Han pasado casi ochenta años desde que Estados Unidos detonó las bombas Little Boy y Fat Man sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki respectivamente. Aquel aterrador evento, que contabilizaba aproximadamente 140.000 muertes hacia finales de 1945, se convirtió en el primer ataque nuclear de la historia.
Desde ese entonces ningún otro país ha utilizado este tipo de armamento tan devastador en un conflicto bélico. Sin embargo, esto no quiere decir que el desarrollo, la producción y el despliegue de ojivas nucleares haya cesado. Por este motivo hay organizaciones internacionales que se dedican a identificar posibles ensayos nucleares secretos.
La compleja tarea de detectar explosiones nucleares subterráneas
En los albores del desarrollo nuclear bélico, las detonaciones de prueba solían ser atmosféricas, como la de la bomba Trinity en desierto Jornada del Muerto, o submarinas, como la de la bomba Cherokee en atolón Bikini. Pero desde 1963 cada vez más ensayos nucleares empezaron a ser subterráneos por impulso del tratado de prohibición parcial de ensayos nucleares.
Los ensayos subterráneos, además de disminuir los graves impactos ambientales que producían las otras opciones, también se posicionaron como una alternativa para de difícil detección. En este sentido, se desarrollaron varios métodos para abordar el desafío de catalogar con precisión los movimientos sísmicos naturales y las explosiones nucleares.
Según explican miembros de la Universidad Nacional de Australia, algunas de las técnicas consistían en analizar el contexto de los datos. Por ejemplo, si un evento se registraba lejos de las áreas volcánicas de placas tectónicas podría ser considerado como sospechoso, aunque esto también daba lugar a que los países hicieran pruebas camufladas.
También existen métodos que tienen en cuenta las ondas de cuerpo y las ondas superficiales. Estos suelen calcular la relación que existe entre ellas para identificar las pruebas nucleares subterráneas. Sin embargo, se tiene constancia de que por esta vía no se consiguió clasificar de manera correcta una prueba nuclear norcoreana realizada en 2017.
Estos mismos investigadores australianos decidieron abordar el problema junto con el Laboratorio Nacional de Los Álamos de Estados Unidos. La solución ha sido crear un método de detección sofisticado que utiliza las redes actuales de detección con sismógrafos estándar. Es decir, no hacen falta componentes adicionales ni satélites.
De acuerdo a un artículo publicado en Geophysical Journal International se trata de un sistema de clasificación de eventos que tiene en cuenta métricas de desplazamiento en combinación con un modelo matemático avanzado. Al poner a prueba este método, los investigadores descubrieron que tiene una precisión “de alrededor del 99%”.
Si esta técnica alternativa es tan precisa como aseguran los investigadores, podríamos estar ante una herramienta que acabaría dejando muy poco margen para posibles pruebas secretas futuras. El último ensayo nuclear del que se tiene constancia, cabe señalar, es el realizado por Corea del Norte el 3 de septiembre de 2017 bajo el bajo el monte Mantap que produjo un terremoto de magnitud 5,2.
Imágenes: Departamento de Energía de Estados Unidos | Administración Nacional de Seguridad Nuclear
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