Hora de regular la calidad del aire en interiores: lo que la pandemia nos puede enseñar para el futuro

Covid interiores
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Desde que la pandemia golpeó al mundo, cientos de estudios sobre propagación han visto la luz. Esta ha sido una época de investigación desenfrenada. Si volvemos la vista atrás, siempre que hemos aprendido cómo se contagian las enfermedades, hemos buscado soluciones para frenar el daño. Descubrimos que el agua podía transmitir enfermedades como el cólera, y construimos infraestructuras para desinfectarla. Aprendimos que los alimentos pueden contener gérmenes que causan enfermedades, y promulgamos regulaciones de seguridad alimentaria generalizadas.

Se sabe que el coronavirus se puede propagar por el aire. Y tal y como los gobiernos exigen agua y alimentos limpios, algunos científicos argumentan que se debe garantizar también un aire bien filtrado y ventilado dentro de nuestras oficinas y hogares.

La propagación. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), se cree que el coronavirus se puede propagar "a través de las gotitas respiratorias que se producen cuando una persona infectada tose, estornuda o habla". Los Institutos Nacionales de Salud explicaban que estas gotitas respiratorias parecen ser detectables en el aire hasta por tres horas. Lo explicaban nuestros compañeros de Xataka en este detallado artículo. Es decir, que agregar aire limpio a un espacio puede ayudar a mitigar ese riesgo de transmisión.

Un cambio regulatorio. Un grupo que reúne a más de 240 científicos de todo el mundo quieren poner punto y final al debate que aún persiste. Un artículo publicado en la revista Science pide un "cambio de paradigma" para combatir las infecciones respiratorias de interior asegurándose de que los sistemas de ventilación de los edificios mejoren, de modo que estén filtrando y moviendo el aire limpio hacia los espacios con más frecuencia. Para eso se necesita, según los autores, una nueva guía internacional sobre la calidad del aire para ir más allá de las pautas de calidad del aire interior (IAQ) emitidas por la OMS y extenderse al control de infecciones.

¿Cómo? Estableciendo monitores obligatorios de la calidad del aire interior, por ejemplo, de modo que se equipen los espacios públicos con sensores de CO2 que muestren la cantidad de aire exhalado que se está acumulando en un espacio. Los sistemas de ventilación y filtración también deben mejorarse, con estándares más altos para eliminar los patógenos en el aire que los estándares actuales, que en su mayoría se establecieron para parámetros como la temperatura, el control de olores y el uso de energía.

Sí, una mayor ventilación iría acompañada de facturas de energía más altas. ¿Solución? Crear un "modo pandémico" en los edificios, explican los investigadores. Es decir, un sistema que se pudiera activar en ciertas ocasiones excepcionales. El modo normal ya ofrecería más protección contra las enfermedades respiratorias de lo que existe actualmente, pero un "modo pandémico" aumentaría aún más la ventilación (con más energía) si un virus peligroso nos amenazara de nuevo.

Protección que no protege. Desde que la pandemia comenzó, el panorama científico ha ido desmenuzando poco a poco los detalles sobre la transmisión de aerosoles. Algo que hasta casi finalizada la pandemia no se mencionó en los medios de comunicación. Pero la regulación se ha mantenido en gran medida basada en ciencia obsoleta y ha terminado siendo peligrosamente inadecuada o incluso contraproducente. Nos hemos topado con un camino repleto de obstáculos e idas y venidas con respecto a qué era más esencial en materia de protección.

Primero con las mascarillas, que los gobiernos tardaron en alentar o imponer, posiblemente minimizándolo deliberadamente para evitar la compra por pánico. Más tarde con las distancias “seguras”, desinfección de manos, "desinfección" de superficies, objetos y locales, instalación de paneles de plexiglás, requisitos de ventilación, regulación sobre el uso del espacio exterior, etc. Muchas de ellas medidas muy debatidas a ambos lados tal y como hemos contado en Magnet. Como resultado, los recursos se gastan en medidas de “mitigación” a veces inútiles o ineficientes.

Los costes. Todo avance tecnológico tiene un coste. Y la modernización de los sistemas de construcción requerirá, claro está, de una gran inversión: las estimaciones lo sitúan en alrededor del 1% de los costes de construcción iniciales de cualquier infraestructura. “La gente no quiere hacerlo si no hay una regulación porque prefiere ahorrar un 1%”, explicaba José Luis Jiménez, profesor de química en la Universidad de Colorado, en este reportaje de FastCompany. El experto opina que estamos pagando igualmente el coste de las enfermedades: atención médica colapsada y pérdidas de productividad. El Covid le ha costado a la economía global billones de euros. Y lo que queda.

Imagen: GTRES

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