Cinco años después del tsunami que causó el segundo mayor desastre nuclear de la historia, Japón continúa rompiéndose la cabeza para solucionar el gigantesco puzzle que representa hoy la central de Fukushima Daiichi. Apremiados por la constante filtración de agua en el interior de los tres reactores dañados, Tepco, la empresa propietaria de la planta y el gobierno japonés han ideado una solución tan audaz como arriesgada: un enorme muro de hielo subterráneo que selle el interior de Fukushima y gane tiempo para solucionar el problema del agua.
Problema que, desde el desastre de 2011, se ha convertido en una auténtica pesadilla para los ingenieros de Tepco. La central de Fukushima Daiichi fue construida junto al mar tras vaciar una pequeña montaña. El objetivo era permitir a la planta acceder de forma más sencilla a los vastos recursos del océano. Sin embargo, colocaba a la instalación sobre un lecho rocoso profundo y repleto de aguas subterráneas provenientes de otras montañas cercanas. Cuando el tsunami se llevó por delante Fukushima, esto se reveló como un problema.
Desde entonces, los bajos fondos subterráneos de la central nuclear han visto cómo el agua entraba constantemente en el interior de los reactores. Con lentitud, Tepco ideó un sistema de bombeo que permitiera extraer el agua a unos enormes tanques situados alrededor de la central (y que hoy componen la totalidad de su paisaje). La situación era y es peligrosa: el agua, al entrar en contacto con el uranio fundido tras el tsunami, se convertía en un elemento radiactivo capaz de filtrarse al océano. Los tanques ejercían de contención.
Permafrost artificial para evitar las filtraciones
Pero era una solución precaria que condenaba a Fukushima a un ciclo eterno: filtración dentro de los reactores, bombeo y almacenamiento del agua radioactiva en los tanques. ¿Qué hacer para cortar el ciclo? Acudir a su raíz: frenar la filtración de agua externa hacia el interior de las instalaciones. Y de ahí surge la idea del gran muro de hielo interno. En esencia se trata de permafrost, suelo congelado, artificial. Tepco ha instalado 1.500 tuberías a muy baja temperatura en las que introducirá salmuera (agua muy salada). El agua se congelará y formará enorme placas de hielo que se encadenarán las unas con las otras.
Fukushima quedará así cercenada y sellada por un proyecto que encuentra referentes en otras grandes obras de ingeniería, pero que nunca se ha probado a semejante escala. Los trabajos aún no han sido completados y han costado alrededor de 280 millones de euros, costeados por el gobierno central. ¿Será el fin del problema de las filtraciones?
Se desconoce. Una de las críticas desplegadas contra el "ice wall" de Tepco es su relativa incertidumbre. Los trabajos han durado dos años, y cada tubería tarda en congelar el suelo que tiene alrededor unos dos meses. El proceso no se ha completado en su totalidad. La agencia regulatoria nuclear de Japón teme, por su parte, que los flujos de agua se reviertan, y que el agua atrapada entre el muro de hielo y el interior de la central, altamente radioactiva (aún no se sabe qué hay dentro de los reactores), se filtre al suelo y posteriormente al océano.
Muros y sarcófagos: soluciones antiradiación
Los múltiples problemas asociados al proyecto y a la situación de Fukushima, lejos de estar controlada totalmente, ponen de manifiesto las enormes dificultades que el ser humano encuentra a la hora de controlar un desastre nuclear. Mientras en Fukushima el principal escollo para salvaguardar al entorno de una permanente contaminación radioactiva (que, recordemos, ha obligado a un perímetro de treinta kilómetros de seguridad y a 100.000 desplazados) son las filtraciones de agua, en Chernóbil los problemas tienen que ver con el aire.
La central ucraniana, el mayor accidente nuclear de la historia, lleva tres décadas protegida por una débil coraza que se construyó con carácter improvisado y temporal y que tiene los días contados. De reventar, el núcleo del reactor 4 (material radioactivo fundido con la materia volcada por los liquidadores y por los propios cimientos del edificio) quedaría al descubierto, liberando unos niveles de radiación extraordinarios y de consecuencias dramáticas para el continente europeo (la radiación ambiental liberada en 1986 alcanzó a países tan distantes de Ucrania como Suecia o Italia, por no mencionar el estadio inhabitable y desértico del sur de Bielorrusia).
Frente al muro de hielo japonés, la actualización del sarcófago de Chernóbil, un proyecto financiado con fondos de la Unión Europea y cuya construcción se ha alargado alrededor de una década, parece una solución más convencional. Lo es sólo en la teoría: en la práctica, una cúpula de 260 metros de envergadura y 100 de altura deberá contener al monstruo escondido en el interior de la central nuclear durante, como mínimo, un siglo más. Se está edificando al lado, y se instalará sobre la central de Chernóbil de este audaz modo.
Frente a las tres décadas acumuladas tras la catástrofe de Chernóbil, los cinco años del desastre de Fukushima han dado lugar a soluciones más ambiciosas, pero también más inciertas. Del triunfo del muro de hielo depende, en gran medida, la seguridad de Japón.
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