acumulable. Acumular megas y minutos que no has gastado para disfrutarlos al mes siguiente puede darnos la vida en vacaciones —incluso existe la posibilidad de compartir megas entre una red de amigos—, navegando siempre en velocidades 4G de entre 40 y 150 Mbps. Que no pare la música.
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