"¿Es que nadie va a pensar en los niños?". Esta famosa frase de Helen Lovejoy resume a la perfección la que ha sido nuestra forma de encarar las relaciones entre las nuevas tecnologías y los niños pequeños. Porque si revisamos la investigación que se ha realizado durante esto años sobre cómo se vinculan el uso de pantallas digitales y el bienestar infantil, nos damos cuenta de que sabemos muy poco.
Ocurre que la infancia sigue siendo ese lugar donde acabamos proyectando nuestros problemas, nuestras inseguridades y nuestros miedos. Por eso, las sociedades médicas hacían recomendaciones para limitar el uso de las pantallas en la infancia pese a que no había evidencia a favor. Es más, lo hacían pese a que no existen indicios que desaconsejen su uso.
Pantallas y bienestar, una relación inesperada
Dos investigadores (Andrew K. Przybylski de la Universidad de Oxford y Netta Weinstein de la de Cardiff) acaban de publicar un estudio bastante grande (casi 20.000 entrevistas con padres de niños de entre 2 y 5 años) para poder estudiar la relación real entre el uso de pantallas digitales, por un lado, y el bienestar psicológico, por el otro, entendido como relación con el cuidador, resiliencia, curiosidad y estado de ánimo.
Aunque la metodología utilizada para garantizar la representatividad de la muestra (entrevista telefónica), puede arrojar algún sesgo, los resultados encajan como un guante en la evidencia previa: los datos sugieren que hay poco o ningún apoyo empírico tras la idea de que existe un vínculo perjudicial entre el uso de pantallas digitales y el bienestar psicológico de los niños.
Es más, los análisis sugieren que puede existir cierta relación inversa: es decir, que el uso esté relacionado directamente con varios indicadores de bienestar. No obstante, la relación es tenue y, para estudiarla, se necesitan más y mejores investigaciones en esta línea.
La ¿necesidad? de establecer límites
No sólo eso. Al contrario de lo que se esperaba, las recomendaciones de implementar límites al uso de las pantallas digitales son triviales cuando se controlan la etnicidad, la edad, el género, los ingresos familiares y el nivel socio educativo del cuidador.
Por ejemplo, la Academia Americana de Pediatría fija el uso recomendable en un máximo de 1 hora diarias. El equipo examinó las diferencias entre en una amplia y representativa muestra de niños que seguían las recomendaciones y otros que no. No fueron capaces de encontrar ningún tipo de beneficio en términos de bienestar psicológico.
Aunque, como decía, nos falta investigación de cara a elaborar unas nuevas recomendaciones, lo que sí parece claro es que la imposición de límites férreos y arbitrarios debe hacerse tras un riguroso análisis de costo-beneficio. Debemos de tener poner en una balanza los beneficios que se pueden obtener con esa medida y los problemas de implementación. Algo que, por ahora, solo se puede hacer caso a caso.
Vía | José C. Perales
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