Las mascarillas son necesarias, pero incómodas. Estados Unidos va a dar 400.000€ a quien lo arregle

Mascarilla
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El debate entorno al uso de mascarillas cuando la pandemia termine sigue en el aire. Con el avance del ritmo de vacunación no sabemos cuánto tiempo más deberemos llevarlas. Hace unos días hablábamos en este artículo sobre la opinión que tienen algunos expertos de las ventajas a la hora de usarlas cuando todo haya pasado. Otros, no lo tienen tan claro. Mientras, los laboratorios de todo el mundo se machacan la cabeza para desarrollar las mascarillas perfectas. O, al menos, unas que podamos llevar agusto en el día a día (porque las que tenemos ahora son incómodas) y no correr el peligro de contagiarnos

Tales son los esfuerzos por normalizar la mascarilla en el futuro, bajo la premisa de nos va a tocar llevarla mucho tiempo más, que EEUU va a pagar una fortuna a quien desarrolle la mascarilla más cómoda y funcional.

El concurso. Imagina un futuro con una mascarilla que olvidas que estás usando. Muchos aceptarían entonces usarla en el día a día dentro de un par de años, si con ello podemos defendernos mejor de los virus. Durante la pandemia hemos visto mascarillas de todo tipo: sanitarias, de tela, las famosas FFP2 y FFP3, incluso algunas con altavoces y luces. No se puede decir que imaginación no ha existido.

Ahora, si crees que puedes superar todas las expectativas, la Autoridad de Investigación y Desarrollo Biomédico Avanzado (BARDA) del gobierno de los EEUU ha anunciado un concurso para diseñar "la próxima generación de mascarillas", con un potencial premio total de 420.000 euros para los ganadores.

¿Por qué? La importancia de las mascarillas ahora mismo para el mundo sanitario es enorme. Basta decir que se creó un proyecto llamado Desafío de Innovación de Mascarillas en asociación con el Instituto Nacional de Seguridad y Salud Ocupacional (NIOSH, una organización dependiente de los CDC) para abordar algunas de las quejas comunes que se presentan en las mascarillas corrientes, como el hecho de que pueden empañar las gafas, irritar la piel, volverse incómodas de usar, interponerse en la comunicación y, potencialmente, dejar que las partículas de Covid entren por los lados.

Si bien las mascarillas tienen claramente más beneficios que inconvenientes durante la pandemia, su futuro pospandémico trae consigo de lleno todas esas dudas. Algunos expertos ya se muestran escépticos y críticos con el uso de las mascarillas en la era que viene tras la vacunación. Y precisamente apelaba a los problemas de comunicación, de acné e incluso a la inhalación de pequeñas cantidades de microplásticos por su uso.

No sólo es el diseño. El concurso no busca crear la mascarilla más bonita del mercado, ni mucho menos. Ni siquiera la más moderna. Sino que se centra en las nuevas tecnologías y materiales. Y quienes presenten sus modelos tienen que incluir incluso esquemas reales que expliquen cómo construir las mascarillas propuestas y que tengan un proceso viable de fabricación. Estamos hablando de la mascarilla que la humanidad podría estar usando el año que viene y podría ser creada por un ciudadano de a pie. También deben responder a un escenario hipotético con un diseño diferente a los existentes que el mismo equipo del NIOSH las probará en entornos físicos reales.

Hay que tener en cuenta que, tal y cómo indican algunos expertos del campo de la medicina no es descabellado que su uso siga en pie cuando la pandemia acabe. “Las mascarillas son mínimamente invasivas, seguras, baratas y efectivas”, decía. Y podría ser más que justificable obligar a llevarlas en entornos como medios de transporte, hospitales o supermercados.

Pero no son cómodas. Todos sabemos que las mascarillas que usamos en el día a día no son cómodas para nada. Ha significado un gran ajuste para Occidente, un mundo que nunca había normalizado su uso como sí lo había hecho Asia. Desde picores a lentes empañadas. Los que tienen gafas han tenido que lidiar con ese problema durante meses y es realmente irritante, especialmente cuando caminas por una calle fria y entras a un establecimiento con calefacción. Algunas no son del tamaño adecuado: que se lo digan a las personas que tienen la cara pequeña. Otras de tela dan mucho calor e incluso hacen complicado respirar si haces ejercicio.

Sin poder hacer frente a la demanda. Actualmente existen múltiples problemas que obstaculizan su uso. De hecho, abordar las quejas en el diseño de éstas es una cosa, pero otra muy distinta es su disponibilidad. Los fabricantes de mascarillas aún no pueden satisfacer la demanda de manera constante. Por poner un ejemplo, todavía no es fácil obtener N95s y KN95s, dos mascarillas recomendadas con frecuencia que ofrecen un paso más en la filtración de las variedades de telas.

Y es un tema donde hay mucho en juego: los efectos a largo plazo de la deslocalización de la fabricación de suministros médicos han afectado la disponibilidad, pero también la escasez de materiales clave para la fabricación de mascarillas, como los textiles fundidos por soplado. También está la cuestión de los mascarillas falsificadas. Según los CDC, alrededor del 60% de las KN95 en los EEUU no son tan efectivas para filtrar las partículas del virus como podrían indicar sus etiquetas.

Son un problema para el medioambiente. Si vamos a llevar mascarillas para siempre o, como mínimo, varios años más, vamos a tener que hacer frente a un problema ecológico y medioambiental de enormes magnitudes. La mayoría de mascarillas que usamos no se reciclan. Y teniendo en cuenta que la industria produce hoy en torno a las 450 millones diarias no sabemos dónde meterlas. En el mundo se están utilizando aproximadamente 129.000 millones de mascarillas desechables cada mes, que pueden tardar hasta 400 años en descomponerse. Según un estudio de WWF (el Fondo Mundial para la Naturaleza), el 1% se desechan mal. Para que os hagáis una idea del problema: al menos 1.560 millones de mascarillas acabaron en el mar en 2020.

Las mascarillas ocupan ahora uno de los debates más controvertidos de nuestra época, de la pandemia que nos ha tocado vivir. Pero si EEUU está prestando tanta atención a su desarrollo e innovación, es una pista que nos vale para advertir que su final no está ni mucho menos cerca.

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