Las líneas de Nazca no son los únicos geoglifos que la humanidad ha creado a lo largo de la historia, pero sí los más famosos y abundantes. Su inusitada extensión y lo alucinante de sus formas, sólo apreciable en su auténtica gloria desde las alturas, han causado centenares de quebraderos de cabeza a arqueólogos e historiadores de toda clase desde su descubrimiento en 1927. Y a día de hoy, milenios después de su creación, siguen siendo un misterio.
Más aún tras los recientes descubrimientos realizados por una pareja de arqueólogos peruanos. En su búsqueda de posibles daños a los dibujos terrestres realizados durante los últimos años, un desgraciado fenómeno más habitual de lo deseable, el equipo de investigación empleó varios drones para analizar el estado de conservación de los geoglifos. Lo que se encontraron, sin embargo, fueron medio centenar de nuevos dibujos no identificados con anterioridad.
Los resultados de la investigación han sido publicados en exclusiva por National Geographic y se pueden apreciar en toda su dimensión en esta galería. Como cabría esperar, el hallazgo no ha hecho sino verter toneladas de misterio a las ya de por sí misteriosas líneas de Nazca. Al contrario que las icónicas figuras ya conocidas, las recién descubiertas representan fundamentalmente a guerreros y soldados, y se ubican en colinas que, se cree, permitían una visión desde los poblados cercanos.
La cuestión es que, más allá de teorías de toda clase (incluyendo la intervención de una inteligencia alienígena) sobre su creación y significado, los dibujos hallados por la mirada cenital de los drones no aportan grandes explicaciones a los geoglifos. Al contrario, lo complican todo un poquito más: sólo un puñado de ellos podrían adscribirse a la cultura Nazca, autora de las líneas más afamadas. El resto fueron (posiblemente) creados por culturas previas, como la Topará o la Paracas.
Si las líneas de Nazca fueron creadas alrededor del año 700, las imaginadas por los topará y los paracas se plasmaron sobre el terreno unos dos siglos antes. Su finalidad sí parece ser algo más clara: en Nazca los dibujos sólo podían entenderse desde el aire; en Topará y Paracas no, al haberse diseminado por colinas de cierta visibilidad desde puntos más llanos. El carácter antropomorfo de las representaciones contribuye a una interpretación más prosaica de sus intenciones.
En ese sentido, los nuevos geoglifos se asimilan más a los realizados por los inca o los tiwanaku, entre los que podemos contar al célebre gigante de Atacama. Por aquí tampoco hay explicaciones demasiado consistentes sobre su función. Pudo haber sido meramente representativa y apologética, como, quizá, las de Topará y Paracas; como un mecanismo gigantesco y rudimentario para medir el tiempo; o como un mecanismo de señalización de camino. No lo sabemos.
Ante todo, los sorprendentes hallazgos de los arqueólogos peruanos sirven para constatar la transmisión de conocimiento entre las diversas culturas andinas que se asentaron sobre el altiplano antes de la invasión española. De los topará, por ejemplo, se sabía poco, más allá de su función transitiva entre los paracas y los nazca. La antiquísima datación de algunos de los geoglifos podría expandir sus usos creativos y funcionales a lo largo de mil años, una cifra extraordinaria.
Como las fotos de la investigación muestran, gran parte de las líneas se entrecruzan con otras más antiguas y, en muchas ocasiones, aparecen incompletas. Lo que quiere decir que es probable que en el futuro sigamos encontrando geoglifos. Eso si los conservamos adecuadamente: accidentes y la dejadez, en muchas ocasiones, ha sido el principal riesgo para las líneas de Nazca. Quizá las nuevas tecnologías permitan una datación y control más fiable de su estado.